En una playa de pega, como un decorado de una atracción de feria de Bob Esponja, con arena de volquete y sombrillas que parecían de propaganda de Nivea, Borja Sémper, descalzo como el tío del bombón helado o un pescador de película de Antonio Molina, nos presentaba el verano azul del PP. A Sémper le faltaba el polo del Piraña, y la bicicleta con cestita, y Feijóo con acordeón, y Ayuso con acuarela, y María Guardiola pasando de niña a mujer con poema al viento igual que su melenita de sosa (“que ni el viento la toque…”, recuerden). Supongo que las últimas opciones que quedaron en la mesa de los genios de la mercadotecnia de Génova fueron Verano azul y Los vigilantes de la playa, que algo había que hacer con la fecha y la excusa veraniegas. Al final, claro, han tirado por la patria, por la nostalgia, por la tortilla de chiringuito y por El dúo dinámico, no vayan a decir que el PP es de derechas. Yo creo que esto es una estrategia de despiste para que hablemos de otra cosa, que les da menos vergüenza el bañadorcito calzoncillo de padre de la época, como del Fary, que los pactos con Vox.
En una playa de solar de obra, con el mar pintado como un cartel de urbanización costera, de ésas con algo de pueblo pitufo, y quizá chapas de botellín como conchas entre los dedos de los pies, Borja Sémper, descalzo o arremangado como un hamaquero del PP, nos presentaba su verano azul y yo diría que se le derretía la vergüenza encima como el helado del Piraña. No debe de ser fácil mantener la compostura cuando te han ordenado construir una campaña con el cubito, la palita y el frigodedo, mientras los mayores se van de cinquillo y cubata. Abrumado por la ridiculez de la situación, Sémper terminó haciendo hasta una cabriola, chocando los talones, y entonces lo que parecía era Dick van Dyke de pícnic o Charlot con bañador de rayas. Por si la postalita con playa hinchable, sol de agencia de viajes y sembrado de sombrillas como de ferralla no fuera suficientemente bochornosa, también han hecho un vídeo con la gente silbando en bicicleta, que con cierta edad lo que parecen es que van emporrados o que han comido setas alucinógenas de la hippie de Julia, claro.
En Génova quizá no han caído en que lo infantil siempre resulta ridículo trasladado a la adultez, incluso aunque sea algo porno, en plan Blancanieves y los siete salidos, que no es el caso, al menos de momento, en esta campaña del PP que aún promete. Verano azul ya era cursi en su tiempo, no sólo por la época sino porque la inocencia tiene que ser cursi y hasta decididamente ridícula para ser auténtica, como las cartas de amor, que decía Pessoa. Y la inocencia era necesaria porque la serie es un relato no ya del despertar adolescente sino del despertar democrático, con Chanquete y Julia como la tradición y la modernidad guiando juntos a la nueva sociedad española. O eso piensa uno ahora, claro, por ponerle alegoría a la cursilada. La verdad es que no se puede hacer política con Verano azul como no se puede hacer con la abeja Maya, porque la política no es inocente y si vas de inocente lo que va a pasar es que te van a tomar por un idiota, por un tramposo o por un pervertido.
En el PP prefieren la humillación de hablar de política delante de un mar de cartón, y que cuando en la tele abran el plano se vea que es como un tablero de retratista de feria con torero y gitana
La cosa parece cachondeo, y ya digo que a lo mejor lo es. O sea que en el PP prefieren la humillación de hablar de política delante de un mar de cartón, y que cuando en la tele abran el plano se vea que es como un tablero de retratista de feria con torero y gitana; prefieren eso, y que el partido parezca que sale en bicicleta no sabemos si a coger ranas o a buscar al camello, a que estemos hablando de si hay estrategia o caos en los pactos o no pactos con Vox. Aunque quizá estamos dándoles demasiadas vueltas al PP y a la simbología iniciática de Verano azul. Quizá Feijóo, que no tenía muy claros ni el programa ni la estrategia ni las ganas ni la gente, que aún estaba encamado con pijama largo y gorro de dormir cuando Sánchez anunció las elecciones; Feijóo, en fin, simplemente miró una banderola en Génova, o una foto del balconcillo levemente náutico de sus victorias o naufragios, al lado de un almanaque de san Isidro Labrador, unió verano y azul, y claro, le salió verano azul. A lo mejor, luego, hasta chocó los talones.
En una playa de guardería como en una política de minigolf, con arena de ladrillo y sombrillas de jardincito enmoquetado de Ikea, Borja Sémper, como un gondolero en la M-30, nos presentaba el verano azul del PP, que parecía más un endeble decorado porno que una propuesta política de limpieza, niñez o alegría alegóricas. Le faltaba el bocadillo del Piraña, chorreante igual que el helado, le faltaba La Dorada en Colón, le faltaban Bonilla y Mañueco como Pancho y Javi, le faltaba Ayuso como el amor o la envidia de todos, bebiendo cocacolas con distancia y poder. Aunque quizá no faltaba nada, no ya porque la ridiculez fuera suficiente tal cual sino porque, al final, está uno aquí, ya ven, escribiendo de Verano azul y no de los pactos o no pactos con Vox, o de que Feijóo, ya en verano, se diría que todavía está en la cama con gorro de dormir, como el pato Donald. O es que, realmente, la otra opción de campaña era Los vigilantes de la playa y aún tenemos que dar las gracias.
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