Feijóo lleva diez días contra las cuerdas. La precampaña no ha podido empezar peor. El acuerdo de Valencia, con ese párrafo maldito en el que se habla de "violencia intrafamiliar", ha dado munición a una izquierda desorientada, a un PSOE que no se había recuperado del revolcón sufrido el 28 de mayo.

La ruptura de las negociaciones en Extremadura, la dureza con la que la candidata del PP, María Guardiola, ha calificado a Vox, señalando una clara línea roja sobre principios a los que ella y su partido no deberían renunciar, ha echado más leña al fuego.

¿A qué juega Feijóo? ¿Lo que vale en Valencia no vale en Extremadura? En la sede del PP de la calle Génova no paran de recibir llamadas de dirigentes que se quejan amargamente: "Esto no puede seguir así, esta no es forma de abordar una campaña en la que nos jugamos tanto".

"Por ahora no detectamos daño electoral, pero existe el riesgo de que se cuestione el liderazgo de Feijóo entre nuestros votantes", señala un miembro destacado del equipo del líder popular. ¡Uf!

Lo de Valencia, por empezar por el principio, se hizo y se explicó mal. Feijóo le pidió a Carlos Mazón (líder popular en la Comunidad Valenciana y próximo presidente de la Generalitat) que retrasara su investidura hasta después del 23-J, para lo que éste tendría que haber ido a una investidura fallida -sin acuerdo con Vox- y así haber dilatado el posible pacto hasta septiembre. Pero Mazón tenía su propia urgencia: mientras pasan las semanas, Ximo Puig sigue siendo presidente en funciones y tomando medidas, como la renovación del acuerdo con Canal 9. Aplazar el pacto tampoco estaba sólo en su mano. Vox tuvo que renunciar a que su líder en la comunidad, Carlos Flores, condenado por violencia de género, fuera vicepresidente de la Generalitat y la solución que él mismo se buscó fue ir en las listas al Congreso como número uno por Valencia. El plazo para completar las candidaturas vencía al día siguiente de que se anunciara el pacto de gobierno valenciano.

Mazón se defiende diciendo que las políticas de igualdad quedarán en manos del PP y que él mismo anunciará en los próximos días un plan ambicioso para dejar claro que no renuncia a luchar contra la violencia machista. Quizás nadie previó -lo que es un error de libro- que la polémica iba a ser el centro del debate político y que probablemente continúe hasta el mismo 23-J. Para disgusto de Feijóo.

Vox es un partido tóxico que dificulta que el PP pueda atraer a la gran masa de votantes moderados y de centro que pueden garle una mayoría sólida para gobernar

Pero, más allá de los fallos tácticos, lo que ha quedado demostrado es que Vox es un partido tóxico, que le hace mucho daño al PP justo en las políticas que le pueden permitir ganar a votantes moderados de centro, que suman varios millones en España.

El líder del PP debería aprender de la experiencia y jugársela antes de que sea demasiado tarde. La única manera que tiene de darle la vuelta a la situación y cerrar el debate es simple. Basta con que afirme: "No gobernaré con Vox". Incluso aunque ello signifique la posibilidad de que Sánchez y su Frankenstein vuelvan a gobernar.

A los votantes de Vox -más de tres millones- hay que ponerles ante esa disyuntiva. Sólo un PP fuerte y sólido, con un programa moderado en el que, además de las reformas económicas y la derogación de leyes aprobadas durante el Gobierno de coalición, se remarquen las políticas de igualdad, puede lograr el apoyo de una amplia mayoría social.

Vox, lo hemos visto con claridad, es un partido, sí legal y todo lo que ustedes quieran, pero que quiere retrotraer a España a otra época. Su negacionismo, tanto en políticas de igualdad como en políticas medioambientales, lo sitúa extramuros de la racionalidad. Su actitud ante la inmigración, su guerracivilismo, su negativa a reconocer la pluralidad de España, lo hacen incompatible con un Gobierno conservador sensato, homologable con los que hoy gobiernan en varios países europeos. En Vox han ido ganando terreno poco a poco los dirigentes más intransigentes, como es el caso de Jorge Buxadé, mientras que otros más tibios, como Espinosa de los Monteros, han quedado relegados a un segundo plano. ¡Hasta Macarena Olona tuvo que salir corriendo!

El 23-J nos jugamos mucho. Frente al modelo que representan el PSOE de Pedro Sánchez y sus socios, es posible y deseable otro que defienda de forma contundente los valores constitucionales, sin cesiones ante los que quieren romper el modelo de convivencia que consagra nuestra Carta Magna. Ese otro modelo no puede llegar de la mano de Vox, porque este partido es incompatible con la discrepancia, esencia de la democracia.