El pasado sábado, en el breve lapso durante el que Podemos mantuvo abierto a la opinión pública su Consejo Ciudadano a puerta cerrada, Ione Belarra e Irene Montero se dirigieron a los suyos y a todos (y a todas y a todes). Había mucha expectación en torno a la reunión del órgano de dirección del partido, después de las desagradables negociaciones que la semana anterior habían culminado en un acuerdo a regañadientes para integrarse marginalmente en la candidatura unitaria de izquierdas orquestada por Yolanda Díaz.

Pese a las especulaciones de los días previos, ambas dirigentes confirmaron que se sometían al rodillo de Sumar. Que aceptaban tácitamente los puestos asignados en la lista de la coalición. Que Tragaban con el “injusto veto de Yolanda” sobre Montero. Mientras representaban nuevamente el papel de mujeres acorraladas por la reacción que han venido interpretando en el parlamento abrazadas y vestidas a juego en escaños contiguos, Montero y Belarra aseguraron que, una vez más, Podemos supeditaba los intereses de partido al bien general.

Pero, sobre todo, Belarra y Montero propusieron implícitamente una refundación de Podemos. Plantearon las bases para su definitiva mutación en un nuevo partido, el partido feminista de España. El feminismo, «una fuerza imparable a pesar de la reacción», es «lo mejor que tiene este país», dijo la ministra de Igualdad. Y Podemos es «la organización política que, bajo un sol radiante o bajo una noche sin luna», va a seguir esgrimiéndolo para transformar España. Ahora que el adversario está fuerte «nos abrazamos y nos reorganizamos»; toca «acuerparnos y cuidarnos» para volver a ocupar espacios, pero sin dejar de luchar ni callarse. Porque «el silencio no te protegerá», añadió, citando a la poeta y activista afrodescendiente Audre Lorde.

Montero y compañía, que han conseguido que su lenguaje ponga los pelos de punta a algunos de sus antiguos camaradas –«para mí, la palabra cuidados ahora mismo evoca un cuchillo que brilla en la oscuridad sobre la espalda de alguien», decía en este periódico hace un par de semanas Santiago Alba Rico–, consideran a Lorde uno de los referentes de su feminismo. El día del Consejo Ciudadano de Podemos, bajo su americana celeste, Montero llevaba una camiseta con la efigie de la escritora norteamericana, realizada por la ilustradora Paula Bonet para la huelga feminista del 8 de marzo de 2019.

Lorde, que escribía dios en minúscula y Negro en mayúscula, se definía “negra, lesbiana, madre, guerrera y poeta”

Lorde, que escribía dios en minúscula y Negro en mayúscula, se definía “negra, lesbiana, madre, guerrera y poeta”. Fue una autora pionera a la hora de señalar la intersección de desigualdades que padecían las mujeres afroamericanas por el mero hecho de serlo. Por ser mujeres, negras, casi siempre pobres y, a veces, como en el caso de Lorde, homosexuales. Su ensayo Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo (1979) fue un valioso instrumento para evidenciar el dominio del privilegio blanco en Norteamérica.  

Capitán Swing acaba de publicar en España Zami, un hermoso libro autobiográfico donde Lorde describe sus andanzas juveniles en el Nueva York queer y contestatario de los años cincuenta, y donde la palabra feminismo no figura una sola vez, ni falta que hace. "Zami" es el término que en Carriacou, la pequeña isla caribeña de la que procedía la familia de Lorde, se utiliza para designar a «aquellas mujeres que colaboran como amigas y amantes». Su libro es precisamente un recuento de esa red de afinidades y afectos prohibidos tejida en pisos compartidos y bares gays del Village neoyorquino.

«Las lesbianas eran probablemente las únicas mujeres Negras y blancas de la ciudad de Nueva York en la década de 1950 que estaban haciendo un intento real por comunicarse unas con otras», afirma Lorde en su libro. Aquellas mujeres afirmaban su individualidad frente a los prejuicios y las etiquetas al tiempo que se defendían de un entorno hostil. «Siempre había rumores de que entre nosotras se infiltraban mujeres policía de paisano que buscaban a chicas lesbianas que llevaran menos de tres prendas de ropa femenina. Aquello era suficiente para que te detuvieran por travestismo, que era ilegal», recuerda.

Hace bien Montero en recordar a Lorde, una intelectual audaz y estimulante. Es una pena que lo haga a través de una frase banal –y de una ilustración que idealiza su aspecto de manera casi ofensiva–. Es una pena, también, que no tenga en cuenta hasta las últimas consecuencias el consejo de Lorde y que, aunque hable largo y tendido, siga guardado silencio sobre las consecuencias de la defectuosa ley del consentimiento promovida por su Ministerio. O sobre las declaraciones de esta semana de un Pedro Sánchez que ya en plena y desatada precampaña ha lamentado el feminismo adversativo que ofende a sus amigos de 50 años. Cualquier ministro coherente se vería en la obligación de dimitir después de escuchar esas palabras de su presidente. Pero Montero ha demostrado una vez más que a veces el silencio sí te protege. Al menos cuando estás en el poder.