Cuando se le acaben los programas de televisión, yo creo que Pedro Sánchez saldrá con la furgoneta del tapicero, a pregonar más su pena que su trabajo, que es lo que hace el pobre tapicero. La vida de un gobierno desfondado se parece bastante a la vida de una silla desfondada y a la del remendón agotado y ambulante de toda esa paja salida, de todo ese culamen folclórico reventado al que se le intenta dar la tristísima segunda existencia de las cosas que ya no tienen arreglo.

La gente habla ahora de Sánchez superstar, todo lentejuela y espejuelo, entre Elvis y mariachi, porque sale mucho en la tele, sale mucho en los shows, y sale mucho a decir lo mismo, como hacía el Dúo Sacapuntas. Pero yo ya no veo una estrella, que quizá Sánchez lo fue un día, sino que sólo veo necesidad, decadencia y tristeza. Sánchez lo que está haciendo es pasar el verano de Leticia Sabater, reinventándose a base de recauchutado y olvido, o el verano del tapicero, pregonando a la hora de la siesta la pena que es su trabajo, esas carceleras del butacón de escay.

Sánchez dice lo mismo por todos los platós, olvidándose de que ya lo dijo o incluso olvidándose de que, hace tiempo, dijo todo lo contrario. A mí ya me parece lo más triste del mundo esa gente que sólo puede ir vendiendo la misma historia de la braga que no lleva, o del desprecio del padre torero, o el mismo latiguillo de cuando la Ruperta; esa gente quemada de decir lo mismo, obligada a la humillación de decir lo mismo, condenada a decir lo mismo. Pero Sánchez aún va más allá, y lo que hace ahora es repetirnos por todos los programas, por todas las entrevistas, ante todos los públicos de tertulia, de editorial o de barraca, que él no dijo lo que le oímos decir y que nunca pasó lo que todos vimos pasar. Esas cosas no suenan a superestrella, sino a la última confesión de Rociito o a la última resurrección de Yurena (a Yurena la saco mucho y yo creo que es porque me parece la pareja perfecta para el presidente: Sánchez y Yurena contra las conspiraciones, las injusticias y la realidad, mucho mejor que Sánchez y Yolanda).

Sánchez no es una estrella pop, que dijo aquí Iceta un poco con la gorra para atrás igual que un chaval con carpeta de los Backstreet Boys. Sánchez, agotado, rebatido, desenmascarado, es como mucho una estrella trash, que no es lo mismo salir mucho en la tele que ir arrastrándose por la tele. Además, ni siquiera es uno de esos personajes que pueden seguir viviendo de la misma historia de la braga abanderada o de un estribillo de cuando Íñigo, incluso de la salchipapa, sino que tiene que estar vendiendo siempre la vuelta, el conflicto, el complot, la segunda oportunidad, lo nunca dicho, lo nunca visto, el cambio de vida, el cambio de pareja o el cambio de tetas. Sánchez está entre renacido y operado, entre reinventado y disfrazado, entre mendigo y desnudo artístico, entre amnésico de telenovela y amnésico de Sálvame, o lo que haga falta por seguir en el candelero o candelabro, que decía la otra. Pero incluso en la salchipapa o en la vida de Kiko Rivera hay una coherencia, una lógica. Lo de Sánchez es inexplicable a menos que asumamos no ya que no tiene pudor, sino que no tiene moral.

Sánchez, icono trash, hará lo que sea, como esa gente que se pelea en tanga por unos cocos en una isla desierta de pega

Sánchez, icono trash, estrella de la salchipapa que no respeta ni la memoria de la salchipapa, sale por los platós diciendo que no es que haya mentido, sino que cambió de parecer (se lo dijo a Alsina cuando éste le recordó algunas mentiras, y luego lo ha repetido Zapatero, otro icono trash, que ya parece María Jiménez, entre tierno e ido). De ser así, resulta que Sánchez cambió de parecer en temas tan principales que la única explicación es que no tiene principios. Uno no pasa de pensar que la colonización partidista de las instituciones pervierte la democracia a parecerle lo mejor del mundo. Eso sólo demuestra que en realidad no lo pensabas. Igual que si ves inmoral que los políticos indulten a otros políticos, pensar de repente que está bien tampoco es un cambio de opinión, sino la propia renuncia a la moralidad. Y no se manifiesta ningún cambio de opinión poniendo en duda el imperio de la ley o la jurisdicción de los tribunales, sino que así te declaras contrario a un principio básico del Estado de derecho. Igual que esa cosilla trumpista, esa especie de trumpismo moqueante que les sale a Sánchez y a los suyos de acusar a la prensa no adepta de propagar bulos y mentiras, igual que de quejarse de cierto desequilibrio en las opiniones que más bien suena a deseos de control o censura. ¿Negar la libertad de expresión y de prensa también es un cambio legítimo de opinión, o más bien el retrato de un autoritario? La verdad es que ser mentiroso e inmoral y estar en contra de los principios básicos del Estado de derecho no es cambiar de opinión, es simplemente ser mentiroso, inmoral y antidemócrata. Él considera esto “odio”, en vez de simple defensa de la verdad y de la democracia.

Sánchez, icono trash, estrella de la salchipapa que ya niega la existencia de la propia salchipapa, se reinventa, se afirma contradiciéndose, se contradice afirmándose, se quita el calzoncillo ante Wyoming o se quita la careta ante Alsina, y nos dice que lo creamos a él y no a nuestros propios ojos, como el descarado de Groucho Marx. Sánchez, icono trash, hará lo que sea, como esa gente que se pelea en tanga por unos cocos en una isla desierta de pega. Está ya entre el espectáculo, la decadencia, el morbo, la lorza y la estafa. Cuando termine por las televisiones, yo creo que Sánchez, triste de público y de futuro, cogerá la furgoneta del tapicero y a lo mejor ya no sale de ella. Ahí se quedará el estrellato, en competir con los campanazos huecos del verano, con la siesta de las moscas, sobrellevando esa resignación, esa agonía, esa pena o quizá esa tranquilidad de trabajar sólo en lo irremediablemente roto.