Creía uno que Feijóo había llegado al pacto fundamental consigo mismo que es saber qué quiere hacer, y de ahí le salía un Vox con líneas rojas, a lo Borja Sémper, quizá demasiado rectilíneo y semafórico para las dudas, circunloquios, dilaciones o tembleques con los que suele manejarse Feijóo. A lo mejor es que Sémper tampoco está ahí para decir nada muy sólido, que luego enseguida lo rebaten Feijóo o Bendodo, sino sólo para ponerle colores de polo veraniego al nuevo PP neblinoso, con tristeza de faro, que se les estaba quedando (a mí Sémper me recuerda a ese profe con tizas de colores que tuvimos todos, y que venía a ser más o menos como los demás pero le ponía algo de alegría al coñazo de los diagramas de Venn). El caso es que la línea roja sólo ha salido por lo visto en Valencia, pasando por allí como un meridiano, porque en otros sitios se diluía, se punteaba, se ignoraba o se tachaba. En Extremadura vimos una versión incluso más dura y roja, con María Guardiola plantada como para cantarle una ranchera a Vox. Pero Feijóo habrá pensado que tanta determinación hacía a su partido previsible y entendible, o sea que le estropeaba la imagen.
En Extremadura han pasado de la ranchera con pistolas al llamamiento al diálogo, y la cosa es que no sabemos muy bien por qué. A lo mejor ése es el objetivo de Feijóo, que aparezcan líneas rojas como anticiclones o que una racha de viento vuele ridículamente los ridículos sombreros rancheros de sus barones, pero siempre con azar e incertidumbre. La racha de viento en Extremadura podría ser la dimisión del asesor de Guardiola, Santiago Martínez-Vares, por un calentón de whatsapp, de saloon o de sabadete contra Abascal y su partido, pero detrás de la anécdota lo que se ve es que el PP no sabe aún qué hacer con Vox. Feijóo dirá que sus barones tienen libertad, pero eso es como poner un disco de Perales mientras se inhibe de nuevo a la hora de tomar decisiones, unas decisiones que afectan al futuro del partido y del país. Feijóo está otra vez esperando a ver qué pasa mientras las cosas ya están pasando o le están sobrepasando, y así lo que va a ocurrir es que lo van a encontrar un día muerto en el faro de Génova, con el barco de botella a medio montar.
Parece que a Feijóo le resulta más cómodo vivir en nubes probabilísticas, en estados superpuestos, estar vivo y muerto a la vez como el gato de Schrödinger
Feijóo no sabe todavía qué hacer con Vox, y eso lleva a pensar que tampoco sabe qué hacer con España, o con nada en general, que es muy grave para un político que encima nos dice que “22 es 2 por 10”. Feijóo no es que tema equivocarse, es que teme decidir, solidificarse en una decisión, colapsar en una decisión como una partícula subatómica y dejar así de ser cuántico para ser macroscópico, bien visible y palpable. Parece que a Feijóo le resulta más cómodo vivir en nubes probabilísticas, en estados superpuestos, estar vivo y muerto a la vez como el gato de Schrödinger, que es una parábola más sarcástica que pedagógica. Pero la gente necesita saber qué va a hacer, si va a haber desplante, líneas rojas, ruptura o camelo, porque ahora lo que tenemos es un guirigay en el que lo mismo vemos una amenaza de repetición de elecciones que a monjas sargento presidiendo parlamentos, o a consejeros del método Ogino o del Zotal preparándose el silloncito de mesón segoviano o la cama alta y con orinal de Isabel la Católica.
El mayor problema que tiene el PP no es Sánchez, que está acabado, sino Vox, o sea saber manejar o desactivar a Vox. Vox es lo único que le queda al sanchismo, su salvavidas con forma de roscón de Reyes, lo que moviliza a una izquierda que no dejaría el botellín y el mecherito por ese farero que es Feijóo. A la vez, es más que probable que el gobierno del PP dependa de Vox, y lo que pasa es que el PP no sabe qué hacer con este dilema, que aún es más gordo para un Feijóo que no tiene claro si es mejor estar muerto o vivo dentro de esa cajita de gato que hay ahora en el torreón de fantasmas de Génova. Vox es la única esperanza del sanchismo y es el único socio posible del PP, y a Feijóo con estas cosas le estalla la cabeza, más que con la tabla del 11. Por su parte, Vox creo que está pensando dos cosas: primero, que tener posada por la provincia es incluso más importante que llegar a un gobierno para quizá quemarse como Podemos; y segundo, que para tener fuerza en la próxima legislatura necesita que la izquierda reviva, que Sánchez reviva, y por eso están sacando a todo el batallón de mancos de Lepanto y puritanas castradoras, por eso la lona provocadora de Madrid y por eso ese Buxadé que anda crecido como un españolísimo árbitro calvo y bajito. No es que Vox sea lo único que le queda a Sánchez, sino que Sánchez es también lo único que le queda a Vox. Caerían los dos a la vez, y ésa es la coalición más espeluznante de esta campaña.
Feijóo no sabe qué hacer con Vox, o ha decidido que es mejor no decidir qué hacer con Vox y que ya lo decida el tiempo, el tiempo de un reloj de péndulo, pastoso como el de una pesadilla, o el tiempo meteorológico, que es una mezcla de azar y ciencia que le va mucho. Yo incluso veo a Rajoy apareciéndosele al líder del PP con su camisón de fantasma o de abuelo para decirle justo eso. La línea roja tiene la ventaja de que acababa con el ruido, con la incertidumbre y con el folclore, ese folclore tanto del despecho como del roneo que hay ahora con Vox, y del que se aprovecha Sánchez. Se trata de que en julio el españolito vaya a echar su papeleta, con tacto un poco de filete empanado, y tenga claro si va a haber pellizco de monja o corneta de cuartel, que no es lo mismo, o nada de eso.
Borja Sémper maneja bien la línea roja, mejor que María Guardiola o Santiago Martínez-Vares las pistolas, pero a Feijóo le estropea el galleguismo eso de dejar las cosas tan claras y fronterizas. A Sémper parece que lo han abandonado en su playa de pega para que se lo coma la marea, como le pasó una vez a Javi de Verano azul. Mientras, Feijóo mira desde el faro y toca el acordeón, no como pasatiempo sino como genial estrategia electoral.
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