Vox, que ahora está haciendo su gran desembarco con infantería de estanco, toreros con relicario, abadesas estreñidas, requetés domingueros, dependientes de camisería e hidalgos góticos con tomate en el calcetín, sólo está intentando sobrevivir al ciclo natural de los populismos. El populismo siempre muere de realidad, a menos que llegue a controlar la propia percepción de la realidad, que es en lo que siguen coincidiendo Abascal, Sánchez e Iglesias, que por eso atacan a los medios a la vez que sueñan con lucir en ellos y, claro, con controlarlos. El populismo no puede vencer mucho tiempo ni del todo, como los milenarismos con Mesías o nave nodriza, sino que tienen que sobrevivir entre la angustia, la conspiración, el aplazamiento, el cautiverio y el victimismo (de nuevo, miren a Abascal, Sánchez e Iglesias, que son como La Trinca del populismo). Los pactos con Vox están pareciendo difíciles, raros, caóticos y hasta cacofónicos porque Vox no quiere gobernar sino sobrevivir, que no es lo mismo. Y sobrevivir, ahora, requiere asegurar posiciones, fastidiar al PP y, sí, ayudar a Sánchez.

Vox ha bajado a las mazmorras medievales, a los tornos de beata, a los sótanos de las güisquerías, al almacén de los espantapájaros, y ha empezado a sacar gente como para dar sustos en el tren de la bruja. Señoras que presiden parlamentos con el aceite de ricino en la mano, o con las sales, por si les da un soponcio al ver un pito; señores que han venido de la Falange como de Isla Mágica, con insolación de infantilismo y espadas piratas; el propio Buxadé, siniestro como un enviado de Transilvania o de la Federación Española de Fútbol… A mí esta sobreactuación, esta mascarada, esta salida del armario carcunda como una salida de toriles, me parece precisamente la clave. Si Vox aspira a gobernar con el PP o siquiera a devolver al sanchismo a su Peugeot festivalero, no parece muy sensato movilizar a la izquierda con toda esta exhibición como orangista de bigotillos, correajes, cilicios y plumón, ni sacarlos del pasotismo con esa lona como un zepelín en la que se los tira a la basura, como hacían las cartelerías fascista y bolchevique, tan higiénicas ambas. Pero es que su objetivo no es un ministerio ficus, ni siquiera echar a Sánchez, que en realidad es su santo patrón.

Vox se enfrenta a dos peligros que a lo mejor son el mismo: la decepción del votante y la inutilidad. Para evitar la decepción, los populismos, en este punto, suelen refugiarse en la pureza dogmática, en la ortodoxia fundamentalista, que además les queda en plan arca de Noé, aparatosa, definitiva, cinematográfica, aborrascada y barbiespesa. Lo vimos ya con Podemos y también con Sánchez, que a veces parecían indistinguibles. Quedarse con una pequeña secta de fieles de ruló es preferible a que tus dogmas se demuestren una estafa. El otro gran peligro, o el mismo, es la inutilidad, que sus votantes perciban que Vox no sirve para nada, que toda su cacharrería histórica y cuartelera es para la chimenea y además ni siquiera puede sacar a Sánchez de su colchón. Para evitar parecer inútil o fracasado, o bien uno se libra de responsabilidades notorias, o consigue culpar a alguien de no haber conseguido sus objetivos. Eso hizo Pablo Iglesias, que sentía que tenía una vicepresidencia pero no el poder, que el poder en realidad pertenecía a Florentino Pérez y tal, que gobierna como desde un submarino mientras come un lenguado camuflado con su corbata. Pablo Iglesias dejó la vicepresidencia para ser algo así como otro Spiderman gordo de la Puerta del Sol, y así pasó de fracasado a mártir. Y problema resuelto.

Vox está ahora ahí, en ese vértigo de su existencia, entre la vida y la muerte, pensando que quizá gobernar los queme y que acabar con Sánchez es como acabar con esa gallina de los huevos de oro sin calzoncillo; pensando que deben parecer útiles a su causa o al menos a su folclore (de ahí esas lagarteranas de Cristo o esos sargentones cojoncianos que están colocando) pero sin demasiadas responsabilidades que los descubran como ineptos; pensando que el PP debe ganar por poco o perder por mucho, pero nunca de tal manera que Vox parezca superfluo; pensando que tener refugio y cantera por las provincias es más importante que tener un ministerio con trona, y que es preferible resistir en el arca que quemarse en el telediario.

Lo de Vox no es fácil, que se trata de mantener el ensueño de que tienen soluciones sin que el personal se dé cuenta de que sólo tienen paquete de calcetín para el día de la Legión

Lo de Vox no es fácil, que se trata de mantener el ensueño de que tienen soluciones sin que el personal se dé cuenta de que sólo tienen paquete de calcetín para el día de la Legión. Vox en realidad se disuelve bastante pronto sobre la moqueta del poder, tras los primeros espumarajos. En Castilla y León tienen a un vicepresidente que el personal ya ha asumido como una especie de muñeco de ventrílocuo vacilón y bocachancla, que habla escandalosamente sin consecuencias, como doña Rogelia. Y cuando llegan más allá del cuarto cubata ocurren cosas como eso de prometer relajar los controles de la tuberculosis en el ganado, que sonó como si se relajaran con el asado sus esfínteres patrióticos. Además, si el Estado y sus instituciones se mantienen fuertes, el daño que puede hacer un extremista es apenas publicitario. De ahí la importancia de las líneas rojas más que de evitar el abrazo de mesón.

Yo creo que Vox exige gobernar pero deseando que el PP no le deje tampoco demasiado para gobernar, yo creo que prefieren que Sánchez gane a que el PP no les necesite, yo creo que quieren altavoces y semilleros para el Yunque pero no responsabilidad ante los votantes ni ante la realidad. Puede parecer un comportamiento extraño, pero eso es porque no entendemos la necesidad del superviviente, que a veces resulta contradictoria, como vemos en el empecinamiento de Podemos o de Sánchez. Vox no puede decepcionar ni resultar inútil, pero uno cree que al menos una de esas cosas, si no las dos, es inevitable que ocurra, salga lo que salga del 23-J. 

Vox, que ahora está haciendo su gran desembarco con infantería de estanco, toreros con relicario, abadesas estreñidas, requetés domingueros, dependientes de camisería e hidalgos góticos con tomate en el calcetín, sólo está intentando sobrevivir al ciclo natural de los populismos. El populismo siempre muere de realidad, a menos que llegue a controlar la propia percepción de la realidad, que es en lo que siguen coincidiendo Abascal, Sánchez e Iglesias, que por eso atacan a los medios a la vez que sueñan con lucir en ellos y, claro, con controlarlos. El populismo no puede vencer mucho tiempo ni del todo, como los milenarismos con Mesías o nave nodriza, sino que tienen que sobrevivir entre la angustia, la conspiración, el aplazamiento, el cautiverio y el victimismo (de nuevo, miren a Abascal, Sánchez e Iglesias, que son como La Trinca del populismo). Los pactos con Vox están pareciendo difíciles, raros, caóticos y hasta cacofónicos porque Vox no quiere gobernar sino sobrevivir, que no es lo mismo. Y sobrevivir, ahora, requiere asegurar posiciones, fastidiar al PP y, sí, ayudar a Sánchez.

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