Si hubiese escrito este artículo hace tan sólo dos años, no habría dudado en considerar a la Federación de Rusia una superpotencia militar, avalada por sus arsenales nucleares, así como una potencia económica mundial por su posición dominante en el mercado energético. Hoy esa consideración sería, tal vez, una quimera tras su incapacidad para dominar militarmente a Ucrania e impedir la rebelión interna de Wagner.

Respecto a este último suceso, que el propio Vladimir Putin públicamente ha reconocido que estuvo a punto de provocar una guerra civil, existen todavía muchas incógnitas aunque también algunos hechos ciertos.

Ante todo, ya sabemos que el objetivo nacional prioritario de la Presidencia de Vladimir Putin, desde su llegada en 2000, fue lograr la restauración de Rusia como potencia mundial dominante apoyándose, en buena medida, en una recuperación del espacio estratégico de la antigua Unión Soviética. Para ello recurrió a procesos de integración política y económica, como hizo con Bielorrusia, pero también a la instauración de sistemas aliancistas, como la Organización de Seguridad Colectiva, y en último extremo a la intervención y el control militar directo, como en el caso de Abjasia y Osetia del Sur o Crimea.

Es en el marco de ese ambicioso objetivo nacional y ante la necesidad de llevar a cabo acciones híbridas en terceros países, con intervenciones militares necesariamente encubiertas, cuando se impulsó desde el Kremlin la constitución de una empresa privada militar denominada el Grupo Wagner, bajo la dirección de Yevgeni Prigozhin.

Las exitosas intervenciones del Grupo Wagner en la guerra civil en Siria, en Mali y, sobre todo, en la guerra civil de Ucrania y la anexión de Crimea en 2014, lo convirtieron en el instrumento por excelencia del Gobierno ruso cuando era necesarias intervenciones militares encubiertas en Europa, el Cáucaso, Asia Central, Oriente Medio o el continente africano.

Sin embargo, al igual que ha ocurrido en el caso de Estados Unidos con Blackwater, a largo plazo este tipo de empresas militares privadas terminan perjudicando los intereses estratégicos de los Gobiernos y países que las promueven y utilizan. La causa es la misma que está en su creación.

En efecto, estas empresas gozan de una amplia capacidad de actuación militar independiente, debido a su escasa y oculta vinculación institucional con las autoridades gubernamentales, ya que ello permite a éstas últimas la "negación plausible", es decir, negar su autoría y responsabilidad en aquellas operaciones ilegales que fracasan.

En semejantes circunstancias, el conflicto de intereses entre la empresa privada y el Estado suele ser escaso en sus efectos, mientras los mercenarios se emplean en operaciones encubiertas de escasa o limitada entidad estratégica. Sin embargo, no fue el caso del Grupo Wagner que, casi desde sus inicios, se utilizó en dos conflictos bélicos: Siria y Ucrania (2014 y 2022), operando como unidades militares de elite en sustitución de unidades militares del propio ejército ruso.

Era previsible que las tensiones entre Wagner y el Ministerio de Defensa ruso se acentuaran en la medida en que el planeamiento estratégico de la guerra en Ucrania le correspondía al Ministerio, pero una parte decisiva de la ofensiva rusa se hacía descansar en las unidades de elite de Wagner, como ocurrió en el frente de Bajmut. Muy pronto surgió la rivalidad la autoridad militar de Serguei Shoigu en Moscú y el liderazgo de Prigozhin con las tropas de Wagner en el frente.

El desencadenante de la rebelión fue la decisión legal de someter todos los grupos privados de seguridad al control del Ministerio de Defensa. Ello suponía anular a Prigozhin como autoridad máxima de Wagner y, por tanto, despojarle de su fuente de poder y riqueza. La respuesta fue una demostración de fuerza por parte de Wagner para tratar de destituir a Shoigu. El resultado, de momento, es la continuidad de las dos partes. Prigozhin salva su negocio militar, aunque reducido y fuera del control directo de Rusia y su legalidad, mientras que, también por ahora, Shoigu sigue al frente del Ministerio de Defensa.

El verdadero problema es en qué medida la capacidad destructiva total de los arsenales nucleares puede quedar bajo la autoridad de un presidente que no controla ni a los mercenarios a su servicio"

Una solución salomónica que salva la situación sin resolver el problema. Porque lo que la rebelión de Wagner demostró, sin pretenderlo, es que el Estado ruso está fragmentado en una pluralidad de grupos de intereses, tanto económicos como políticos y tanto civiles como militares, que impiden una respuesta clara, decisiva y centralizada de las instituciones y las fuerzas y cuerpos de seguridad ante la evidencia de una rebelión interna. Este grave hecho viene a sumarse a la constatada falta de control de amplias zonas fronterizas con Ucrania. Pero el verdadero problema para los rusos, aunque también para el resto de los europeos y potencias occidentales, es en qué medida la capacidad destructiva total de los arsenales nucleares estratégicos de Rusia puede quedar bajo la autoridad de un presidente y un gobierno que no es capaz de controlar ni tan siquiera a la empresa de mercenarios que creó a su servicio.


Rafael Calduch Cervera es catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid