Sumar es un proyecto “capilar” de Yolanda Díaz, no ya por lo de la capilaridad de la campaña (centrarse donde hay más opciones) que decía este periódico sino porque todo es la magia de su melena más una cola de partidos, corrientes, greñas, remolinos y penurias o vergüenzas políticas como penurias o vergüenzas de calvo. Todo ese jopo al viento le da a Yolanda mucho volumen pero, en realidad, no se ponen de acuerdo en nada más que en estar tras ella, como damas de honor sujetando el velo o peinadoras haciéndole la trenza igual que una columna salomónica. Ha sorprendido a algunos que su segundo, el diplomático o excursionista de la diplomacia Agustín Santos Maraver, no vea en Marruecos una dictadura sino quizá un reino de Las mil y una noches, mientras que Yolanda, incluso a través de la tormenta de su cabellera, lo ha visto clarísimo. Pero yo no le daría importancia a lo que van diciendo por ahí los porteadores de su trenza, los escultores de sus rodetes, los tañedores de sus bucles, los navegantes de su melena o los colilleros de sus mechones, que son la mayoría.

Sumar es un abejeo de criadas alrededor del Versalles de la peluca antonietista de Yolanda y un abejeo de vendedores de crecepelo alrededor de la calva tiñosa de la izquierda, pero en este enredo Maraver yo creo que destaca como una mecha californiana, él que nació en Los Ángeles. Nada en Sumar importa salvo Yolanda, que es la que tiene que llegar con margaritas en el pelo al altar balinés que le tienen preparado Sánchez y Frankenstein (ella ya es algo así como la novia prometida al monstruo, con vistoso pelucón tieso de electricidad y susto). Pero Maraver es un caso interesante. Primero, porque es un fichaje como galáctico que en realidad nadie entendía ni como galáctico ni como nada, sólo es un burócrata en ese internacionalismo de azafato, en esa ONU de Bibiana Aído o por ahí, eso que está entre el spa y el discurso navideño, como una miss. Y segundo, y sobre todo, porque es un ejemplo perfecto de la izquierda contradictoria, y ahí está con su número dos en el partido, su contradicción como un banderín en todo lo alto de la nueva / vieja izquierda, igual que un lacito de pastorcilla en el cabello acolmenado de Yolanda.

Maraver no es sólo una muestra de la izquierda contradictoria, esencialmente contradictoria, ineluctablemente contradictoria, sino que además es el ejemplo paradigmático de esa izquierda que aún se hace más contradictoria cuanto más viajada se considera. En ese internacionalismo excursionista tan común en la izquierda, un poco del Che en moto y un poco de Coronel Tapiocca con misión salvadora, se visitan o se imaginan embajadas y palafitos, palacios y paludismos, nobeles con poncho y reyes de florido harén, indigenistas de la Amazonia o indigenistas del Ensanche barcelonés, y uno, claro, suele acabar bastante mareado. Quiero decir que llega un momento en que las injusticias, los colonialismos, los imperialismos, las opresiones, los fetichismos, las fobias, los agravios y las revanchas de la historia o de los dogmas son imposibles de meter en la misma mochila y en la misma coherencia, y cada uno tira por donde le parece. En este caso, Maraver ha tirado por un alauismo de tetería como podría haber tirado por el Sáhara libre y churumbelero, que sin duda está más manido, más usado, más churretoso ya en nuestra izquierda, como el pañuelo palestino.

Marruecos se le aparece a Maraver como una víctima de la opresión española, como también dice de Cataluña, y ahí ya está todo hecho

Maraver cree que Marruecos tampoco está tan mal, como otra izquierda piensa que tampoco está tan mal Irán, que ya digo que es algo muy relativo, depende de si te parece más monstruoso una teocracia con barba hasta el culo o la banderita de España, que hay gustos para todo. Marruecos se le aparece a Maraver como una víctima de la opresión española, como también dice de Cataluña, y ahí ya está todo hecho. Una vez que uno tiene la opresión española como guía, puede ir de Machupichu a Rabat repartiendo bendiciones y castañas. Y llegar a Irán, incluso, si a la opresión española le sumas la opresión yanqui, con la que esta gente fantasea mucho, como si fuera con animadoras porno. La izquierda tiene muchos fetiches y fobias pero quizá no hay aquí ninguno tan poderoso como la cosa española, la cosa franquista que llega hasta Colón, la cosa taurina que llega hasta el mejicano, el payés o el beduino, para joderlos.

Maraver, ahora que lo pienso, hace un poco como de Sánchez verdaderamente convencido por Marruecos y hasta por los indepes, que el diplomático galáctico o sandalio también defendió el referéndum fake de Cataluña. Maraver es el Sánchez que Sánchez no se atreve a decirnos que es, y es como si Yolanda ya se estuviera casando por poderes con Sánchez a través de este hombre que mira Cataluña y ve conflicto histórico, y mira una monarquía medieval, con un rey de pesebre de oro y pañalito de niño, y dice que eso es “cosoberanía entre rey y pueblo” y que allí la violación de los derechos humanos se limita “a casos individuales”. Maraver sería como un Sánchez verdaderamente creyente, que a lo mejor ésa sería la pareja ideal para Yolanda. Sumar es Yolanda con laca, como una Yolanda de Los ángeles de Charlie / Sánchez; es Yolanda con mariquitas en el pelo y pájaros en la cabeza, es Yolanda que se peina como una Virgen de villancico, entre copos o dientes de león de la izquierda igual que pavesas; es Yolanda con extensiones, como una Yolanda / muñeca Rosaura, es Yolanda donando mechones lanosos y encendidos de sol para hacerle peluquines a una izquierda ya con el cartón al aire. La izquierda es contradictoria, con Marruecos o con el feminismo, con los chalés o con el Vogue, con los derechos o con los dictadores, pero eso no nos dice nada nuevo ni nada seguro. Sumar es Yolanda con Nenuco y yo, ya digo, no haría mucho caso a estos novios de sus rizos o a estos barrenderos de sus pelusas. Ni a Yolanda, claro, que en realidad me parece que también está calva por debajo del champú de huevo.

A diferencia de la campaña de las pasadas elecciones locales y autonómicas del 28-M, cuando la líder de Sumar, Yolanda […]