“Mi equipo casi siempre tiene razón”, dice Alberto Núñez Feijóo en los primeros compases de su corto electoral. Y su equipo le ha convencido “de que es bueno que conozcáis mejor a la persona que hay detrás de Feijóo”. El resultado es un vídeo de diez minutos repleto de claves, pero más sobre la idea de país que tiene el líder del PP y sobre el estándar del gusto medio español que sobre ese Feijóo íntimo que se nos promete.
Parece que a Feijóo hay que convencerle siempre de las cosas. Le han convencido para hacer este vídeo, como el año pasado hubo que convencerle para que viniera a Madrid a hacerse cargo del PP en llamas por la guerra interna que calcinó a Casado. El espectador pronto averigua que también hubo que convencerle de que entrara en política. Fue cuando le ofrecieron ser secretario general de la Consejería de Agricultura, pocos años después de incorporarse al cuerpo de funcionarios de la Xunta. Ni siquiera le penalizó haber montado “una pequeña organización sindical” con sus compañeros de Hacienda.
A Feijóo hay que convencerle de las cosas. Le han convencido para hacer este vídeo, como hubo que convencerle para que viniera a Madrid a hacerse cargo del PP
El caso es que aquel era un cargo político, “y eso suponía algo que no quería: meterme en política”. Feijóo, heredero de ese galleguismo que preferiría no hacerlo y que ha representado canónicamente Rajoy, aunque con maneras menos perplejas y más atléticas –envidiables a esos 61 que como él mismo presume no aparenta–, parece tener interiorizado aquel simpático consejo que se dice que recetaba Franco en las audiencias de El Pardo: «Haga como yo y no se meta en política». Tan interiorizado que lo exhibe después de media vida dedicado a la política y en plena campaña electoral.
Pero aquí tenemos a este político a su pesar, candidato a la presidencia del Gobierno tras sacar cuatro mayorías absolutas en Galicia y trayéndose de su tierra el equipo y las maneras comunicativas que galvanizaron su poder regional. En el vídeo, el espectador le acompaña en un largo paseo por los aledaños de su pueblo, Los Peares, a paso ligero aunque sin incurrir en la cadencia legionaria que manejaba Rajoy en sus caminatas. Luce una conseguida tonalidad en el pelo y ropa sport perteneciente a ese canon entre juvenil y decoroso de planta de caballeros, aunque ese pantalón blanco no le queda bien a cualquiera.
Mientras camina, Feijóo comparte con nosotros "algunas imágenes de mi vida y del tiempo que me tocó vivir" –ese pasado simple, que delata a un guionista del norte, no parece la elección más adecuada para un candidato de futuro–. Son algunas fotografías en blanco y negro, pero sobre todo impersonales imágenes de recurso: chavales en bicicleta, una maleta de cartón sobre una colcha de estampado setentero, el tren camino del internado, el pueblo quedando atrás cada vez más pequeño y poniendo el corazón en un puño al pequeño Albertito.
Sobre esas imágenes propias y ajenas habla Feijóo como hablaba Pablito en Cuéntame, que con la voz de Carlos Hipólito rememoraba las andanzas de su yo pequeño: "me lo pasaba bien jugando en las calles del pueblo, "era un niño feliz", "ayudaba en la tienda de la abuela". Mientras, una música indistinta de piano, de esas libres de derechos que proliferan como fondo en los vídeos sentimentales de las redes sociales, anestesia al espectador. Hay un único interludio roquero cuando Feijóo confiesa que también fue joven y nos habla de los tiempos de energía y creatividad de la universidad y de "la movida viguesa". Tiempos interesantes que él vivió con pasión pero, aclara, "al margen del activismo político".
Un tipo serio
Porque Feijóo ha sido joven, ha sido incluso gamberro, ha salido por la noche, pero ante todo ha sido siempre un tipo serio. "Haz las cosas bien", "piensa siempre en los demás" y "sé serio" eran las tres patas de la guía de conducta familiar. Y esa seriedad le ha servido de mucho en la vida. Para que le levantaran un castigo en el internado o para afrontar la renuncia a su sueño de ser juez, cuando llegó "aquella carta". La recreación de esa carta de despido recibida por su padre, cuando un abrupto contrazoom de Feijóo, parado en mitad de uno de los puentes que cruza durante el vídeo, representa el sentimiento de vértigo que sintió el joven Alberto ante aquella crisis familiar, es uno de los momentos de mayor carga dramática de este singular corto.
Pero en ese y otros trances, afortunadamente, acompañaba a Feijóo el consejo de sus padres: sé serio. Y así afrontará sus primeras responsabilidades políticas en Galicia. Y más adelante el reto de aterrizar en Madrid de la mano de Romay Beccaría para gestionar la sanidad todavía no enteramente transferida, y luego el de modernizar y hacer viable Correos. "Recuerdo las primeras reuniones tensas con los líderes sindicales. Hoy puedo contar a aquellos representantes sindicales como mis amigos", asegura mientras cruza otro puente. El hombre que cruza y que tiende puentes.
Feijóo es un gestor que se entiende con los sindicalistas. Al fin y al cabo fue un poco sindicalista durante una época, del mismo modo que había votado a González en el 82, cuando tocaba. Porque es un hombre común, un hombre de la mayoría para la mayoría. Como esas personas "templadas, humildes, tolerantes, que cada día se levantan para sacar su vida adelante, su familia, su país", a las que conoció cuando recorrió Galicia "pueblo a pueblo" en su primera campaña electoral.
Personas que no están en los extremos ni van por la vida ofendiendo", que "saben convivir y nos enseñan que dos no pelean si uno no quiere" –y en este punto vemos a un peluquero, a un alfarero, a una panadera, a unos pescadores, a un mecánico, en sus quehaceres o sonriendo a cámara–. Personas gracias a las cuales "prosperamos todos y vivimos en paz", dice Feijóo, como recuperando la letra del Libertad sin ira de la Transición –mejor que los 25 años de Paz del franquismo–. Personas que ven El Hormiguero o el programa de Bertín, catedrales televisivas del gusto medio, y que reconocen y tienen interiorizados los recursos estéticos hábilmente utilizados por Feijóo y su equipo en esta pieza audiovisual solo aparentemente inocua.
Una misión y un premio llamado Albertito
Ser como "esa gente humilde", ser uno de ellos, es uno de los orgullos de Feijóo. Y conocerles cuando recorrió Galicia "pueblo a pueblo" durante su primera campaña electoral fue lo que "le cambió" la vida. "La frase de mi madre, piensa en los demás, cobró otro sentido", asegura. El servicio público iba a redimir una carrera política emprendida a regañadientes. "Tenía que hacer lo que hiciese falta para que toda aquella gente viviese mejor. Y me absorbió de tal forma que durante casi 14 años era el 100% de mi vida".
El hombre común, el sacrificado gestor con corazón, tenía una misión. Solo le faltaba una cosa, "y la vida me lo dio encontrando a la madre de mi hijo, el pequeño Alberto". Hacia el final del vídeo, junto al lema familiar –"Haz las cosas bien y piensa siempre en los demás"–, aparece Feijóo con Albertito, su hijo, en brazos, y a continuación sus piececitos, fugazmente.
"Cuando crezca volveré con él por mi pueblo. Le enseñaré de dónde venimos, dónde estaba la tienda de su bisabuela, la casa de sus abuelos, por dónde jugaba su padre". Porque "sólo sabiendo de dónde venimos podemos saber adónde vamos. Y seguro que allí le diré lo mismo que me decían a mí", concluye Feijóo antes de desaparecer de la imagen, para volver sobre sus pasos y subrayar con un rotulador, en una gran cartela instalada por alguien en el camino, que es candidato a presidente "de todos" los españoles.
Al fundir en negro este vídeo que de personal tiene más la coartada que el contenido, es difícil creer que Feijóo necesita que le convenzan de nada. Contra lo que en ocasiones pueda parecer, no es uno de esos políticos que se pelea con la imagen y la comunicación. Le gusta mucho esa parte de su oficio, tiene sus recursos y los utiliza. De Alberto padre a Albertito, yéndose del pueblo y volviendo al él, esta calculada oda al arraigo y "las cosas importantes de la vida" no habla mucho del hombre, pero lo dice todo del líder y de su idea de España.
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