20.000 euros sí que te hacen adulto, te hacen casi bandido, que esa cantidad más que una subvención es un botín. 20.000 euros es un asalto a un tren, o es al menos una cosecha, o un décimo, o un braguetazo, cosas que no pueden manejar los chavales, que no tienen aún escala ni perspectiva para ese dinero, como no las tienen para el tiempo. Subvencionar con bono cultural los combates de Pokémon, que no dejan de ser peleas de pollos raros, o pagarles a los veinteañeros el Interrail, como un Orient Express de las hormonas, era un objetivo muy pobre de Sánchez, algo así como los cinco duros que nos daba la abuela y que ella se creía que nos duraban todo el domingo o incluso toda la vida. Yolanda Díaz va más allá, quiere hacer adultos de un guantazo de adultez del Estado, como antes la mili. Quiere darles 20.000 euros a los chavales y que se endeuden, se arruinen, encanezcan, dejen el folleteo de vagoneta para montar la ferretería o la oposición, o quizá para casarse con el proyecto amargo de un bombo y un monovolumen. Yolanda ha subido la oferta de Sánchez por el voto joven, pero no se da cuenta de que tanto dinero y responsabilidad no son una herencia sino un marrón.

20.000 euros que vienen con máster, con hipoteca, con noviazgo formal, con la carrera terminada, que ya los jóvenes no podrán ser tunos, ni poetas, ni skaters, ni erasmus eternos con el mapa de Europa hecho un gurruño igual que una braga. El personal ha salido enseguida con eso de que de dónde va a sacar el Estado, y más endeudado hasta las trancas, todo ese dinero equivalente al presupuesto de Educación o por ahí. Pero eso no es complicado, que el dinero de la izquierda viene siempre del mismo sitio, de los ricos, de esas grandes fortunas que sólo hay que dragar, de ese dinero sin fin como la propia maldad del capitalismo. Pero esto ya lo sabíamos, y en ese infinito 20.000 euros parecen incluso ridículos, pudiendo prometer la abundancia sin límites marxista. En lo que no cae Yolanda es en que está ofreciendo dinero a los chavales por estudiar o por trabajar, o sea que es más probable que el joven huya a buscar el ligue holandés que no que se convierta en panadero o en bróker a los 23. Entre el Interrail gratis y 20.000 euros para convertirte en esclavo de Hacienda y de los plazos del coche, yo creo que Sánchez sigue ganando entre los jóvenes.

A Yolanda y a todos los anticapitalistas les sobra el dinero, que siempre es el dinero del capitalismo. O al menos les sobra hasta que se quedan sin capitalismo, sin dinero, sin esos ricos gordos como toneles que vienen también con su grifito de tonel, y entonces ya sólo pueden administrar miseria y culpas. La gran contradicción es que el capitalismo es para esta izquierda, a la vez, fuente de todo mal, fuente de todo su dinero y fuente de toda su esencia. Me refiero a que el trabajo de esta izquierda parece que se limita a repartir el dinero del capitalismo y aun así su fin último es acabar con el capitalismo. La izquierda es un paraíso subvencionado por el enemigo, y cuando ya no hay enemigo patrocinador sucumbe, que es lo que ha pasado durante toda la historia. Para entonces, eso sí, los cabecillas suelen haber encontrado otro refugio y otro patrocinio, en una especie de estafa piramidal.

Yolanda quiere sacar dinero infinito de un sistema finito y quiere comprar a los jóvenes de ahora con dinero de adulto o de Cuéntame, como si los comprara con pesetas rubias o café de estraperlo

Yolanda no ha medido bien que la juventud o la sociedad ya no es ésa de los 70, que a los 23 años tenía pisito, préstamo, calva, cinco sacramentos y cinco churumbeles. Los jóvenes de ahora ya digo que no tienen escala para el dinero, ni para nada, pero lo peor es que la izquierda de Yolanda tampoco. Yolanda quiere sacar dinero infinito de un sistema finito y quiere comprar a los jóvenes de ahora con dinero de adulto o de Cuéntame, como si los comprara con pesetas rubias o café de estraperlo. Todo esto viene de no saber lo que es el dinero, de tener un concepto alegórico o mitológico del dinero, o quizá termodinámico, o sea pensar que hay una flecha universal del dinero como hay una flecha universal de la entropía o del tiempo, y que va del rico al pobre. Claro que la flecha termodinámica termina en muerte gélida del universo, un poco como la muerte siempre gélida del comunismo.

Aparte del dinero capitalista, que para la izquierda no es un recurso común sino una restitución direccional, hay otra riqueza infinita y contradictoria, y es el tiempo capitalista. El tiempo capitalista viene también con grifito, como una clepsidra, y se puede extraer, como el dinero, sin más que la voluntad de justicia, para dejar a todos a la vez con trabajo y descansados, con dinero y con salud, con pisito y con guitarra. Yolanda pide la jornada de 32 horas porque administra el tiempo igual que el dinero, de una manera arbitraria y sin ponderación, que es lo que hace esta izquierda puramente extractiva. No es que no se pueda reducir la jornada laboral ni entregar dinero a los jóvenes (ya se hace y se llaman, por ejemplo, becas). Es que no se puede hacer sin presupuesto, sin criterios, sin objetivos, sin baremos, sin consecuencias, sin equilibrio. En eso consisten la economía y la política, que manejan recursos y no panes y peces de dioses barbudos o guerrilleros barbudos.

Yolanda cuenta con dinero infinito, con tiempo infinito y hasta con simpleza infinita, justo lo que no tienen ni entienden los españolitos ahora mismo, que más bien piden realidad, mesura y prudencia. Claro que los jóvenes aún no tienen escala para nada de esto, y por eso es más fácil comprar estudiantes que parados, que enseguida te dicen que antes que en la conciliación y en los domingos con bicicleta ellos piensan en tener un trabajo digno. 20.000 euros quiere darles Yolanda a los jóvenes, a todos, sin filtro, sin criterio, no para que se vayan haciendo adultos sino para que crean que necesitan la paternidad de la izquierda, con ella de mamá pata. Se compra a los jóvenes o, claro, sólo tiempo para la estafa piramidal. Aunque a mí parece que sigue ganando Sánchez, que quiere comprar a los jóvenes con moneda joven, con sexo, con aventura, con maquinitas, con más juventud, no con el sueño de viejo de montar un bufete o una mercería, que eso es un bajonazo y un marrón.