Todas las horas hieren. La última mata. El momento decisivo, largamente esperado, ha llegado por fin. Una de las campañas electorales más trascendentales en la reciente historia democrática de España ya está en marcha.

Suena a tópico, pero créanme si les digo que en este caso no lo es. El crispado y polarizado escenario político y social, los controvertidos datos económicos, para unos casi catastróficos y para otros alentadores, hacen que la cita electoral del próximo 23-J sea especialmente delicada.

En realidad, y esto no constituye novedad alguna, el tablero de juego está diseñado como una lucha a cara de perro entre dos figuras. Los dos líderes de los dos portaaviones hegemónicos -lo siguen siendo- de la política española: el actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez y el aspirante y líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. Si hubo en España un tiempo reciente en el que muchos acariciaron la ilusión de que el tradicional bipartidismo pasara a ser tan sólo un mero recuerdo del pasado, ese sueño se ha desvanecido. Es así, a pesar de los esfuerzos del líder de los populistas de ultraderecha, Santiago Abascal, y de la emergente líder de la nueva marca surgida a la izquierda del PSOE, Sumar, la aún vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, que batallan por encontrar su propio espacio. Guerra habrá también entre ellos, pero solo para la ganar la ansiada medalla de bronce, un tercer puesto que en estas elecciones puede ser -y será- determinante para conocer quién gobernará España los próximos cuatro años.

Los debates

La visualización de esta dicotomía alcanzará su cénit el lunes 10 de julio, a las diez de la noche, prime time televisivo, en el debate a dos que enfrentará en los estudios de Atresmedia de Sánchez y a Feijóo, bajo la moderación de los periodistas Ana Pastor y Vicente Vallés. De todos es conocida mi desconfianza hacia estos formatos, al menos en España, donde más que debates reales lo que suele plantearse es una ordenada sucesión de monólogos de cada líder, sin apenas opción a interrupción o réplicas que convierten -espero que este sea una excepción- los 100 minutos de duración del espacio en un producto mediático y político, poco útil para la ciudadanía y apenas decisivo a la hora de inclinar o camibiar las tendencias ya predeterminadas de la mayoría de los electores a favor de un líder y en contra del otro.

La mayoría de los expertos sostienen que una confrontación como la descrita puede hacer mudar la voluntad de los votantes en un máximo del 0,5% de los casos. Tal vez, dadas las excepcionales circunstancias de esta convocatoria electoral y del momento político que vive el país, hagan que ese porcentaje sea mayor.

Luces y sombras del PSOE y del PP

Si atendemos a lo visto en las semanas previas, la llamada precampaña, el PSOE y su líder han aceptado plenamente el órdago lanzado por los populares de plantear esta pelea como un plebiscito sobre la figura del presidente del Gobierno.

Hasta el momento hemos visto a un Pedro Sánchez preocupado en exceso por justificar ante la opinión, de plató en plató, su gestión, notablemente personalista, y el porqué de sus decisiones, y quizá menos ocupado en presentar un plan de futuro de cara a los próximos cuatro años. Un hecho que ha sido presentado por su oponente, Núñez Feijóo, como una muestra de debilidad,como si el candidato socialista, aseguran en el PP, diera por perdidas las elecciones. No lo creo. Se equivocan quienes desdeñan el carisma del personaje, su tirón y su capacidad de crecerse en las situaciones en apariencia más adversas. Les invito a que repasen su historia reciente, desde aquel Comité Federal del 1 de octubre de 2016. Además, en esta turné televisiva, el presidente del Gobierno ha conseguido su objetivo: movilizar la deprimida izquierda del país salida con los huesos rotos de las elecciones del 28 de mayo. Inspirar, motivas, apasionar y movilizar los suyo era el objetivo de Pedro Sánchez y los datos de las últimas encuestas nos dicen que algo ha conseguido.

Las sombras del PP están mucho más claramente dibujadas y tienen que ver con los equilibrios de trapecista a los que se ha visto obligado el aspirante gallego para justificar que va a pactar, pero en realidad no, o tal vez sólo un poquito, con la ultraderecha de Vox.

Episodios como el protagonizado por María Guardiola en Extremadura, obligada por la dirección nacional de su partido a desdecirse de su promesa de no gobernar con la formación de Abascal, han sido especialmente bochornosos para la formación de Feijóo porque le han hecho perder un tiempo precioso para no perder la iniciativa de una carrera a La Moncloa para la que, según la mayoría de las encuestas, tiene casi todas las papeletas. La sensación de debilidad transmitida en las últimas semanas por un líder que aspira a serlo, no sólo de su partido sino de España, ha sido una pésima señal cuya factura en las urnas dentro de dos semanas está aún por calibrar.

Vox y Sumar: la pelea por el bronce

Tanto Vox como Sumar viven sus propias minicampañas dentro de la campaña general; en ambos casos, las dos formaciones han tenido que hacer frente a luchas internas que son las que realmente debilitan a los partidos de cara a sus electores. En el primero de los casos, las recientes purgas en las listas de caras muy emblemáticas de la formación de Santiago Abascal, como la de Víctor Sánchez del Real u otros, evidencian la lucha entre un ala más liberal de la formación populista, y otra enormemente ultraconservadora, ultracatólica e insoportáblemente homófoba a la que no pocos se han atrevido a calificar, abiertamente, de falangista.

En el caso del partido de Yolanda Díaz, Sumar, su reciente creación y la precipitación con la que Sánchez convocó las elecciones han obligado a la líder gallega a redactar a toda velocidad un programa de gobierno que está sufriendo sonoras rectificaciones, como su propuesta de expulsar de la carrera a periodistas que falten a la verdad. Otros puntos, como los famosos 20.000 euros que se concederían a todos los jóvenes, sin distinguir su renta, que han sido ampliamente criticados por economistas de todo signo, dan una sensación de improvisación que no se corresponde con la seriedad y la solidez de la figura de Díaz.

Una vez superada la polémica por el presunto veto en listas a la ministra de Igualdad, Irene Montero, la gallega debe apostar por una campaña serena y en positivo, para atraer al mayor número de votantes que, desengañados de Sánchez, nunca votarían a la derecha, pero pueden ser fácilmente atraídos por la fatal tentación de la abstención.

Los nacionalistas, sin novedades apreciables.

Apenas nada que decir tengo acerca de los partidos nacionalistas, fundamentalmente ERC y PNV, aliados en esta última legislatura del gobierno de coalición presidido por Sánchez, pero que en el caso de los nacionalistas vascos podría mudarse, nada nuevo en la reciente historia parlamentaria española, en un apoyo a un emergente Feijóo, si superara los 150 escaños y renunciara al apoyo de Vox. Existen incluso voces, por extraño que parezca, que desde el propio PSOE abogan por que esta formación permita que gobierne la lista más votada, que casi con total certeza será la del PP.

Así lo precisaba hace unos días nada menos que el expresidente Felipe González, que no es precisamente un  cualquiera. Bildu, con su equívoco lema de 'Lo volveremos a hacer', copiado del eslogan de los responsables del 1 de octubre en Cataluña, mantendrá sus reivindicaciones soberanistas, con la posibilidad más que real de dar el sorpasso al PNV. Lo veremos. La previsible aparición en escena de un amortizado Carles Puigdemont no creo que añada absolutamente nada a un escenario que camina, desde hace años, al margen de él, que no es más que pasado y que acabará sentado en un banquillo antes o después.

Apenas dos semanas para reflexionar. Voten lo que crean más adecuado para España,o lo menos malo, pero voten. Y háganlo en conciencia. Si no, luego no vale lamentarse durante cuatro años porque las cosas no discurren como nos gustaría.

Todas las horas hieren. La última mata. El momento decisivo, largamente esperado, ha llegado por fin. Una de las campañas electorales más trascendentales en la reciente historia democrática de España ya está en marcha.

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