Yo sé que muchos de ustedes, una brutal mayoría, son lectores a los que la cultura, el conocimiento y la curiosidad les golpea de forma permanente. También sé que la minoría restante está notando llegar los golpes de forma caótica. A estos decirles que no se preocupen, que el caos sólo es un desorden en apariencia y que si un fractal parece un dibujo caprichoso, reduzcan el zoom y verán que tiene una forma, un orden en formas y colores.

Así que, creo que, lo que quiero decir con esto es que no abandonen. Déjense golpear. Al final los puntos siempre se conectan y todo tiene sentido.

Muchos empatarán con alguno de los personajes de una serie que se llama The Big Bang Theory, en la que cuatro entrañables 'sabelotodos', luchan por abrirse paso en una sociedad complicada para la que no tienen habilidades sociales. Es la gracia de las series, que te obligan a buscarte tu personaje favorito (yo soy muy de Sheldon Cooper, de Chandler Bing y de Toby Ziegler… qué le vamos a hacer).

De igual manera sabrán que uno de los personajes de The Big Bang Theory se llama Leonard Hofstadter y que su apellido se debe al físico, premio Nobel en 1961 y profesor en la Universidad de Stanford, Robert Hofstadter. Si saben esto, saben perfectamente que uno de sus tres hijos es Douglas Hofstadter: profesor universitario, doctor en física, experto en ciencia cognitiva y autor de un gran libro llamado Gödel, Escher y Bach: un Grácil y Eterno Bucle. ¿Ven?Los puntos siempre acaban conectando.

Lo digo porque en su libro, Hofstadter nos habla en varias ocasiones de la recursividad, que es un proceso cuya definición es una versión más sencilla de sí mismo. Llámenme loco, pero creo que esto es lo que estamos viendo con las elecciones.

Pedro Sánchez, con su convocatoria inmediata, ha generado recursividad y ha simplificado el sistema.

Hace poco más de un mes nos enfrentamos a unas elecciones regionales y municipales en las que todo se planteaba como un plebiscito a Pedro Sánchez. Esto generó mucho ruido, porque los candidatos de los distintos partidos (especialmente los socialistas) hubieran preferido que lo que estuviera en juego fueran sus propuestas, pero la simpatía o antipatía por Pedro Sánchez mandaba.

Hoy estamos ante esa misma prueba, pero sin procesos intermedios ni intermediarios. Estamos ante una versión más sencilla de lo que vivimos el 28-M. Pedro Sánchez, con su convocatoria inmediata, ha generado recursividad y ha simplificado el sistema.

A lo mejor por eso ahora le interesa caer bien e ir a tantas entrevistas y haber estado cinco semanas justificando su pasado sin contar nada de su futuro: porque ahora el sistema es más sencillo y, por lo tanto, la explicación ha de ser más simple.

El caso es que quedan dos semanas de mensajes electorales. Quedan dos semanas de memoria obligada (a aplicar a todo lo que sea negativo del rival) y de amnesia oportuna (lo que pudiera ser todo lo malo propio).

Dos semanas de potencia, de volumen en el mensaje y en los que la gran parte de las promesas acabarán muriendo en el eco como el verdadero eco muere en la montaña. Porque, si algo nos enseña la realidad política, cuando la aislamos del esfuerzo por lograr un voto más, es que hoy comenzamos un proceso que, en principio durará cuatro años, pero que no es más que una forma arbitraria de medir el tiempo.

Quiero decir que el mundo sigue girando, la economía sigue moviéndose, los países siguen generando o descubriendo quiénes son sus enemigos… y lo que importa de una legislatura es cómo, el Gobierno que la asuma, se enfrenta a estas realidades.

En septiembre de 2008, los gobiernos veían como caían bancos que meses antes parecían indestructibles y el mundo contempló cómo el gobierno americano organizaba un rescate. Sobre todo vieron cómo el dinero desaparecía porque, aquello que un día cualquiera tenía un valor inasequible, al día siguiente no valía ni el papel que lo soportaba. Ahorros, capitalizaciones e inversiones, desvanecidos

O el Covid: vimos lo que ocurría en China; vimos que el 12 de febrero de 2020 se produjo el primer fallecimiento en España, pero también vimos que días antes del confinamiento, se celebró la manifestación del 8M. ¿Estableció un diferencial en el proceso de contagio esa manifestación? Nunca sabremos. Puede que no, pero se iba de bruces con lo que se veía ya desde el Gobierno y de cuáles serían sus decisiones después.

Ese capítulo produjo un parón en el crecimiento (a todos los países) del que España ha alcanzado el PIB prepandemia hace apenas 10 días, lo que implica que ha llegado mucho más tarde de eso que tanto preocupa a este Gobierno y que son los países de nuestro entorno.

¿Qué crecemos más que nadie? Como para no… si es que los demás ya están en la zona de desafío mientras España todavía está recuperando terreno. Un símil a esta situación estaría en el ajedrez: en cualquier partida los primeros movimientos son rápidos, casi mecánicos, porque hay conocimiento y maestría. Ahora, los últimos son los que llevan mucho tiempo de pensar. Los que hay que meditar, no sólo pensando en tu estrategia, sino intentando anticipar la del rival. Imaginen, pues si, encima, empezamos tarde.

Otro ejemplo sería la guerra de Ucrania, en la que no nos hemos implicado como otros países de la OTAN, y en cuya solución o desarrollo no parece que tengamos ninguna capacidad de influir, pero nos hemos comido la inflación como cualquier otro país.

Hay dos formas de enfrentar la realidad: anticiparse y actuar, por muy impopular que sea lo que uno va a hacer. La otra es esperar, atrincherarse, reaccionar tarde y culpar a… pues en 2008 fue el malvado capitalismo, en 2020 China y el virus y, ahora, Putin (éste es muy claro en el origen, pero no estoy yo tan convencido que lo sea en las consecuencias).

Así que, entiendo, dos cosas: la primera que lo prometido hoy en campaña, puede saltar por los aires mañana por una crisis, u olvidarse, porque la vehemencia con la que se promete no es proporcional a lo factible de la promesa ni a la honestidad con la que se prometió.

Y, la segunda: que, de un Gobierno esperamos muchas cosas, pero, especialmente valor. No osadía, ni mucho menos vanidad o alarde. Valor como para vivir en la incertidumbre y valor como para saber actuar después de haber escuchado, algo que también requiere coraje.