La gente bien se casa así, enlazando castillos, dineros y cuernos heráldicos, majestuosos, ensortijados y confitados, como de reno navideño más que de ciervo de blasón. Tamara Falcó e Íñigo Onieva se han casado por fin ante Dios y ante los fotógrafos de la exclusiva, que les hacían de angelotes de retablo o de pastorcillos de Belén en una boda que en realidad, por lo que uno ha visto, era como de futbolista. A la gente fina no dejan de salirle bodas de futbolista por mucho marquesado y mucho cuerno mitológico coronado de hojas de roble que paseen. Es como si el dinero de calcetín o de ferralla hubiera contaminado o comprado definitivamente la elegancia, como un tigre albino de Sergio Ramos. Las bodas de futbolista que quieren parecer de gente fina, la gente fina que termina haciendo bodas de futbolista, así está la cosa cuando uno creía que, en general, casarse era una horterada, o al menos casarse como si fuera un balón de oro o, aún más extremo, un bautizo. Pero yo creo que para ver la verdadera boda del año y del pueblo tendrían que casarse Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, que es lo que están esperando algunos cortesanos.

La gente bien se casa así, enlazando esa aristocracia de la pereza, la languidez y el moño o cerebelo sujeto por una tiara (una tiara casi quirúrgica) con la aristocracia del dinero o del poder, que es un contraste que siempre funciona. La marquesita de Griñón o de Lladró, hecha para el pudor, la costura y el urraqueo monjil de joyas y toquitas, se casa con el príncipe de los lavavajillas o algo así, que uno también puede ser de la jet vendiendo lavaplatos mientras, claro, pueda comprar tigres albinos y meterlos en el Ritz, como si fuera un hotel de Fellini. Pero resulta que justo eso es lo de Yolanda y Pedro: la aristocracia de la izquierda con sueños de Porcelanosa, que nos va a salvar con estampitas de barbudos y sopas de ajo de las Hijas de la Caridad, y el ligón de pulserita y despechugue, con carrerita vulgar pero exitosa, lo suficiente para ser marqués en su colchón y ladrón de corazones en los palacios y en las cabañas.

La boda del pueblo, la de Yolanda y Pedro, que ellos son el pueblo como Tamara e Íñigo son la élite, al final es otra boda de gente bien, que la maldición del futbolista de boda no sólo llega a la aristocracia sino a la política. Vienen hasta con historias y ajuares paralelos, esas cosas que va haciéndote el destino para que al final te cases con obispo, cisne de hielo, tigre albino y el Hola detrás como un confesor de la reina. Tamara Falcó, por ejemplo, tiene de profesión ella misma, sus platós, sus exclusivas y hasta su propia boda, que a uno le parece que ha sido como invertir en una granja. O, si acaso, tiene de profesión lo que ella llama “diseño”, que es poner el monograma de su nombre en cosas, a veces, o sobre todo, en ella misma. Pero es que eso exactamente es lo que hace Yolanda Díaz, trabajar su nombre como la que trabaja una labranza, sacar Sumar como si bordara un pañuelito de encaje con sus iniciales, y llamar política a contemplarse, como la otra lo llama diseñar.

Yo creo que para ver la verdadera boda del año y del pueblo tendrían que casarse Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, que es lo que están esperando algunos cortesanos

Por su parte, Íñigo Onieva tiene dinero e historia por la familia, que creo que venden electrodomésticos al por mayor o algo por el estilo, algo que en todo caso suena como si tuvieran una naviera de frigoríficos. Pero leo que él no está por seguir la tradición, que no sé si vender electrodomésticos le hace parecer un poco el butanero de la gente guapa, y por lo visto quiere diseñar coches, igual que su señora quiere diseñar fulares o falditas de tenis. Esto del diseño, el diseño como artisteo, en genérico, en reflexivo, en haragán y en infantil, o sea diseñarse el vestido de hada que se diseñan las niñas o el coche fantástico que se diseñan los niños, parece que es la verdadera vocación de esta gente, la manera más creativa de ser inútil, seguramente, cuando lo más productivo que puedes hacer por tu familia, por tu herencia, es resultar absolutamente prescindible.

Pedro Sánchez también ha despreciado la historia del PSOE, ya no hace socialismo para el españolito, con el españolísimo frigorífico a plazos, sino que está haciendo una especie de socialismo narcisista de carreras, apostando por él mismo en la Moncloa como en Montecarlo, o un socialismo de aviador guapo, proponiéndose gobernar sin ideología como el que se propone cruzar el océano sin escalas, o aún peor, un socialismo de pugilato del tongo, negociando con matones la bolsa de todo lo público. El PSOE de Sánchez es el antojo infantil, apolítico y consentido de una cama de los Transformers en la Moncloa, que no importó mucho a su partido mientras no le supuso pérdidas. Ahora en el PSOE empiezan a estar mosqueados, pero volverá a no importarles si el matrimonio sale bien, aunque en la Moncloa sigan la bola de discoteca y el camarada patibulario.

La gente bien se casa así, disimulando el negocio con el amor y disimulando la horterada con ese Ritz de nata que es como la Moncloa de nata en la que se sienta Sánchez entre cuadros bocabajo, o que él se preguntará si están bocabajo. Tamara Falcó / Yolanda Díaz, emperatriz infantil con tiara hasta el encéfalo, con franquicia de su persona, con herencia de teteritas y pistolones, con mermelada de perlas en la boca cuando habla pastosamente, con dinero inabarcable o inacabable o incontable que ella va soltando en los discursos como perdigonazos de oro puro, va hacia el altar con Íñigo Onieva / Pedro Sánchez, guapo de club náutico, empresario ausente con empresa regalada, vividor por vocación, superviviente que sobrevive a la noche con guayabera o guayabo, pillo que no miente sino que cambia de opinión convenientemente.

Tamara / Yolanda e Íñigo / Pedro son, a pesar de todo, el amor o el negocio de sus vidas, aun con enredo de cuernos, desprecios, desmayos, flores de cornucopia y flores de lis haciendo como un tapiz en la alcoba. Tienen a su lado un coro de prensa rosa y una tropa de modistos y horoscopistas, tienen curas y DJ, tienen soldados y plebeyos, tienen chorreras y barra libre, tienen cisnes de hielo y bragas de hielo, tienen rosas rojas y pianos blancos como tigres blancos. A mí, la verdad, me parece una boda de futbolista, termine en la Moncloa o en el Ritz.