Aquella carta que llegó al despacho de la alcaldía era una lección de economía, marketing y promoción turística. Todo al mismo tiempo. Era una queja amarga remitida desde Pennsylvania, Estados Unidos, al Ayuntamiento de Bilbao. Sucedió en octubre de 2012. Una turista trasladaba al entonces primer edil, Iñaki Azkuna, su malestar por el cobro de un bocadillo de jamón en un establecimiento de la ciudad. No le dolió el precio, sino el engaño. La picaresca del hostelero cortoplacista que cambió el bocadillo por una ración con pan y con ello disparó la factura. Otro turista guiri más del que aprovecharse, pensaría. Fue el regusto más amargo del viaje al País Vasco que le quedó a la vuelta a su país. Azkuna no se calló. Además de responder y ofrecerse a pagarle la ronda, salió a la palestra para advertir al sector: "Con el ‘boca a boca’ esos 8 euros se convertirán en 80 y luego en 800… ¡tratemos bien a quienes nos visitan!".
Es un clásico del verano. Las redes sociales se inundan de facturas imposibles y de atracos en chiriguitos de playa, bares de carretera y establecimientos mediocres reconvertidos durante tres meses en fallidos locales deluxe.
Es evidente que generalizar es injusto. No, no todos lo practican, no todos sirven picaresca para comer. Las webs de búsqueda de hoteles, restaurantes y servicios turísticos están llenas de agradecimientos a empleadas amables y servicios brillantes que mejoran las vacaciones del visitante. Empleados vocacionales que no buscan el regate corto, el beneficio exprés sino aportar un poco más de felicidad. Al fin y al cabo, es parte del trabajo.
Son la cara positiva de la moneda que circula estos días. La negativa siempre hace más ruido. Pero seamos honestos, el abuso al turista es un plato de temporada que se cocina cada vez más. Una suerte de robo gastronómico que aplica la idea de que el visitante esporádico no regresará y por tanto no tiene coste aprovecharse de él, de su despiste o su desconocimiento, de su sueldo más elevado o de su incapacidad para responder en castellano. Además de miserable, es falso. Lo tiene, claro que lo tiene.
Es la ‘marca España’ la que estos días se sirve en la mesa. La que con poco se irá por el sumidero en lo que dura una cerveza, un pincho o una comida exprés hecha y servida con desgana
El cliente al que cobrar y good bye, si te he visto no me acuerdo, no es difícil de identificar. Es el candidato a dar salida al jamón malo para cobrárselo como pata negra, servirle la merluza congelada como fresca o al que brindarle un menú turístico que ni siquiera se acerca a la calidad del menú escolar de catering de los niños. Abunda en los lugares con más visitantes, en las costas en las que los turistas nunca han faltado.
Como país, es la peor inversión. La que cronifica y no evoluciona. Rincones en los que quizá no se ha pensado que si así les va bien, podría irles mejor. Los sabios hosteleros siempre respetan al cliente, venga de donde venga, sea quien sea. Aplican la máxima de que su objetivo es dejar un buen recuerdo, incluso la de perder hoy para ganar mañana. El fruto siempre llega y beneficia a todos: al turista, al país y a la caja registradora.
Es la marca España la que estos días se sirve en la mesa. La que con poco se irá por el sumidero en lo que dura una cerveza, un pincho o una comida exprés hecha y servida con desgana. La que echará a perder los esfuerzos que el resto del año otros hacen por atraer visitantes, por ajustar precios y por cuidar ofertas y propuestas.
Hay quien lo llama picaresca en un intento por restarle gravedad. Dar menos por más siempre ha sido un engaño, toda la vida. Este verano habrá nuevos argumentos para aplicarlo en la subida de precios de las materias primas, en la inflación desbocada y en la bolsa aún sin recuperar de la pandemia.
Son las pequeñas cosas las que en muchos casos dejan un sabor amargo al final del bocado. Esa guindilla picante olvidada al final de la ensaladilla hará olvidar el resto de sabores. Esa cerveza mal tirada en la playa pero cobrada como una Guinness pausada en el corazón de Dublín. O el café con hielos a precio de iglú. Tampoco faltará la factura confusa con pluses inesperados o la ausencia de ella que agudiza ese mercado negro que no paga impuesto y luego reclama carreteras, hospitales y escuela pública.
Es sencillo. Se trata de cuidar el principal motor económico del país. El que lo consume y el que lo dirige. La honestidad y la verdad siempre dieron más rédito. En un juzgado, en una relación y en un chiriguito de playa. Hable inglés, francés o euskera. Disfruten del verano.
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