Feijóo parece que ha vuelto a aquello de la pinza, aquel monstruo un poco de quitina y un poco de papel que Anguita siempre dijo que nunca existió. Aquella IU aliada con el PP tras una cena de Anguita y Aznar en casa de Pedro J. Ramírez era todo un peliculón, pero lo que pasaba era que Anguita votaba siempre según el programa, que para él era como las Sagradas Escrituras de un rabino, y la pinza resultaba ser simplemente coherencia. La famosa pinza la solíamos ver a veces casi físicamente, que yo creo que te la traía El País encartada, hermosa y plastificada como cuando regalan piezas de cubertería. Pero lo que ocurría era que Anguita no iba a ayudar a aquel PSOE de la corrupción, los GAL y el pelotazo simplemente por compartir rojos decorativos y barbudos de cabecera. Feijóo saca un poco ahora la pinza como la lanza de Longinos, de poderes míticos o imaginarios, pero Abascal no es Anguita, aunque le haya copiado la barba aquea o filistea o lanceolada, y Vox no está ahora en el purismo del programa, programa, sino al contrario, en el juego de supervivencia de las sillas.

Vox es casi lo único que tiene el sanchismo ahora, que ya vieron al presidente Sánchez, en el cara a cara, dejar la moto de la economía en la cuneta, dejar incluso la insolvencia de Feijóo, que Sánchez paseaba por el Senado como se pasea a un cateto por la Gran Vía (por cierto, volviendo al debate, ¿qué clase de insolvente es el que es incapaz de rebatir a un insolvente?); aparcó incluso sus logros o propinillas más cascabeleros, y se puso a hablar de Vox, decidió que la mejor baza que tenía era Vox. No es ya que Vox y el PP sean lo mismo, que decía Sánchez como cuando Felipe González soltó que Anguita y Aznar eran “la misma mierda”. Lo relevante y clarificador era que sin Vox Sánchez parecía que no tenía nada que decirle ni rebatirle al PP. La derechona de Guerra, aquel dóberman que creo que se le ocurrió a Ciprià Císcar, copiando esa costumbre americana de las campañas en negativo, todo eso se lo había quedado Vox, lo había heredado Vox como se hereda un quiosco. Sin Vox, Sánchez se tendría que haber puesto a hablar de fútbol con Feijóo, o entregarle directamente las llaves mozárabes de la Moncloa.

Vox es casi lo único que tiene Sánchez, o al menos lo más importante, que sus mínimos vitales para la vida mínima y suficiente que propugna, o sus leyes filosóficas, ejemplarizantes y vanguardistas, son nada al lado de la necesidad de sacar a Vox, esa alerta antifascista que se llevó la coleta de Pablo Iglesias como la pierna del capitán Ahab pero que Sánchez creía que no podría llevarse su sonrisa, blanca y pesada como un ancla. Desde Susana Díaz, el PSOE ya vio las posibilidades y ventajas que tenía sacar a Vox como espantajo y como carabina del PP, lo bien que les venía tenerlos ahí, en las verbenas, en los debates y en las instituciones, con el pollo y la cabra. Aunque al final no ha sido tan buena la jugada. Sánchez se ha hecho dependiente de Vox, fuera de Vox sólo le queda irse al chapapote, y eso ha engordado al PP. A la vez, Vox, como todos los populismos, va perdiendo su inercia y ya no están en la proa de un galeón sino en la supervivencia del náufrago con taparrabo y coco.

La pinza, otra vez la pinza, que se le ha aparecido a Feijóo como un crismón. Pero ya digo que la pinza era sólo una consecuencia azarosa de la máquina de Anguita de leer programas como viejas tarjetas perforadas, y Vox no está para programas sino para pillar lo que pueda. Eso de que a Sánchez sólo le queda Vox y a Vox sólo le queda Sánchez, que es lo que ha venido a decir Feijóo, queda elegante en la simetría pero no es del todo así ahora. A Vox, en realidad, lo que le queda es el PP. Arrimarse al PP para ganar poder a la vez que se distancia del PP para conservar un sitio, y así no tener que volver a los graderíos de cemento, gallos y garbanzos de Paco Gandía. El PP y Vox son lo mismo, dice Sánchez; el PSOE y Vox son lo mismo, dice Feijóo; el PP y el PSOE son lo mismo, dice Abascal, y así tenemos ya tres pinzas que se nos vienen encima como monstruos de plastilina, como tres kaijus japoneses. Las tres pinzas pueden ser verdad o mentira según se miren, incluso pueden ser verdad y mentira a la vez, como la pinza de Anguita que no existía pero se sentía.

Sánchez tiene a Vox como único soldado y eso se le notó en el debate, Vox tiene al PP a la vez como socio y competidor, el PP tiene a Vox a la vez como socio y como estorbo, y esto no es fácil de desenredar. Lo de la pinza escondía, ya desde el nombre o la simbología, una intención maligna, como si fuera una mano de garfio, pero la pinza es en realidad el juego de la política vendido como película. Sánchez sabe que sólo puede sobrevivir si el personal le tiene más miedo a Vox que a lo que ya le han visto hacer a él, y tiene razón. El PP señala que sólo gracias a Vox Sánchez tiene una oportunidad de sobrevivir, y tiene razón. Vox sabe que puede cumplir el ciclo de los populismos y desaparecer, ve más importante pillar las cuatro sillas de vieja por los pueblos que la entente patriótica antisanchista, y tiene razón.

Nadie ha firmado pactos antinaturales en cenas con pianista o con pistolero, es un juego de todos contra todos en el que, eso así, ahora todas las cartas están a la vista. Vox es lo único que le queda al sanchismo, pero Vox no se va a apartar sin más, que el Yunque espera su nave nodriza y Abascal espera su cuadro con bandera como con vellocino. Lo de llamar al voto útil cuando es útil para uno, que es lo que hace el PP, es una obviedad. Sería mucho más potente, aprovechando que Feijóo ha salido del debate con medio Falcon, dejar claras las opciones: cuándo se pedirá abstención y cuándo habrá líneas rojas, y si no, elecciones. Y que el tiempo y la realidad terminen con Vox como terminaron con Sánchez. De esa pinza sí que no escapa nadie.

Feijóo parece que ha vuelto a aquello de la pinza, aquel monstruo un poco de quitina y un poco de papel que Anguita siempre dijo que nunca existió. Aquella IU aliada con el PP tras una cena de Anguita y Aznar en casa de Pedro J. Ramírez era todo un peliculón, pero lo que pasaba era que Anguita votaba siempre según el programa, que para él era como las Sagradas Escrituras de un rabino, y la pinza resultaba ser simplemente coherencia. La famosa pinza la solíamos ver a veces casi físicamente, que yo creo que te la traía El País encartada, hermosa y plastificada como cuando regalan piezas de cubertería. Pero lo que ocurría era que Anguita no iba a ayudar a aquel PSOE de la corrupción, los GAL y el pelotazo simplemente por compartir rojos decorativos y barbudos de cabecera. Feijóo saca un poco ahora la pinza como la lanza de Longinos, de poderes míticos o imaginarios, pero Abascal no es Anguita, aunque le haya copiado la barba aquea o filistea o lanceolada, y Vox no está ahora en el purismo del programa, programa, sino al contrario, en el juego de supervivencia de las sillas.

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