Es habitual que, en plena campaña para las citas electorales, ahora generales y el año que viene europeas, los partidos y coaliciones concurrentes se afanen en desplegar un interminable catálogo de ilusiones cautivadoras de la atención del votante, pero nadie ignora que casi el noventa por ciento de lo que recogen en sus programas difícilmente podrán cumplirlo una vez las tramoyas hayan cambiado el decorado de la escena.
En medio de esa bulliciosa colmena de promesas y buenos propósitos, cual listado de deseos de fin de año, casi siempre encuentra cabida, en diferente gradación e intensidad, el conflicto que nos lleva enfrentando a los saharauis con el reino de los alauitas desde octubre de 1975, pues solíamos contar con un consenso frágil pero unánime en los programas electorales, desde una izquierda combativa y asuncionista de los derechos del pueblo saharaui, hasta una derecha casi indiferente salvo para dotar de cierto sentido de responsabilidad sus propuestas en política internacional en el escaparate electoral.
El frágil consenso se mantuvo hasta el primer trimestre de 2022, cuando el dúo Albares y Sánchez remitió una misiva al rey marroquí, que este publicó y con tan hábil maniobra obligó a Albares, un taimado y torpe Crispín de nuestro tiempo, a dar varias versiones sobre el motivo del cambio: uno de los motivos, tal vez el más pintoresco y rápidamente olvidado por la prensa, fue aquello que dijo desde la sede de la Delegación del Gobierno en Cataluña, a saber, que habiendo una guerra en el frente este de Europa, había que acabar con el conflicto que está a pocos kilómetros de España.
Después entraron en escena los habituales regateos de mercadillo medieval: control de inmigración, respeto a la soberanía de las plazas españolas en África, las aguas de Canarias e incluso Andalucía; colaboración contra ¿¡el narcotráfico!?, lo cual es paradójico viniendo del principal productor mundial; y, finalmente y como espada de Damocles, la lucha contra el terrorismo. Capítulo aparte merece, en este sentido, lo relativo a las relaciones con Argelia, a la que se afrentó a menos de cinco meses del sesenta aniversario de su independencia y sobre la que se mintió ante la opinión pública.
Existe una parte de la militancia socialista sorprendida y puede que indignada por la falta de coherencia de sus dirigentes, pero esa indignación nunca se traduce en propuestas
A menos de una semana de la cita con las urnas, ya conocemos los programas electorales de todos los partidos para el 23J, que no han sufrido grandes variaciones de unas elecciones a otras, salvo en el caso del PSOE, antaño el más combativo por el pueblo saharaui y que ya en su cuadragésimo congreso de octubre de 2021 en Valencia dejó claro el giro sobre el Sáhara Occidental (pág. 252): «(…) desde el PSOE seguiremos defendiendo todos los esfuerzos para encontrar una solución entre las partes en el marco de las negociaciones dirigidas por la ONU, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y los principios de la Carta de las Naciones Unidas.»; lo que supone una enmienda a lo defendido en su programa electoral de abril de 2019 (pág. 286), en el que aseguraban: «Promoveremos la solución del conflicto de Sáhara Occidental a través del cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, que garantizan el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui”» (la negrita es del original). El programa actual, como cabía esperarse, ahonda más en la herida del puñal clavado en la espalda de los saharauis el 18 de marzo de 2022.
Posiblemente existe una parte de la militancia socialista, en su mayoría escasamente crítica con las decisiones de la dirección de su partido, sorprendida y puede que indignada por la falta de coherencia de sus dirigentes, pero esa indignación nunca se traduce en propuestas que corrijan la hostilidad con la que los socialistas actúan en el gobierno contra el pueblo saharaui, desde Felipe González hasta Pedro Sánchez, más allá de alguna iniciativa simbólica y marginal como la lanzada por Elorza hace algunos meses pomposamente bautizada “socialistas por el Sahara”.
En noviembre de 2020, una semana después de la ruptura del alto el fuego por Marruecos y el retorno a las hostilidades bélicas entre el Ejército de Liberación Popular Saharaui y las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos, publiqué un extenso artículo en El Mundo Comunidad Valenciana explicando el motivo que empujó a los saharauis a volver a la lucha armada, que no es otro que el vaciamiento del espíritu del plan de arreglo de la ONU y la Organización de Unidad Africana (OUA) de 1988 que promovieron Zapatero y Moratinos al llegar a la Moncloa en 2004, en sintonía con Chirac, y la posterior adulteración de las resoluciones del Consejo de Seguridad donde España forma parte, como potencia administradora, del llamado grupo de ¿Amigos? del Sáhara.
Ignoro lo que ocurrirá a partir del próximo 23 de julio, una vez acabada esta larga y extenuante campaña electoral, pero de lo que sí estoy seguro es de la imposibilidad de retorno de España a una posición más equilibrada o, como mínimo, menos dañina para el pueblo saharaui, pues no parece que Feijóo vaya a arreglar el entuerto dejado por Sánchez.
La trumpista misiva de Sánchez ha hipotecado el futuro de las relaciones de España con el norte de África
La trumpista misiva de Sánchez ha hipotecado el futuro de las relaciones de España con el norte de África, a la vez que ha maniatado cualquier posibilidad de subsanación de un error histórico cometido contra el nuestro pueblo, a quien los socialistas españoles convirtieron en mercancía de trueque para satisfacer los delirios de grandeza de un régimen cancerígeno en la región, que no da por definitivas sus fronteras actuales y consagra el derecho a reclamar sus fronteras “auténticas” (artículo 42 de la constitución marroquí), capaz de usar a su población como misiles con tal de alterar las políticas de estados soberanos.
Sánchez y Albares, y con ambos el PSOE, con su “jugada maestra” optaron por dar carta de naturaleza al chantaje como forma de relaciones entre los estados, como acertadamente afirmó un diplomático argelino. Quienes estamos llamados a votar el próximo domingo, saharauis o simpatizantes con el pueblo saharaui, no podemos respaldar ninguna opción que posibilite la continuidad de Sánchez en el Gobierno de España.
Mustapha M-Lamin es licenciado en Estudios Hispánicos por la Universitat de València en Estudios Hispánicos. Ha sido trabajador del Servicio Jesuita a Migrantes - SJM (Delegación Valencia) durante siete años y actualmente es socio de Zemmur, Asociación de Saharauis en Valencia.
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