Cuando la ola de calor ya no es pasajera en Madrid y el asfalto irradia un calor más potente que el de algunos calefactores de baño, necesitamos un gregario. Alguien o algo que te empuje hasta las vacaciones, hasta el mar o la montaña, o hasta el descanso sea donde sea, tampoco nos vamos a poner exquisitos.
Llegamos a este final de curso con el aliento desvanecido, entre campañas electorales que parecen eternizarse; entre discursos políticos que se diseñan con el aire acondicionado puesto y las camisas remangadas. Necesitamos un gregario que nos ayude a llegar al final, a no quedarnos a media cuesta.
El gregario puede ser esa amiga que monitoriza las terrazas madrileñas, las clasifica en un Google Maps perfecto, con iconos de colores y comentarios. Las fotos de tu madre ya instalada en el lugar de veraneo elegido y un “te estamos esperando” también se convierten en ese impulso final hasta poder recoger la maleta y decirle adiós a esta ciudad. Un helado, un granizado, algo que sepa a verano, a vacaciones. Eso también son gregarios.
Las noches tropicales son el nuevo Angliru para los que se quedan atrapados en un piso sin aire acondicionado en una ciudad en la que no corre ni un suspiro de brisa. Se cuentan los días para poder recuperar la sábana por encima, dejar la persiana subida sin que entre a casa una bola de fuego que termine con la última monstera de Ikea.
Quedan las ventajas que repiten aquellos que una vez se quedaron en Madrid en agosto. Están los Veranos de la Villa, el cine de Cibeles, no hay que hacer colas, "tengo reserva en el restaurante de moda" o "la piscina de la Complutense está genial". Las verbenas de agosto y el sitio para aparcar en el barrio.
No concibo un verano sin playa y desde que vivo en Madrid me busco gregarios que me hagan llegar a esos Campos Elíseos que para mi son las calas de la Costa Brava"
No concibo un verano sin playa y desde que vivo en Madrid me busco gregarios que me hagan llegar a esos Campos Elíseos que para mi son las calas de la Costa Brava. Está Marta, que tiene localizadas las mejores heladerías de la ciudad. Las escapadas al pueblo de Laura, donde no hay cobertura ni ola de calor. Están los fideuà de Carlos y los mensajes desde Girona preguntando “¿cuándo llegáis?.
Ya queda menos. Una contrarreloj y estaremos cambiando el abono de metro por la toalla y la sombrilla. Poco a poco nos iremos alejando del pelotón, el coche de equipo ya nos da las últimas indicaciones, está a punto de pasar. El gregario ha hecho un fantástico trabajo, no ha sido para tanto y estamos a punto de cruzar la meta. Subimos al podio.
Les voy a confesar que hace poco descubrí lo que es un gregario. La Real Academia Española (RAE) lo define, por si tampoco han sido instruidos con la jerga ciclista, como "corredor encargado de ayudar al cabeza de equipo o a otro ciclista de categoría superior a la suya".
Si en este país se relaciona La Vuelta España o el Tour de Francia con las mejores de las siestas mientras sopla un ventilador, no es casualidad que siempre me haya parecido una cosa aburridísima. No es que ahora me vaya a poner el maillot de nadie, pero me he hecho fan de esa figura: del que empuja para que otro se suba al podio. Hay que rodearse de gregarios y estar dispuesto a serlo para alguien, solo así se puede sobrevivir a este calor.
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