Alberto Núñez Feijóo está jugando con fuego si lo que pretende es volver a romper el grupo socialista como se rompió en 2016 cuando, para permitir que gobernara Mariano Rajoy, hubo que contar con la abstención del grupo socialista salvo la negativa de una docena de diputados que más adelante constituirían el núcleo duro del conocido ahora como sanchismo.

No es nada probable que el grupo socialista se quiebre porque no me parece que su secretario general, que sigue siendo Pedro Sánchez, lo permitiera  ahora. Ejercerá toda la presión que sea capaz sobre su grupo,  que no sabemos con cuántos diputados contará porque todavía no se han celebrado las elecciones.

Pero atacar por ese flanco desde las filas del PP me parece un ejercicio bastante inútil porque, insisto, este no es el grupo socialista comandado por un Javier Fernández que estaba definitivamente por la labor. 

No es el caso, Feijóo no cuenta en este momento con el apoyo de Pedro Sánchez sino con su enemiga más directa y feroz, no en vano le hace responsable de su fracaso ante las cámaras del debate cara a cara que mantuvieron los dos la semana pasada.

El presidente ha entrado junto con su partido en una espiral de depresión que sólo faltaba que culminara en una quiebra de su grupo parlamentario

Y no se lo va a perdonar porque a partir de ahí el presidente ha entrado junto con su partido en una espiral de depresión que sólo faltaba que culminara en una quiebra de su grupo parlamentario. Lo nunca visto. Eso no se va a dar en ningún caso.

Efectivamente existe lo que Virgilio Zapatero ha llamado en su libro Aquel PSOE una parte de la militancia de entonces que ni comprende ni apoya el estilo cesarista de su actual secretario general.  Pero esos señores ya no están compitiendo por los escaños, ahora hay otros haciendo lo que ellos hicieron en su día.

Más parece que lo que ha dicho Elías Bendodo es una suerte de apuesta para ver si hay agua en esa piscina. Pero en mi opinión, la piscina está completamente seca. No hay caso.

Quizá lo que haya sea la constatación de que el PP se va a ver obligado a meter a Vox en el gobierno que se constituya, o una manera de hacerse perdonar que Feijóo lo haga. 

Puede también que estén apuntando, sin decirlo, a los 176 escaños, mayoría absoluta que le permitiría gobernar en solitario, aunque esa mayoría es muy improbable. Claro, siempre puede contar con las minorías, partidos de uno o dos diputados, que le votarían a favor de la investidura sin problemas siempre que fuera para el bien de su comunidad. 

Pero ya ha dicho que no va a contar con los independentistas ni con los proetarras, quizá sí con el PNV, dependiendo de hacia qué lado se vaya inclinando la balanza de las competencias en Euskadi. Pero eso también depende de las elecciones del domingo y de si EH Bildu le levanta al PNV la primogenitura, que sería lo nunca visto hasta ahora.

Lo que sucede es que es muy pronto para hacer ese tipo de cábalas, cuando queda menos de una semana para que los ciudadanos hablen. Calculo que las perspectivas de Vox van hacia abajo y que las del PP van hacia arriba, pero esas son impresiones que ya ni siquiera se pueden sostener sobre sondeos porque ayer se publicaron los últimos que esta legislación tan antigua permite.

Pero ya digo que lo de aspirar a dividir el grupo socialista es una ingenuidad en la que Feijóo no debería caer, por más que lo busque o lo desee.

No está el horno para bollos.