En el infinito, que es para los matemáticos como la luna para los poetas, estaba el otro día colgado Zapatero, que él se puede colgar del infinito igual que Harold Lloyd de una manecilla de reloj. En el infinito como en un columpio, estaba Zapatero hablando de otra cosa, que él se sienta a hablar de las cosas en el infinito como otros se sientan en un banco del parque o en un escalón del bloque. “El infinito es el infinito, el universo es infinito”, decía él como bajo el cielo infinito de los astrónomos aficionados, de los amores de verano, de los poemas de Neruda o de los porros domingueros. No pasa nada por hablar del infinito, del que se han ocupado los científicos, los poetas, los filósofos, los chamanes y hasta los ligones de playa, pero no se puede hablar del infinito borracho de infinito, que así lo que pareces es un quinqui con colocón existencial. Zapatero, seguramente, lo que quería era copiar aquello del “punto azul pálido” de Carl Sagan, del que a nuestro expresidente quizá se le quedó sólo otro punto azul pálido en la cabeza. La ciencia es, con demasiada frecuencia, sólo bisutería para los bobos, como lo es también la política.

Hasta el infinito y más allá llegaba Zapatero sin dejar de temblar él en el infinito como en la lluvia, perdido en el infinito, aterido de infinito, ciego de infinito, pleno de infinito, que esa sensación dejaba Zapatero, que se había ido al infinito como al bar de la esquina y allí se había quedado hasta que ya no quedó más infinito. El infinito es muy serio, como la política, pero Zapatero trata las dos cosas como si fuera un suvenir chino, entre la magufería reverberante y el cordoncillo para colocar su farolillo rojo. El infinito le parece a uno, la verdad, un sitio muy lejano al que ir para terminar hablando de la derecha, que la tenemos aquí al lado. Pero Zapatero se va al infinito, que está por ahí tras los espejos y las curvaturas, tras los pósteres de galaxias y de Einstein sacando la lengua con jersey ratonero, y ya viene muy viajado de infinito, ionizado de infinito, dilatado de infinito, pesado de infinito, a hablar de la derecha con toda la carrerilla, o sea energía cinética, que le ha dado acelerarse alrededor del universo conocido. Se trata de arrearle el sopapo cósmico a la derecha, impulsado por el infinito como el Coyote venía impulsado por el tirachinas.

Zapatero quería el sopapo poético y el sopapo científico contra la derecha, y claro, se fue al cielo, que es lo más inalcanzable y lo más barato

Zapatero quería el sopapo poético y el sopapo científico contra la derecha, y claro, se fue al cielo, que es lo más inalcanzable y lo más barato, como el amante pobre que tira de luz de luna y como el científico pobre (o sea todos) que tira de nombres de estrellas con el ligue como el que tira de nombres de vinos. A lo mejor el político pobre en política también tiene que tirar del mapa del cielo para lo suyo en la tierra, que es una manera de que suene un poco a ópera de dioses antiguos, como los héroes barbudos de la izquierda, un poco a matemática egipcia, todavía entre ciencia y magia, y un poco a futuro luminoso con escafandra. Claro que a veces el amante, el científico o el político se quedan ahí, en su luna de papel, en su espacio nebuloso o en la política mágica, y no consuman ni con el ligue ni con el electorado. Zapatero parecía ése que se ha quedado con los ojos en blanco hablando de enanas blancas mientras se le escapaba por debajo la piel blanca que le importaba, que por supuesto huía del friki o del fumeta.

Creía Carl Sagan, que sí que hablaba de estas cosas bien, con conocimiento, sensibilidad y lucidez humanista, que “nuestro futuro depende del grado de comprensión que tengamos del Cosmos en el cual flotamos como una mota de polvo en el cielo de la mañana”. Es muy humano e inspirador meter la poesía aquí, lo que pasa es que Zapatero parecía que le había metido otra cosa, y ahí se quedó, en bucle con el infinito, como un quinqui recorriendo una banda de Möbius. Resonando en el infinito como en un cuenco tibetano, Zapatero nos venía a decir que no rige muy bien y, ya luego, que la derechona viene siendo no ya anticientífica, sino una especie de antimateria política y humana. Tanto infinito para volver a la derechona de toda la vida me parece, la verdad, como vestir a Alfonso Guerra de astronauta en un mitin, ahora que Zapatero quiere ser como Guerra pero con bongos o con retrocohetes.

Zapatero, colgado en el infinito como cuelga él de sus hombros, no supo decir lo que quería, o es que no quería decirlo, sólo arrearle a la derecha con rayos cósmicos, que en realidad tampoco son nada mortal. Carl Sagan lo hubiera dicho mejor: “Nuestro planeta es una solitaria mancha en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos”. Zapatero se quedó en su columpio del infinito como normalmente se queda en el columpio de su ideología, pero entre todos los infinitos, de Zapatero o de Cantor, seguro que la infinitud de la estupidez humana está ahí, sea o no apócrifa la frase de Einstein. Y dentro de ella, la de esa derecha que no quiere saber que el desastre climático es algo tan cierto como la reacción química que les oxida sus armas de caza o sus hebillas gordas de cinturón. 

Zapatero balbuceaba en el infinito, con la borrachera lenta o la insolación fría del infinito, pero Carl Sagan tenía razón y no hay nadie fuera que nos vaya a ayudar. Incluso puede que no haya nadie precisamente porque las civilizaciones inteligentes están condenadas a desaparecer: si no sucumben al holocausto nuclear, lo harán al cambio climático, o a la inteligencia artificial, o todo a la vez. Resumiendo, sucumbiremos a la estupidez y al egoísmo de nuestros gobernantes y de las sociedades que ayudaron a construir. Y aquí no hay que olvidar a nuestro presidente Sánchez, que ahora patrocina política y ciencia bobas como mera bisutería de conchitas en verano.