En estos momentos y cada tres segundos estalla un proyectil de artillería pesada. Se dice fácil, pero imagínese que el tiempo en el que usted tarda en leer este artículo, ha escuchado ochenta cañonazos, bueno todo esto ocurre en Europa. Y eso es nada en comparación a las ráfagas de ametralladora y armas pesadas que usted escucharía entre bombazos, si estuviera viviendo cada minuto, entre sirenas antiaéreas, drones y misiles en Ucrania.
Ya nadie lo dice, y casi nadie habla de eso, pero Europa continúa soterradamente en guerra contra una Rusia que en apenas unos meses de conflicto prolongado ha perdido casi la misma cantidad de tanques de guerra que los existentes en América Latina, así como aproximadamente doscientos pilotos experimentados, ha consumido o casi agotado buena parte de la reserva de municiones, otro tanto de su ejército profesional de primera línea y ha causado un resquebrajamiento político importante. Pero existe a su vez una contradicción, la OTAN se encuentra en guerra fría al mismo momento que sus políticos tratan a contra reloj de no entrar en la ruta a una guerra caliente que cada día asusta más, cuando las tensiones aumentan en Taiwán, el gigante del Sol Naciente se arma hasta los dientes y Corea del Sur establece alianzas impensables al lado de un loco nuclear.
La tensión mundial por el reacomodo geopolítico se puede sentir tanto en el tablero europeo, como en el asiático y el africano, mientras casi todo el Pacto de Varsovia se ha afiliado a la OTAN y las naciones más neutrales como Finlandia y Suecia han optado por un bando, justo en el momento en el que Rusia acaba de bombardear los puertos de salida de alimentos y ha dado un portazo al acuerdo sobre el trigo.
Todo esto ocurre tras veinte años en los que la izquierda de la Europa democrática cometió su peor error histórico que fue dejarse arrastrar por lo peor de la izquierda europea y rompió la balanza de tal manera, que vivimos a las puertas de una derechización como no se había visto nunca. Si en Francia ha desaparecido, en Italia, Suecia y Finlandia ya gobierna o cogobierna la ultraderecha y es factible que, bajo alianzas, ocurra lo propio en España mientras que el extremismo amenaza nada menos que a Alemania y en los Estados Unidos, la cosa está literalmente, que arde.
Por eso digo que la balanza está rota, porque ya no se trata de un asunto de equilibrio, sino de bandos enfrentados, poniendo más en riesgo de lo que todos suponemos.
Mientras todo esto ocurre, la oposición venezolana observa, con mucha atención, pero no lo que ocurre, sino su ombligo. No pocos de mis lectores se molestaron con mi artículo anterior porque no entendieron que para mí fuera más importante la supervivencia de la unidad opositora que una hipotética y lejana fiesta electoral y vuelvo sobre mi consejo principal a los políticos, hoy, ayer y siempre: no se puede hacer política interna sin un mapamundi a mano. Y no me refiero a comprar uno y colocarlo en una pared, sino estudiarlo, analizarlo y comprenderlo a la par de la situación política de Venezuela, pero, sobre todo, entender el efecto mariposa. Es decir, que el aletear de las alas de una mariposa en el Pacífico pueden causar un huracán en América.
No hay manera de comprender el 'efecto mariposa' sin tener en cuenta la economía y el petróleo
¿Qué tiene que ver la mariposa con Venezuela? No hay manera de comprender el efecto mariposa sin tener en cuenta la economía y el petróleo. Europa tiene la obligación de buscar su propia seguridad energética y ha de buscarla donde sea con tal de volver a tocarle la puerta a Rusia. Para más colmo, cuando vieron que con el primer bombazo a miles de kilómetros los estadounidenses corrieron a quitarle parte de las sanciones al régimen de Maduro y de un día para otro ya no fue el dictador, sino el presidente de Venezuela. Estados Unidos pasó a importar de cero barriles en cuatro años, a 200.000 barriles diarios (eiea.gov). Todo esto en apenas seis meses, estimándose que pudieran volver a importar 500 mil para 2024, casualmente, los mismos que importaba de Rusia que bajó a cero.
Así es como un conflicto en Europa, donde para el Departamento de Estado un kilómetro es más importante que cientos de miles en Latinoamérica, cambió el curso de los acontecimientos y en el segundo bombazo se intercambiaron prisioneros, así como en el tercero salieron despedidos tanto Juan Guaidó como el entusiasta y amigo de todos, el ex embajador estadounidense y si hoy no tenemos la embajada abierta, seguramente se debe a que el régimen de Maduro se ha excedido en las condiciones o ha elevado la apuesta con otras condiciones.
¿O es que acaso creemos que Guaidó y su familia salieron por la trocha en una madrugada lluviosa sorteando a la guerrilla colombiana? No es difícil imaginarnos que fue parte de una negociación del tamaño de una catedral, como lo fueron los norteamericanos liberados y el petróleo despachado rumbo a los Estados Unidos. Pero, a partir de allí y tras cada drone ruso impactando en Kiev, se alinearon en la entrada de la cancillería venezolana todos los presidentes europeos y tras cada recepción, no intercambiaron credenciales, sino peticiones.
Con el cuarto bombazo el presidente francés, Emmanuel Macron, no lo pensó dos veces y se ofreció de buena voluntad a reabrir las negociaciones y el venezolano Nicolás Maduro le contestó que estaba listo "para recibir a las empresas francesas de petróleo y gas", según informó la agencia Efe. Así comenzaron muchas negociaciones y al escucharse el quinto cañonazo, el presidente Pedro Sánchez le dio sendos besos a la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez frente a las cámaras mundiales.
Aquí debo explicar algo que mi gran amigo Juan Claudio Lechín, estudioso y conocedor de estos regímenes, me dijo hace muchos años: "Para los comunistas, la puesta en escena es siempre más importante, que el contenido". Quiero que ahora viajen a Bruselas, vean el salón de recepción y ¡luces, cámara y acción! Aquello fue sencillamente triunfal: larga sonrisa de Ursula von der Leyen, gentileza a granel del presidente del Consejo y ese par de besos de Sánchez. Ya hubiese querido Guaidó que el presidente del gobierno español lo recibiera con ese entusiasmo. Ahora bien, ¿alguien en su sano juicio, cree que todo eso fue casual? No amigos, la puesta en escena fue fríamente calculada y clave para el efecto que querían lograr.
Como lo explico en mi libro Diálogos Impertinentes, donde les cuento algo que tardé años en entender, para mí no era comprensible que un revolucionario como Fidel Castro se hincara de rodillas a nivel internacional para que le quitaran el embargo. Y no era comprensible porque si usted señala a alguien de ser su enemigo, si lo insulta públicamente ¿para qué quiere hacer tratos con él? Pero aún más difícil de comprender era que, si Fidel era anticapitalista, ¿por qué pretendía que Wall Street y la banca capitalista financiara su Revolución? ¿Acaso los revolucionarios no tienen orgullo? No fue sino hasta que leí las memorias de Bill Clinton cuando me di cuenta de la otra realidad: cada vez que el estadounidense movía un pie para quitarle sanciones, Castro boicoteaba ese intento.
Allí estaba la clave de todo. Castro no solo había buscado las sanciones tempranamente para aliarse con la URSS, sino que se había convertido en un experto en manipularlas. Castro necesitaba el bloqueo porque eran parte importante de su política: de cara a los cubanos tenía a quién culpar, mientras hacia los viejos países comunistas había logrado la condonación de 80.000 millones de dólares en deuda externa, el refinanciamiento europeo y hacia afuera lograba todas las solidaridades mundiales. De allí a que las sanciones fueran tan vitales para Castro -como para Hugo Chávez- y era impensable que se las quitaran. Además, tenía lo mejor de los mundos porque, además, permitía que los cubanos soñaran con emigrar a Estados Unidos porque eran bienvenidos allí y así lograba la solidaridad política y económica internacional, la excusa perfecta para no ser culpado del desastre económico, del subdesarrollo y la más importante de todas: nadie pelea dentro de Cuba, si su sueño de futuro no está en Cuba.
Por eso se debe comprender lo ocurrido con un antes y un después de la guerra en Europa. Todo lo que vemos hoy es producto de una negociación y al régimen le interesa que le quiten unas sanciones, pero no otras y ahora menos, porque tiene lo mejor de todos los mundos, el planeta entero está haciendo filas para negociar, los acreedores y fondos buitres están paralizados, el resto del mundo y no pocos opositores están solidarizados por las sanciones y además ya el venezolano piensa que su futuro está lejos de su patria. Por esto, el régimen está negociando a su paso todo, cómo y cuándo le conviene. Así que allí en esa mesa no hubo representación opositora, un jarrón chino hubiese aportado más.
De manera que ya es hora de que la oposición, comprenda dónde está parada, pero sobre todo que no pinta nada en este nuevo escenario. Para el mundo en guerra, en realineación geopolítica y frente a una nueva Guerra Fría, que será nuevamente muy caliente para el tercer mundo, a la comunidad internacional le importa un comino una oposición atomizada, que demuestra que no puede alcanzar el poder y sostenerse gobernando y por tanto, sin nada que aportar, como siempre preferirán una dictadura con la que se pueda negociar.
El gobierno tiene poder y busca legitimidad, mientras que la oposición carece de poder y por ahora tiene legitimidad
Así que aquí yace mi opinión sobre las primarias. El gobierno tiene poder y busca legitimidad, mientras que la oposición carece de poder y por ahora, tiene lo segundo. Hoy, el régimen tiene tanto, pero tanto poder, que se ha dado hasta el lujo de quitarse el poderoso sector interno pro-apertura económica y se ha radicalizado nuevamente hacia la ortodoxia castrista, mientras que comienza a saborear las mieles de la tan ansiada legitimidad internacional. La oposición, si tenía un resquicio mínimo de poder y validez internacional, lo está perdiendo absolutamente todo y se arriesga ahora a perder la única carta que le queda, que es la de la legitimidad.
Esa legitimidad sólo se puede mantener si encuentran algo en común que los una y esa unión por ahora no la veo, ya que algunos partidos minoritarios y otros sin posibilidades estarían dispuestos a apoyar al que salga ganador, pero los grandes no -si la que encabeza las encuestas resulta ganadora-, mucho menos la izquierda opositora, por lo que unos ya hablan de ir aparte, otros de retirarse, algunos están en una cruzada para que se quiten del camino los inhabilitados y con esto sepultarán la legitimidad democrática. Como también digo, que si sale ganadora quien encabeza las encuestas, su única misión es concertar una oposición unida y firme bajo el esquema de un propósito común, que es lo que el mundo espera y eso incluye al liderazgo.
Thays Peñalver es abogada y periodista. Es autora de La conspiración de los 12 golpes, Diálogos impertinentes y El último títere.
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