La izquierda caqui ahora es cuqui, la izquierda roja y peligrosa ahora es rosa chicle y pegajosa, y yo creo que no hacen falta comparaciones con la película que se estrena ahora porque hace mucho que ellos viven su propia película de Barbie. Por lo menos, creo, desde aquella casita de Galapagar, aunque más que de Barbie y Ken Malibú aquello quizá era sólo de Pin y Pon. Un periodista, o quizá un extra de la Moncloa, de los que lo mismo te montan una petanca que una entrevista, le dejó caer a Margot Robbie, la protagonista de Barbie, que nuestro presidente Sánchez se parece a Ken, y la actriz de labios de fresa ácida y ojos de luz dignos de Maria Falconetti (la Juana de Arco de Dreyer) dijo que lo iba a googlear enseguida. Yo pensé que si uno pone Sánchez, Ken y Barbie en Google, lo más seguro es que salga el debate con nuestro presidente y Yolanda Díaz surfeando sobre batido de cerezas u hoyando almohadones de corazones con tupés de plastilina.
Pedro y Yolanda, Yolanda y Pedro, que así se llamaban entre ellos en el debate, son Barbie y Ken Moncloa, amor de plástico en una política de plástico para pasear en un Gobierno descapotable que funciona con burbujas. Amor, política y Gobierno en los que ya uno no sabría si se podría reconocer algo de ideología, algo de carne, algo de vida ahí por debajo de las pelucas cosidas, las piernas hincadas en el vientre y esas sonrisas inyectadas y fijas, indiferentes incluso a los más salvajes descoyuntamientos. Yo creo que se trata de eso, de que no se pueda reconocer la realidad ni en lo más cotidiano, que hay unos ojos pero parecen guijarros, que hay una casa pero parece hinchable, que hay un tocadorcito pero tiene como patitas de regaliz, que hay amor pero es sólo un atornillamiento de goznes o un emparejamiento de espiches. No es ya lo kitsch o lo bobo de lo que dicen o de cómo lo bailan, es que no hay nada más inhumano que vendernos la irrealidad con lacito y sonreír al cobrar.
Pedro y Yolanda, Yolanda y Pedro, Barbie y Ken Moncloa, son un lanzamiento juguetero que parece aprovechar la película o, en general, la segunda vida en live-action de las princesas Disney y los superhéroes de tinta y sombra, que después de que Spiderman nos llegara como licra ahora las sirenas nos llegan como pescado. Pero yo creo que todos le hemos encontrado alguna vez al juguete esa gota o burbuja de plástico o de viruta que enseguida nos destroza la fantasía, o sea ese soldado con la metralleta llorosa por la gota, o ese caballito mortalmente enfermo por la burbuja de madera, de realidad, en el ojo antes vivísimo. Uno creo que pasó de niño a adulto encontrando gotas en las armas y peanas de los soldados e indios de a peseta, y burbujas dentro de los volquetes, los ajedreces magnéticos y los microscopios, que a lo mejor eso es madurar.
Barbie y Ken Moncloa tienen también la gota de plástico en el dedo que señala, como en el lanzallamas de aquel soldado que aún recuerdo, compañero de meriendas como de trincheras; Barbie y Ken Moncloa tienen también la burbuja explotada en esa sonrisa que promete cosas, como la mella de aquel tragabolas que tuve, que nunca se tragó nada, todo lo que comía era mío y todo lo que me devolvía, intacto, también. Me he acordado de un Geyperman, que he asociado enseguida con Abascal, y que me desconcertó cuando me di cuenta de que el tacto de su masculina barba de trampero o mercenario era el mismo que el de la espuma que salía por entre la tapicería medio destripada del sufrido SEAT 850 de mi padre. Para colmo, las muñecas no tenían nada ahí debajo, donde uno buscaba. O sea que la valentía era relleno, la guerra traía lágrima, el amor era más bien romo o imposible, y casi todo lo que parecía dar felicidad estaba vacío luego, como las comiditas de las cocinas de juguete. Ya digo que quizá se madura a base de destripar juguetes, y creo que es lo que les va a pasar a Barbie y Ken Moncloa.
Sánchez ya venía plastificado con su Falcon y su traje berenjena, como el Geyperman que venía con escafandra de buzo o con batea de buscador de oro.
Pedro y Yolanda, Yolanda y Pedro, Barbie y Ken Moncloa, no dejan de ser juguetes pero el marketing está bien pensado, como el de la película de Margot Robbie, que cuando la he googleado el navegador entero se me ha teñido de rosa, rosa braguita que destiñe, diría yo. Así es la izquierda, que ahora es rosa de rojo desteñido o de guerrera de sus guerrillas mal lavada. Por su parte, Sánchez siempre ha sido ese guapo que va con la percha puesta porque si se le cae la guapura se queda en armazón como un muñeco desnudo, con sus principios e ideología inexistentes o ambiguos o confusos o desconcertantes, como el sexo de los muñecos. O sea que Sánchez ya venía plastificado con su Falcon y su traje berenjena, como el Geyperman que venía con escafandra de buzo o con batea de buscador de oro.
No está mal el marketing de Barbie y Ken Moncloa, ya digo, que hasta han sacado a la Barbie planchadora, con conciencia de clase plegable. Pero hay que recordar que detrás del tocadorcito de Yolanda, sus discursos en patines y sus heladerías rococós está la ultraizquierda del ‘sólo sí es sí’, de los “presos políticos”, del “derecho a decidir”, de la paz putinesca, de los supermercados estatales, de la piñata de los ricos, de los periodistas expulsados si no son buenos, de la melancólica revolución de siempre. Está, en fin, la ultraizquierda de Podemos con Podemos escondido en el maletero del descapotable chicloso, y que quiere hacer ahora con Sánchez un Frankenstein rosa como un hipopótamo rosa, ya que aquel Galapagar rosa naufragó. Y, bueno, detrás de Sánchez con camisa balinesa lo que está, claro, es Sánchez con camisa balinesa. De Feijóo querría haber dicho algo, pero es que Feijóo es como cuando te regalan sólo unos calcetines.
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