Hasta aquí hemos llegado. Hoy es jornada de reflexión después de 16 semanas de precampañas, campañas y elecciones. Puede que, si no se llega a un resultado manejable, en poco más de dos meses tengamos nuevas elecciones, pero pensemos que algo hemos aprendido de estos últimos años… vaya usted a saber.
Mañana toca ir a los colegios electorales a votar por un nuevo gobierno que tenga un tope en cuatro años y creo que es un buen momento para hablar de esas cosas que no están escritas en ninguna ley, pero se han de respetar.
Porque creo que lo más grande de una sociedad es actuar desde la responsabilidad sin la necesidad de que haya una ley que te obligue o penalice. Como con el Debate sobre el Estado de la Nación. No está en ningún sitio escrito que haya una obligación porque se apela a la responsabilidad del Gobernante.
En el artículo 2 de la Constitución americana, por ejemplo, se habla de que el Presidente, de cuando en cuando, proveerá de información al Congreso sobre la situación del país […]
No dice ni cada cuanto ni cómo, pero el país se lo ha tomado muy en serio y, cada año, el Presidente es invitado a una sesión conjunta en el Capitolio para poder explicar el progreso de su gobierno.
El caso es que en los últimos años hemos visto cómo las mociones de censura se han convocado sin mayor sentido que conseguir un poco de publicidad hasta quedar reducidas a un mero gag, cuando venían de ser una institución lo suficientemente importante como para provocar un cambio de gobierno.
Hemos visto a grupos parlamentarios que han estado apoyando a un Gobierno en todos y cada uno de los Presupuestos, bajarse del carro el último año, no porque fueran Presupuestos disruptivos o enloquecidos, sino por el mero hecho de establecer un diferencial para poder mostrar en las elecciones.
En las elecciones se estima mucho la ideología y la convicción. Es donde se cruza la decisión con lo pragmático, mientras lo visceral actúa como la base de una melodía machacona
Y, claro: las elecciones: en las elecciones se estima mucho la ideología y la convicción. Es donde se cruza la decisión con lo pragmático, mientras lo visceral actúa como la base de una melodía machacona, de esas que te tienen adherido todo el día.
Pero, como decía Max Weber, “la ética de la convicción y la de la responsabilidad, no son opuestas. Son complementarias” y lo que hemos estado viendo estos últimos años, ha sido una progresiva vuelta al bipartidismo tras lo que podemos considerar un fracaso de la fragmentación política.
El domingo veremos si esta tendencia afianza o es una elucubración que hago a unas horas de abrirse los colegios electorales.
Todo esto si las encuestas se cumplen: no ya en la victoria del PP o la remontada que espera Pedro Sánchez, sino en que habrá dos hegemonías claras a cada lado del pasillo.
Los partidos no mayoritarios, no tradicionales, si se quiere, se han demostrado volátiles, porque muchos lo intentaron y apenas ninguno ha quedado. Del CDS o de UPyD nos acordamos pocos y eso que el partido de Adolfo Suárez pasó en 1986 de 2 a 19 diputados, lo que debería ser un hito electoral por haber ocurrido en una época en la que, ni por asomo las grandes mayorías estaban en juego ni se conocía el término sorpasso.
UPyD llegó a tener 5 diputados y más de un millón de votos en 2011, pero resultó que su líder era más tótem que lo que la formación abarcaba a nivel electoral.
Luego tenemos al PCE, que parece ser que aún existe, pero que a efectos prácticos, se diluyó en Izquierda Unida; luego Izquierda Unida lo hizo en Podemos, con la cerveza en botellín como disolvente, y Podemos se ha integrado en Sumar, por la vía de urgencia… casi por la disciplinaria.
Ciudadanos ha desaparecido hasta de las elecciones, y, hoy, Sumar y Vox apenas apuntan al domingo por encima de los 30 diputados según las encuestas.
Que todo sea que las encuestas estén equivocadas, pero ahí, minoritarios tradicionales, se mantienen PNV y ERC, porque ni siquiera CiU, clave durante muchos años de nuestra democracia, existe ya.
Así que esperemos al domingo, pero el reagrupamiento del voto se suele producir cuando el elector está saturado o cuando detecta que la situación se puede complicar. Así que podríamos hablar de nuevo de bipartidismo como respuesta a que las grandes estructuras generan confianza o porque es la menos mala de las soluciones.
Convicción o responsabilidad, reformulando a Weber.
Porque las pequeñas estructuras generan ruido, ilusión, pero no siempre consistencia. De hecho, y perdón por la ironía, en “los países de nuestro entorno”, la llegada a Gobierno de partidos nuevos se produce por una atomización brutal del mapa político.
Atomización tal que en los Gobiernos de esos países acaban coincidiendo más de dos partidos, que es un modelo acentuado a como lo conocemos aquí y… les voy a ahorrar el suspense: no tiene pinta de ser muy bueno para la estabilidad.
Está el caso de Francia, en el que una alianza liberal llamada Esemble (que cuenta con el partido de Macron) casi dobla en asientos al NUPÉS de Melenchon. A lo mejor no son los Gaullistas y socialistas de hace años, pero son los nuevos concentradores de voto.
Por supuesto, Reino Unido tiene a los tories y a los laboristas y Alemania a la CDU y al SPD. Bueno, que en Alemania, hasta los verdes es un partido tradicional.
Así que entiendo que la búsqueda de la estabilidad hace que el elector tienda a sistemas simplificados, especialmente si recordamos aquellos tiempos en los que, liderados por Pablo Iglesias, las intervenciones de Podemos se troceaban para que cada portavoz de cara agrupación de la alianza tuviera su tiempo en el estrado del Congreso de los Diputados
En resumen: mucho ruido y poca señal han probado generar una tolerancia muy limitada y, aún, una menor resistencia.
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