Ha pasado una semana desde el 23-J y el PP aún no ha salido del shock. Todavía no hay una explicación oficial de por qué los más de 150 escaños que se daban por seguros en Génova se quedaron en 137 (sumado el escaño que los residentes extranjeros le han dado al PP en Madrid), justo los que sacó Mariano Rajoy en 2016.
Las encuestas, prácticamente todas, se equivocaron y llevaron al PP a insistir en sus errores porque, según los sondeos, las meteduras de pata apenas sí tenían coste electoral. Como ocurrió con el Titanic, al igual que sus pasajeros bailaban plácidamente mientras el buque iba derecho al iceberg que provocó su hundimiento, los dirigentes del PP pensaban ya en el baile del balcón de Génova en la noche del domingo, cuando en realidad se encaminaban al despeñadero.
Sí, el radar nos confundió a muchos, pero eso no debe ser excusa para no averiguar por qué muchas decenas de miles de votantes dudosos finalmente se inclinaron hacia el PSOE (que ha obtenido 15 escaños más de los que le vaticinaban la mayoría de los sondeos).
La respuesta está en que el miedo a Vox, eje central de la campaña de Pedro Sánchez, ha funcionado. El PSOE se presentó como el parapeto más eficaz frente a un gobierno PP/Vox, y eso explica la transferencia de votos de ERC al PSC en Cataluña, el buen resultado de los socialistas en Madrid o su notable resistencia en Andalucía.
La primera equivocación de Feijóo fue permitir un gobierno de coalición en Valencia tras las elecciones del 28 de mayo. Rematado después por la rectificación obligada de la candidata popular en Extremadura, que pasó de demonizar a Vox a pactar con él.
Así las cosas, Feijóo no podía refutar la acusación de Sánchez de que Abascal acabaría en su gobierno si el PP necesitaba a Vox.
Ante la eventualidad de una cada vez más probable repetición electoral, Feijóo tiene que dejar clara su posición respecto a Vox
La clave, por tanto, está en que hay muchos votantes de centro derecha que rechazan por principio a Vox, un partido que niega la violencia de género, el cambio climático, que quiere reformar la Constitución para eliminar las autonomías y que desprecia las instituciones europeas calificándolas como "burocráticas".
Siendo esa la causa del fiasco del 23-J, en el PP no existe una hoja de ruta sobre lo que hacer con Vox. Sabemos lo que piensa Esperanza Aguirre (que quiere que el PP abrace a Vox); sabemos lo que piensa Juanma Moreno (que quiere que el PP se distancie lo más posible de ese partido). Pero no sabemos lo que opina Feijóo.
El presidente del PP subestimó lo que los electores estaban demandando y apuntaron con claridad en las elecciones municipales y autonómicas del 28-M. El cambio no sólo consistía en echar a Sánchez de la Moncloa, sino en poner los principios por encima de las ecuaciones de poder. Al fin y al cabo, la esencia de lo que se ha dado en llamar sanchismo es esa: pactar con quien sea para lograr el poder.
Pero lo que se vio durante el mes de junio es que el PP estaba dispuesto a tragarse los sapos que hicieran falta a cambio del poder autonómico y municipal. Con esas cesiones, Feijóo había perdido su baza fundamental para lograr una mayoría suficiente para gobernar en solitario. De hecho, los pactos frenaron la transferencia de votos. El efecto del voto útil se desactivó porque muchos votantes de Vox pensaron que daba lo mismo seguir votando a Abascal o cambiar al PP, ya que, al final, lo que valdría sería la suma de los dos.
El panorama político está ahora incluso más abierto que antes del 23-J. Tras el escaño ganado en Madrid por el PP, gracias al voto de los residentes en el extranjero, el PSOE necesitará el voto afirmativo no sólo de ERC, Bildu, BNG y PNV, sino también el de Junts. El partido liderado por Puigdemont desde Waterloo no se ha visto en otra. Sus siete escaños son decisivos y, muy probablemente, esta será la última, sino la única, oportunidad de lograr sin violencia sus dos máximas reivindicaciones: la amnistía y el referéndum de autodeterminación.
Si el líder del PP no se distancia de Abascal, quien podría lograr la mayoría en los próximos comicios sería el PSOE
Sánchez, si quiere gobernar –y su Gobierno, en cualquier caso, será aún más complicado que el que ha presidido durante estos últimos cuatro años, ya que cada votación exigirá una sangría de cesiones a unos y a otros–, tendrá que ofrecerle a Puigdemont algo que éste pueda capitalizar en Cataluña, más allá de formar parte del grupo que quiere frenar a la derecha. Eso es difícil y en Moncloa lo saben, al igual que algunos dirigentes del PSOE, que dan ya por hecho que habrá repetición electoral, seguramente en enero.
Esa es la opción más probable, aunque a Vox lo que le gustaría es un gobierno Frankenstein a lo bestia.
Mirándolo objetivamente, las nuevas elecciones serían una oportunidad de oro para que el PP consiguiera lo que no logró el 23-J. El deseo de cambio sigue ahí y la izquierda ha sufrido una derrota evidente, por más que se intente disimular con sumas imposibles.
Ahora bien, para lograr el triunfo que no se dio hace una semana, Feijóo tiene que marcar distancias claras con Vox. Comprometerse, como ya apunté en estas páginas, a no gobernar con Abascal en ningún caso.
Ese es el auténtico dilema de Feijóo, una duda que tiene que resolver cuanto antes, porque si no lo hace, quien logrará la mayoría la próxima vez será el PSOE.
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