De nuevo Marruecos filtra a la prensa, a través de un comunicado del Gabinete Real, la noticia de que el Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu reconoce la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. Lo hace con las mismas artes que dio a conocer la posición española sobre el referéndum cuando Madrid y Rabat acordaron normalizar las relaciones en marzo de 2022. Estas informaciones no se comunican oficialmente en una declaración conjunta, como es lo habitual. Marruecos lanza la noticia e impone el marco del debate: acaba de lograr un nuevo éxito en el reconocimiento internacional del Sáhara como una parte incuestionable de Marruecos, y no especifica contrapartidas. Israel confirma a posteriori, tal como tuvo que hacer España.

Es interesante detenerse en los términos de la carta de Netanyahu al rey: le comunica su decisión de “reconocer la soberanía de Marruecos sobre el territorio del Sahara Occidental”, que tal posición será reflejada “en todos los actos y documentos pertinentes del gobierno israelí” y que dicha decisión será "transmitida a las Naciones Unidas, organizaciones regionales e internacionales de las que Israel es miembro, así como a todos los países con los que Israel mantiene relaciones diplomáticas".

Todo ello resulta en una exhibición ingenua de éxito diplomático “made in Rabat”

Asimismo, se informa que Israel examina positivamente “la apertura de un Consulado en la ciudad de Dajla, en el marco de la concreción de esta decisión de Estado”. Cualquier observador familiarizado con la jerga política y diplomática marroquí certifica de inmediato que esos términos han sido dictados por Rabat. A nadie se le escapa que cualquier organización internacional, incluida Naciones Unidas, acusará el recibo del mensaje, pero ninguna lo validará, que Israel no va a ir repitiendo la cantinela de la integridad territorial y que Israel no tiene ninguna necesidad de un consulado en el sur. Todo ello resulta en una exhibición ingenua de éxito diplomático “made in Rabat”.

Con este paso respecto al conflicto del Sahara, Netanyahu sigue así los pasos de Trump quien, mediante una declaración presidencial (Proclamation), el 10 de diciembre de 2020, apenas unos días antes de abandonar la Casa Blanca, dio un giro a la posición estadounidense en la cuestión del Sahara Occidental y “reconoció” la soberanía de Marruecos sobre el territorio. Como señalaron sus asesores, Trump no era capaz de situar el Sahara en un mapa ni tenía la menor idea de la cuestión, pero la decisión formaba parte de una jugada más estratégica y entre tres, en la que, además del reconocimiento estadounidense, Marruecos e Israel restablecían relaciones y se sumaba la operación a la normalización de Israel con algunos Estados árabes (Sudan, Emiratos Árabes, Bahréin y Marruecos). Dicho sea de paso, en cada caso Washington participó con medidas políticas facilitadoras o con autorizaciones para la venta de armas sofisticadas. Evidentemente, con este último paso Israel ha recibido contraprestaciones; quedan por ver cuáles son exactamente y qué implicaciones tienen.

Los casos de Palestina (ocupada por Israel) y el Sahara (ocupado por Marruecos) tienen una larga lista de dimensiones comunes y comparables: el expolio colonial, la ocupación indefinida, la implantación de colonos, el cúmulo de resoluciones internacionales que no se aplican, la prevalencia de la realpolitik por parte de las potencias, el alto impacto humanitario, el expolio de los recursos, la inacción cómplice internacional, etc. Por ello esta irrupción de Israel en el Magreb tiene una especial relevancia para la cuestión saharaui en sí como en la compleja situación regional.

Que ahora Israel reconozca las pretensiones marroquíes no constituye una sorpresa. Rabat ha venido presionando desde hace dos años a todos sus aliados, generalmente con malas artes o al menos de manera poco amigables, en su busca desesperada de que la comunidad internacional reconozca su soberanía en el sur. Por su parte Israel no sólo ha logrado ampliar la lista de sus socios árabes, sino venderles lo que necesitan (drones o el programa Pegasus), y les ha pedido gestos, como alguna presencia diplomática en Jerusalén. Para sus fines de legitimación, Marruecos no ha cedido en Jerusalén, pero ha hecho una concesión a Israel de mayor calibre que toca la seguridad del Mediterráneo occidental.

Varios manifestantes palestinos devuelven granadas de gas lacrimógeno a las fuerzas israelíes durante un enfrentamiento en la frontera entre Israel y la Franja de Gaza (Palestina) en 2019. | EFE

Rabat ha venido presionando a todos sus aliados, generalmente con malas artes o al menos de manera poco amigables, en su busca desesperada de que la comunidad internacional reconozca su soberanía en el sur

Desde el punto de vista legal internacional la decisión israelí, al igual que la estadounidense de 2020 y la de otros países que la han declarado o formalizado, es nula. La decisión de Israel no tiene consecuencia jurídica alguna, porque viola el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui, afirmado por Naciones Unidas y que es norma de derecho imperativo.

De conformidad con el artículo 53 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969, cualquier acuerdo que suponga su violación es nulo. En cambio, su relevancia es esencialmente política; Israel se suma a la corta de lista de quienes han dado el paso de reconocer una anexión ilegal. Un club irrelevante. Falta ahora por ver en qué se materializa de manera concreta.

Israel y Marruecos tienen una larga historia de relaciones secretas y públicas. Formalmente Marruecos ha estado en el campo árabe y ha apoyado la causa palestina ante el despojo colonial y la ocupación israelí. El rey preside el Comité al Quds de defensa de Jerusalén en la organización para la Cooperación Islámica. Rabat proveyó de ayuda a la OLP y cultivó una relación especial con algunos de sus históricos dirigentes.

Israel asesoró a Marruecos en la construcción de los muros en el Sahara Occidental

Sin embargo, en la práctica, la monarquía y los servicios de seguridad marroquíes han tenido numerosas líneas de colaboración con Israel; como la implicación israelí en la desaparición de Ben Barka en 1965, o el el hecho de facilitar que un equipo del Mossad tuviera acceso a la grabación de la cumbre árabe celebrada en Casablanca en septiembre de 1965. En la década de setenta y ochenta, varios dirigentes políticos y responsables de los servicios de inteligencia israelíes visitaron secretamente Rabat. Israel asesoró a Marruecos en la construcción de los muros en el Sahara Occidental.

Tras la Conferencia de Madrid (1991) Rabat se abrió a las relaciones económicas y políticas. Es público y notorio que Tel Aviv autorizó la venta de Pegasus. Marruecos e Israel siempre están en el mismo campo en contra de los derechos de los pueblos; véase la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas de 2019 (A/Res/ 73/295) pidiendo a la Corte Internacional de Justicia un dictamen sobre la descolonización del archipiélago de Chagos; Israel se opuso y Marruecos se abstuvo; fue el único Estado africano en hacerlo. En los últimos meses han tenido lugar visitas de responsables políticos y militares israelíes, se han anunciado concesiones de prospección a empresas israelíes, y sobre todo se ha sabido que Israel es uno de los proveedores de material militar sofisticado a Marruecos en la guerra contra los saharauis

Hay al menos dos elementos que explican la postura y la insistencia de Rabat. El primero es su síndrome de arrinconamiento, entre el océano y Argelia, y aislado en sur por el Sáhara. Esto le ha llevado a una política de alineamiento total con aliados exteriores, esencialmente del bloque occidental (Estados Unidos, Unión Europea) y con las monarquías árabes. Busca desesperadamente consolidar vínculos físicos con África subsahariana e Israel es una pieza más en la necesaria diversificación de esas alianzas.

Por otra parte, Rabat siempre ha buscado evitar la implicación de los Estados árabes en la cuestión del Sahara, y qué mejor que aparecer como el más firme defensor de los palestinos, contando además con la vieja dirigencia de la OLP para ello. Esto no ha impedido que suponga un problema interno. La normalización con Israel no es secundada por gran parte de la población para quien la cuestión palestina es intocable. Véanse los cantos y eslóganes en las gradas de los estadios de fútbol. Es muy probable que, en un momento dado, la oposición política en Marruecos considere que se ha traspasado una línea roja. A su vez las nuevas generaciones de militantes palestinos tienen una mirada profundamente diferente y han hecho suya también la cuestión del Sahara.

Sin embargo, en este caso quién más gana es Israel. Más que un peaje simbólico o un favor a un monarca ausente y necesitado de apoyos, Israel obtiene una sustancial contrapartida en un momento en que su valor geoestratégico para Estados Unidos en Oriente Medio ha mermado: una presencia permanente en el Mediterráneo occidental bajo cobertura marroquí, la posibilidad de vender su tecnología militar -que probablemente terminarán pagando las monarquías de Arabia Saudí y del Golfo-, y hacerse incómodamente imprescindible para el bloque occidental en una nueva zona, de alto valor geoestratégico.

Cabe esperar con total certeza que Israel aproveche al máximo las necesidades bélicas y tecnológicas de Marruecos

Como en el caso del reconocimiento de Trump, o del error de cálculo de Albares-Sánchez, lo importante es ver las consecuencias concretas de esta declaración. Y probablemente, a diferencia de los casos anteriores, veremos más concreciones. Israel no da puntada sin hilo porque su supervivencia, como Estado colonial consentido, va en ello. Israel de Netanyahu no es los Estados Unidos de Biden que no ha revertido la declaración de Trump pero que tampoco ha ido más allá. Cabe esperar con total certeza que Israel aproveche al máximo las necesidades bélicas y tecnológicas de Marruecos e introduzca elementos disruptivos que alteren radicalmente la situación en el norte de África.

En este caso las componendas de dos rogue states que se apoyan mutuamente, no son inocuas; tienen repercusiones en materia de seguridad en el Norte de África y en el Mediterráneo Occidental, remachan aún más la percepción de amenaza que tiene Argelia y ahondan la desintegración regional magrebí. Cuando transgresores contumaces del derecho internacional y de los derechos humanos llegan a tales arreglos que afectan a una región tan cercana a España y a Europa, los responsables políticos deberían preocuparse un poco más y no quedarse callados.


Isaías Barreñada es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro de Observatorio Universitario Internacional sobre el Sahara Occidental.