A vuelta de correo, Pedro Sánchez ha manifestado su intención de ser investido presidente de nuevo, él, que está hecho carnosamente de la sustancia del poder como el melocotón está hecho de la sustancia del melocotón. Esto ya lo sabíamos desde que salió bailando el limbo en la noche electoral, con los hombros ardiendo alegre y veraniegamente como una queimada. Nadie se pone a bailar como Kevin Bacon ni a tocar la marimba por perder las elecciones, por conseguir ese asiento de paquete que es el escaño de líder de la oposición. Feijóo le mandaba una carta con una pestañita suya caída dentro, Sánchez contestaba con una vacilada (sólo el que tiene poder puede usar el vacile, el que no tiene poder, como Feijóo, sólo puede usar avemarías y refranes del Quijote), pero en realidad todos saben lo que va a ocurrir. Bueno, salvo Feijóo y Cuca Gamarra, que siguen llamando perdedor a ese Sánchez que no ha dejado de bailar descalzo y con cocos en las tetas desde aquel domingo en el que se abrieron las aguas para que el presidente saliera surfeando como un beach boy.
Sánchez juega a la obviedad mientras Feijóo juega a la necesidad pomposa y algo ridícula, algo así como cuando Lola Flores pedía una peseta a cada español para evitarle la ruina a ella
Sánchez sólo ha dicho lo obvio, pero precisamente ahí está la cosa. Sánchez puede salvarse con obviedades mientras Feijóo sólo puede salvarse a través de un milagro epistolar, como si fuera un corintio de los de san Pablo, o no puede salvarse de ninguna manera y sólo está agonizando en verso como los poetas tísicos o los tenores apuñaladitos por el violín como por un abrecartas muy adornado. Es una obviedad que gobierne quien tiene más apoyos en los parlamentos, y es una obviedad que Sánchez vaya a intentar ser investido cueste lo que cueste, que ya ha visto el presidente que no le cuesta nada, en realidad. Pero es que Sánchez juega a la obviedad mientras Feijóo juega a la necesidad pomposa y algo ridícula, algo así como cuando Lola Flores pedía una peseta a cada español para evitarle la ruina a ella y la deshonra a la patria. A Sánchez le basta con la obviedad y Feijóo no es que necesite un milagro, sino que parece un cojo esperando el milagro de hisopo o manantial, y eso además de hacerlo más cojo lo hace también algo bobo, que debe de ser lo que quiere Sánchez.
Sánchez está jugando, responde con una carta zasca o meme a la grave carta de capitanía que le envía Feijóo, y resuelve por Twitter, en vídeo, la principal duda que le manifestaba Feijóo a través de ese mensaje como de mosquetero o de ese telegrama del Oeste o del Raj Británico, cosa que deja al presidente del PP obsoleto en la política o en la vida, como un virrey con penacho o con mosquitera. Es un juego porque mientras corre el tiempo, Sánchez ya está negociando lo que tiene que negociar con quien tiene que negociar, y el PP todavía está entre la taquigrafía y el típex, entre la honra y el gregoriano, entre la corneta y la cucaña. Claro que tener a Feijóo escribiendo cartas galantes y severas, con sombra de crucifijo enjuiciador o de pistolón de duelo, algo tan ferruginoso como ridículo, no es lo más importante, aunque le haga perder tiempo. Lo importante es que así es el PP el que queda expuesto, débil, confuso, quemado, muy propicio para las dudas sobre el liderazgo de Feijóo y para el bocado de Ayuso, que en Moncloa les encanta y los pone líricos y cachondos como el beso de la mujer pantera.
Claro que Sánchez va a intentar ser investido, y va a serlo, que llevo diciéndolo desde la noche electoral, cuando Génova volvió a naufragar ridículamente como una barquita del Retiro con novio soldado y criadita con cofia. Feijóo pide milagros pero Sánchez ya lo tuvo y no lo va a desaprovechar. Es lo más lógico, es lo más coherente, que al fin y al cabo estamos hablando de la voluntad de poder de Sánchez, esa cosa nietzscheana y un poco aria que tiene él, contra temblorosas apelaciones al patriotismo, a la moderación, al sentido común, al bien general, cosas que suenan como a ayuno de monje para un libertino, y que además Feijóo se pone a escribir con letras góticas o neumas góticos, y manda a la Moncloa no ya en carruaje sino en Arca de la Alianza. Lo lógico, lo coherente, sería que el PP estuviera ya en ese escenario en el que Sánchez es Frankenstein II, no como está ahora todavía, o sea peinándose en el torreón de Génova para ir a buscar al amante de la Penélope de Serrat, que ahora que caigo es algo así como un amante de Interrail de los que subvenciona Sánchez.
Sánchez vuelve a proponerse para ser Sánchez, ya ven la sorpresa. Pero lo que sorprende es que el PP sólo se proponga para ser espantajo, pimpampún, meme, o, si acaso, como mucho, viuda de notario o de estanquero, con toda la dignidad y el luto de su España en el acto tierno y bobo de pegar sellos para nada. Feijóo debería estar ya ante Frankenstein II, siquiera psicológicamente, que así podría estar ya atacando, rearmándose, recomponiéndose, incluso deshollinándose de ese galleguismo deshollinador que creo que no le ha hecho tanto bien como él creía. Feijóo debería estar ya ante Frankenstein II, aceptándolo para actuar, midiéndolo para contraatacar, explicándolo para convencer, para cuando toque intentar convencer, que lo mismo no falta tanto. Lo más irónico es que Feijóo y Cuca siguen diciendo que Sánchez ha perdido pero lo único que hacen es enviarle postales, torrijas, rones y bongos para la fiesta.
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