Sánchez se ha ido de vacaciones a Marruecos, que de todos los lugares del mundo, recordando a Bogart en aquella Casablanca de cartón y cuerda, tenía que aparecer precisamente allí, para posar con el piano entre la melancolía, el apuro, el poderío, la venganza y el recochineo. Sánchez es un romántico o es un cachondo, y no duda en convertir el Marruecos de Pegasus, del Sáhara regalado, del vasallaje al rey niño y de la política exterior destrozada sin sentido, en el lugar perfecto para el amor con luz de gasa y para el whisky del canalla con corazón tiernoduro y pajarita siempre medio deshecha por el pasado. Claro que Sánchez no se ha ido a Marruecos huyendo del pasado, sino alardeando de él, abrazando su destino como se abrazan los recuerdos o la botella. A Sánchez lo hemos visto por Marrakech con gorra y gafas oscuras, como un fichaje del Real Madrid o Tom Cruise de incógnito, pero si Sánchez se va a Marruecos es porque, al contrario, siente que ya no tiene nada que ocultar ni hay nada de lo que esconderse. Sánchez viene burlón y con recadito, doblemente orgulloso y provocador en su decisión y hasta en su vestimenta, como Martirio con gafas de ciclista.
Sánchez se ha ido de vacaciones a Marruecos, que es como irse al Caribe de su sanchismo, con pulserita de todo incluido y una máquina de hacerle cortes de manga a la vida (yo creo que la gente se siente así en el Caribe, o donde se vaya el personal a hacerle cortes de manga a la vida). Marruecos parecía el último lugar del mundo para Sánchez pero se convierte en el primero como testimonio de señorío, suficiencia y narcisismo, igual que el lugar del crimen del criminal. Una vez que Sánchez se ha ido a Marruecos sin vergüenza, sin memoria y sin calzones, yo creo que ya puede ir así a cualquier sitio. Está vacunado, endurecido, no ya contra la verdad sino contra cualquier humano remordimiento o decoro. Ya no tiene ni la necesidad de resultar creíble, menos de resultar estético yendo de playeo, de tardeo o de compadreo allí donde España perdió la autoridad y el CNI perdió el zapatófono. Imaginen lo que podría hacer por esa España que él ha ganado como en la ruleta.
Se diría que Sánchez ha decidido viajar a Marruecos, todavía con resaca de resucitado, precisamente para demostrar que ya no tiene ningún pudor y casi no tiene ni carne en la que se pueda pinchar
Auguro una legislatura espectacular y fastuosa de Frankenstein II, con la prudencia y la mesura arrojadas muy lejos igual que una faja de color carne, opresora, patriarcal, fachorra, durísima como un calzador. Todo el sanchismo se resumía quizá en lo de Marruecos, una decisión a la vez sin sentido y perfectamente entendible, un interés particular que se transforma sin estremecimiento ni culpa en necesidad del país, una obviedad que se niega, una mentira que se da la vuelta ante nuestras narices aunque vaya contra la lógica y contra la física, como aquella vela de El hombre que podía hacer milagros… Se diría que Sánchez ha decidido viajar a Marruecos, todavía con resaca de resucitado, todavía con hambre de muerto, precisamente para demostrar que ya no tiene ningún pudor y casi no tiene ni carne en la que se pueda pinchar. Yo creo que Sánchez se dispone a convertir todas las acusaciones o pruebas contra él en alarde, en afirmación altanera del sanchismo, en gran cachondeo de ganador, en gran chulería de chulo supremo que acaba de pasarse la chulería en política como el que se pasa el Tetris.
Sánchez se ha ido de vacaciones a Marruecos, y yo creo que esto podría ser sólo el principio, que él todavía está explorando su poder y su inmunidad. Quiero decir que Sánchez podría irse de copas con tito Berni por esas ventas del fino La Ina que decía Sabina; y de ongi etorri con Otegi, el hombre de paz; y a desinfectar fachas o piolines a hisopazos de lejía junto a Puigdemont y Junqueras; y llevarlos a todos en Falcon a los festivales. Sánchez podría ofrecerse a llevarle él mismo a Delcy Rodríguez las maletas, unas maletas como de Cruella de Vil; y tirar un tabique en la Fiscalía, que ya sabemos de quién depende, para instalar ahí un jacuzzi de rapero donde asentar sus reales con ancla de oro y diamantes; y poner ya no a un ministro, sino a su caballo, en el Tribunal Constitucional, o de general de la Guardia Civil; y podría dormir a pierna suelta en la cama de nenúfar de Galapagar de Pablo Iglesias, y cerrar el Congreso para hacer allí patinaje artístico, y nombrar a Pam vigilanta de alcobas y pajillas, y prohibir Mercadona y las cervezas de Ayuso, o prohibir a Ayuso y las cervezas de Mercadona. Y, por fin, claro, indultarse a sí mismo y a sus socios por todo esto, si acaso es necesario, que no lo sería, porque España lo entendería todo.
Sánchez se ha ido de vacaciones a Marruecos, y no sé si se irá al Sáhara a hacerse allí selfis depravados, que a lo mejor es una especie de ensayo para irse a Cataluña, o al Euskadi profundo, o a los tribunales, o a las cárceles, o a las casas de los españolitos estupefactos, y hacer lo propio. Yo no sé si serán exactamente las cosas que yo he puesto aquí, pero seguro que Sánchez está apuntando muchos desafíos, pruebas y vaciles en esa libreta de sueños que tiene junto al colchón de la Moncloa, convertido ya en reliquia toledana. Puede que Sánchez sienta que España le ha convalidado las mentiras y la cara dura, pero aún no está seguro de hasta dónde lo dejarán llegar y eso hay que ir probándolo. Ha empezado por Marruecos y luego le queda toda España.
Sánchez se ha ido de vacaciones a Marruecos, que de todos los lugares del mundo, recordando a Bogart en aquella Casablanca de cartón y cuerda, tenía que aparecer precisamente allí, para posar con el piano entre la melancolía, el apuro, el poderío, la venganza y el recochineo. Sánchez es un romántico o es un cachondo, y no duda en convertir el Marruecos de Pegasus, del Sáhara regalado, del vasallaje al rey niño y de la política exterior destrozada sin sentido, en el lugar perfecto para el amor con luz de gasa y para el whisky del canalla con corazón tiernoduro y pajarita siempre medio deshecha por el pasado. Claro que Sánchez no se ha ido a Marruecos huyendo del pasado, sino alardeando de él, abrazando su destino como se abrazan los recuerdos o la botella. A Sánchez lo hemos visto por Marrakech con gorra y gafas oscuras, como un fichaje del Real Madrid o Tom Cruise de incógnito, pero si Sánchez se va a Marruecos es porque, al contrario, siente que ya no tiene nada que ocultar ni hay nada de lo que esconderse. Sánchez viene burlón y con recadito, doblemente orgulloso y provocador en su decisión y hasta en su vestimenta, como Martirio con gafas de ciclista.
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