La semana pasada cogí un avión desde Barcelona hacia Bakú, capital de Azerbaiyán. Una ciudad que tenía ganas de visitar desde hacía años, pero la pandemia del Covid-19 me impidió poderlo hacer. Siempre he encontrado un punto de especial interés en el Cáucaso, tanto el norte como el sur. Y el hecho de poder visitar un país tan desconocido para nosotros como Azerbaiyán le daba un plus de interés al viaje. Por ello, un amigo y yo lo organizamos de tal forma que nos pudiéramos mover solos y de forma cómoda.
A pesar de que teníamos interés en visitar Bakú y Ganja, la segunda ciudad del país con un enorme patrimonio cultural, solamente nos quedamos en la capital por un asunto de los horarios ferroviarios. Pero esto nos permitió ir arriba y abajo, movernos por todos los recovecos capitalinos, así como visitar partes poco turísticas y hacerlo con calma. Nos sorprendió la combinación cultural de haber sido persas, túrquicos y rusos, con una pátina de laicidad turca y soviética. Más allá de la ausencia de pasos de peatones, que allí son soterrados, sí vimos cuestiones interesantes como el crecimiento de una nación que se podría considerar renovada, más que nueva.
Es una ahora nación renovada, un pueblo con siglos de historia a sus espaldas, que siempre ha sido un cruce de caminos, de hospedaje e intercambio entre muchas culturas. Incluso hay cierto pasado hindú por las caravanas indias que cruzaban el Cáucaso. Cristianos, musulmanes, zoroastristas, hinduistas… Su pasado es una serie de intercambios y de mezcolanzas. Y esto también se observa cuando caminamos por la calle y nos fijamos en los monumentos, o a quiénes están dedicadas muchas de las calles. Escritores, poetas, pintores, artistas de teatro, como también a políticos de la República Democrática de Azerbaiyán de 1918, y algún que otro militar. Es en esta recuperación del pasado donde se ve el interés de crear un nacionalismo basado en la cultura azerí, y al mismo tiempo de reivindicar a azeríes relevantes a lo largo de la historia.
Además del nomenclátor, que dice mucho de un país y de una ciudad, Bakú es una ciudad de pulso constante, y continuamente en expansión. En uno de los paseos que hicimos nos encontramos con un interesante contraste: por un lado, los edificios cuyo clasicismo soviético era más que evidente; por otro lado, edificios de oficinas y rascacielos de viviendas completamente de cristal.
Y, por último, nuevas torres para una pujante clase media que pide paso. Había pisos de lujo, con policía en la puerta y control de accesos para los vehículos. Había casas bajas con la gente sentada en las escaleras de entrada charlando con los vecinos y los niños corriendo por la calle. Pero también se estaban creando espacios para esta clase media: nuevos centros comerciales, nuevas tiendas, nuevos edificios de viviendas.
Pasear por el barrio histórico de la ciudad, cuyos principales monumentos han estado reconstruidos o restaurados por la destrucción de patrimonio que dejó tras de sí la iconoclastia soviética en muchos edificios históricos, mientras en el horizonte se divisan las Torres Llama o Flame Towers ofrece al viajero una combinación ciertamente mágica. Es lo que hace que la ciudad tenga un encanto especial, junto al atractivo de una vida social nocturna alrededor del paseo marítimo. La mezcla de culturas visible, del paso del tiempo de la mezquita medieval al lado del rascacielos. Y del pozo de petróleo al lado de vendedores de sandías. Una delicia la fruta, por cierto.
El surgimiento de una nueva clase media puede generar sinergias políticas internas, como también un motor económico que no solo dependa del petróleo y del gas
Por estos motivos creo que no debemos apartar la vista del Cáucaso, y sobre todo de países como Azerbaiyán, que nos parecen muy lejanos, pero a nivel diplomático están cerca, más cerca de lo que pensamos. El surgimiento de una nueva clase media en la república como la azerí puede generar sinergias políticas internas, como también un motor económico que no solamente dependa del petróleo y del gas. Hay interés por parte de la administración en abrirse más al turismo, en desarrollar otros sectores para no depender económicamente de un solo motor productivo, como también de mejorar las condiciones sociales de los azeríes.
Y cabe terminar la reflexión con un comentario: cenar mientras ves las luces de las plataformas gasísticas del Caspio en el horizonte es una experiencia. Como también degustar la genial gastronomía que tiene el país, sobre todo aquella con base de cordero, y condimentada con granada.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho, máster en Seguridad, especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado. Puede leer aquí sus artículos en www.elindependiente.com
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