Parece Luis Miguel, pensé. En una de las primeras fotos de Daniel Sancho difundidas después de que el sábado pasado saltara la noticia de su detención por el asesinato y el desmembramiento del doctor Edwin Arrieta, en una playa con el torso desnudo y el pelo largo y mojado, Daniel parece Micky en el vídeo de “Cuando calienta el sol” (1987), minuto 3’15’’.
De repente la presunción de inocencia es un principio rector de la conversación pública
Es una foto extraída de su Instagram antes de que alguien –o él mismo, cuando el domingo la poli tailandesa le llevó a un restaurante caro a cenar y hacer llamadas a España– lo pusiera con buen criterio en modo privado. Pero su cuenta había estado abierta las horas suficientes para que periodistas y particulares la saqueáramos y radiografiáramos a fondo, y una legión de compatriotas de Arrieta descargara su rabia anacrónicamente en los comentarios.
Confieso que pasé buena parte de la noche del sábado registrando el Instagram de Daniel Sancho, viendo sus stories destacadas de visitas a restaurantes con estrellas Michelin, el recorrido por la cocina del Asador Etxebarri mostrando artilugios a medida como su parrilla para angulas. Buscando entre sus seguidores a conocidos, o a conocidos de conocidos, haciendo pantallazos, informando de mis hallazgos a los amigos, viendo en tiempo real cómo los de Daniel se desetiquetaban de las fotos.
No sé si actuaba el sórdido cotilla anónimo, el investigador aficionado pero minucioso de misterios reales o imaginados, el periodista que no termino de ser o el historiador del pop que me gustaría ser. Pero sí sé que pensé enseguida en Luis Miguel al ver esa foto de Daniel Sancho allí en la playa. Porque es verano, por la obsesión que padezco por el astro mexicano, que acaba de empezar gira mundial delgado y poderoso, y por el semiparecido detectado entre ambos. Porque Sancho desprendía la misma energía bronceada y despreocupada que el Sol de México, embajador oficioso de Acapulco, acuñó desde jovencito como seña de identidad. Pero también porque la semejanza de ambas imágenes me hizo pensar en un ingrediente del éxito de Micky que se comenta poco pero que es fundamental: su condición de chico rubio.
Más de uno me dirá que Luis Miguel no es estrictamente rubio. Daniel Sancho tampoco. Es una condición que va más allá de las mechas o la melanina. Es una actitud, una cuestión de carácter. Piénsese en la imagen que ese hijo de gaditano e italiana con reluciente melena clara y ojos verdes ofrecía en las televisiones y revistas a principios de los 80. Era, indiscutiblemente, un niño rubio, y cuanto más moreno o maquillado estaba más rubio parecía, y más claros sus ojos y más blanca su encantadora sonrisa diastémica.
Se cuenta muy bien, aunque de manera implícita, en la primera temporada, la buena, de su serie de Netflix. En uno de los capítulos, una multitud de mexicanas de pura cepa, morenas y de pelo oscuro, le reciben enloquecidas en un palenque. México es un país con extraordinarias ansias de blanqueamiento, algo propio y habitual de sociedades que se han construido sobre la discriminación racial y la desigualdad. Y Micky representaba como nadie el anhelo de ascenso social que está detrás de esa ansia, la esperanza de tener "hijos rubios con los ojos rubios y los dientes rubios", como bromeaba Rubén Blades en "Ligia Elena", la genial canción que compartió con Willy Colón en su álbum de 1981 Canciones del Solar de los Aburridos.
Estos días hay un extraño estado de ánimo en torno a la suerte de Daniel Sancho. Todo el mundo parece preocupado por lo que de ahora en adelante le suceda a este buen chaval, guapo, deportista, emprendedor, que ha tenido la consideración de confesar su crimen, vete a saber, por otro lado, en qué circunstancias. De repente la presunción de inocencia es un principio rector de la conversación pública.
"La prioridad ha de ser traer a Dani a España", decía Salvador Sostres en su columna de ayer en ABC, llevando hasta las últimas consecuencias los argumentos y los prejuicios que subyacen en todas las charlas informales que estos días tienen lugar sobre el caso. Daniel, Dani para Sostres, está a merced de Tailandia, "un país endiablado que propicia en ti lo atroz" y cuyo sistema judicial "es un mito", después de caer en las redes de "un gay retorcido y mañoso" que le chantajeó. Daniel, Dani para Sostres y pronto para todos, ha sido víctima de "la mala leche del maricón", "que es retorcida, perversa, desesperante y puede llevarte a la enajenación".
Creo que ni Sostres ni tantos otros estarían tan preocupados por la suerte de Dani, de Daniel, ni estarían dispuestos a exhibir de manera tan desacomplejada sus prejuicios hacia el otro, sea tailandés, colombiano, maricón o todo a la vez, si Dani no fuera el chico guapo y deseable, se ve que no solo para gays retorcidos, de las imágenes. Ese joven de bien, de trayectoria homologada con otros muchachos españoles y madrileños de su clase y condición que montan negocios, llevan gorras de camionero, lo gozan fuerte en restaurantes de moda y tontean con maricones cuando nadie les ve. Si Dani, en definitiva, no fuera rubio. Pero no me hagan caso. Seguramente solo esté dando la razón a Sostres y todo esto no sea más que la conocida mala leche del maricón.
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