La mayoría de mi generación y posteriores recuerda sus veranos de la infancia como un momento idílico. El paso del tiempo engalana lo que nada tenía de excepcional cuando sucedió. Incluso el mandato de las siestas. Pero es cierto que en esos prolongados veranos disfrutábamos especialmente con otros niños. Tenías una pandilla y pasabas el día jugando con ellos. Eran amistades que iban creciendo verano tras verano. Los amores de verano pasan, las amistades permanecen.
Donde veraneaba con mi familia todos teníamos nuestra pandilla. También mis padres. Recuerdo que salían con ellos a cenar por los pueblos cercanos y muchas veces terminaban en la urbanización. Sobre todo había otra pareja, Juan y María Rosa, con quienes hacían piña. A veces se reunían en un corro grande y mi padre contaba chistes con una gracia excepcional. Podía repetir el mismo mil veces y siempre me despertaba la sonrisa. A veces él me sorprendía riéndome sola y sabía que era porque recordaba alguna de sus bromas. Maite y David, mis hermanos, han heredado ese sentido del humor.
De aquella época es Maite quien conserva más relaciones, sobre todo con Lis y Gemma, dos hermanas con quienes formábamos un cuarteto inquebrantable, y con Anita, nuestra doctora particular. Anita ya quería ser médico con cinco años. Siempre le agradeceré cómo hablaba con mi padre cuando ya estaba muriéndose. Ahora, por desgracia, coincidimos más en funerales que en fiestas.
Hace unos días pasamos por aquella urbanización de los veraneos y me emocionó ver cómo algunas vecinas recordaban todavía a mi padre. Estoy convencida de que para mis padres aquellos fueron tiempos memorables. Su objetivo era que disfrutáramos nosotros de la naturaleza y que hiciéramos amigos, pero ellos también encontraron su sitio. Mi padre lloró la muerte de Juan como si perdiera un hermano y mi madre ha seguido muy unida a María Rosa.
Los tiempos han cambiado mucho y ahora queremos estar en vaivén continuo. Si no has visitado algún sitio diferente cada año, es como si fueras un anciano prematuro. ¿Dónde vamos? Estamos en permanente búsqueda de esos momentos únicos en lugares excepcionales e ignotos. Si en verano no te mueves, eres un perdedor o un amargado o todo a la vez.
He tenido la suerte de conocer sitios bellísimos. Desde la Costa Amalfitana a Zanzíbar. Nueva York o Buenos Aires. He viajado sola y en la mejor compañía. Pero los momentos inolvidables los he disfrutado con amigos. Con Isabel y Víctor, que están ahí tanto para ir a Argentina como para acogerte en su casa en un pueblo segoviano. O con Ana y Tono que te descubren las maravillas de la sierra de Cuenca y te invitan a unas chuletas a la brasa. O con Marta, que te cede su apartamento en San Cugat para disfrutar de unos días en Barcelona. O Antoñita que acoge a tu familia en Fuengirola para que tu madre disfrute de unos días playeros. O con Antonia y Antonio que te enseñan los secretos de las inmediaciones de Granada. O con Marisa y Hans que te preparan un picnic playero con sabor alemán. O con Mari Luz que te ofrece su lugar de descanso en Baiona. O con Guillem, dispuesto a hacerse un Barcelona-Madrid-Barcelona para disfrutar de una comida y una sobremesa juntos. O con Maite que te lleva al mejor rincón de Asturias, o a su escondite mágico en Almería.
Pensaba en todos ellos después de una jornada en Valsaín con Tere, Pelayo, Maite y Ani. Caminamos por la senda del Eresma, vimos caballos, comimos en unas mesas de madera las viandas que cada uno habíamos preparado. No nos bañamos por no saltarnos las normas. A la vuelta, hicimos un maratón de juegos de mesa y Eric nos preparó una estupenda cena con jureles ahumados y los restos del almuerzo. Acabamos a medianoche. Aún Pelayo y Anita, los adolescentes, se retaron un par de veces al ajedrez. No querían terminar porque en jornadas así la felicidad fluye y solo deseas vivir ahí siempre.
Veo cómo Anita, mi sobrina de 14 años, cultiva a sus amigos y me parece que ya sabe que son el mejor de los tesoros. A quien más conozco es a Pablo, tan noble como ella. Coincidieron en la guardería y ahí siguen. Nos acompañó este verano de ruta asturiana y prometimos repetir la experiencia.
A la sombra de un liquidambar, viendo cómo las nubes se deslizaban en el cielo, reflexionaba sobre lo que había escuchado a una psicóloga en la radio. ¿Qué define la amistad? La RAE dice que es "afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato". Más que desinteresado diría que es "incondicional", por eso alguno dice que es la familia que eliges, aunque en mi caso yo habría elegido a mi familia mil veces. Aguanta contra viento y marea. Está en los momentos en que ni siquiera tú sabes qué quieres ni dónde estás. Aunque no te entienda ni comparta tus decisiones, te apoya y confía. Sobrevive al paso del tiempo.
El mejor lugar de vacaciones es ese sitio donde no quieres parar la partida ni la charla, donde un silencio llena tanto como una carcajada y donde uno siempre desea volver. Familia y buenos amigos son ese lugar que tanto ansiamos. En verano y todo el año.
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