Feijóo tiene por delante un mes para lograr los 4 votos que necesita para cumplir con el encargo del Rey de formar gobierno. Escuchando sus mensajes, tanto en el mitin de Soutomaior (Pontevedra) como en la entrevista que ha concedido a El Mundo, parece que el líder del PP quiere ir a por todas, lo que incluye no sólo intentarlo de nuevo con el renuente PNV, sino, y esto es lo más importante, abrirse a negociar con Junts, partido que lidera el prófugo Puigdemont.
La línea roja que se ha autoimpuesto Feijóo para la negociación con los independentistas, el respeto a la Constitución, es la misma que, al menos de boquilla, ha trazado Sánchez para lograr esos mismos apoyos. Estamos, pues, ante una cuestión interpretativa, no ante algo sustancial, como es, por ejemplo, hablar con Bildu. Dice el líder del PP que no se puede hablar con el partido de Otegi porque aún no ha condenado el terrorismo de ETA. Es verdad. Pero, ¿acaso Junts ha condenado su intento de subvertir el orden constitucional con su referéndum ilegal del 1-O? No. No sólo eso, sino que sus dirigentes, empezando por Puigdemont, insisten en que lo volverán a hacer.
Este cambio en la hoja de ruta del PP operado en el mes de agosto no es una cuestión menor, sino que afecta a uno de los ejes políticos del PP desde que Mariano Rajoy activó el artículo 155 de la Constitución. Justificar, como hace Feijóo, un acercamiento a Junts en que "también es un partido de centro derecha", es un argumento pueril. El problema con Junts es que es un partido cuyos líderes, para lograr su objetivo, la independencia de Cataluña, recurrieron a la comisión de graves delitos, como explica con todo detalle la sentencia del Tribunal Supremo que los condenó.
El líder del PP abre unas expectativas difíciles de cumplir, a no ser que acepte el marco negociador que exige Puigdemont
La cuestión es sencilla: ¿si los seis escaños de Junts no fueran necesarios para la investidura de Feijóo, habría cambiado de posición? Porque un cambio sí que ha habido, esto no se puede negar. Lo que ocurre es que ese cambio no se ha explicado, se ha intentado disimular, se ha introducido como quien no quiere la cosa. Primero, con unas declaraciones de González Pons en Onda Cero y, después, con la entrevista antes citada y pasando como sobre ascuas por encima de ello en el mitin de Soutomaior.
Negociar con Junts implica aceptar su marco de diálogo. Puigdemont, el hombre que manda en Junts, ha dejado claro, por activa y por pasiva, que no aceptará apoyar la investidura de Pedro Sánchez si no es a cambio de la amnistía y del referéndum de autodeterminación. El propio Feijóo dijo en la rueda de prensa tras visitar a Felipe VI, el mismo día que el Rey le encargo la formación de gobierno, que los 172 votos que tenía asegurados eran a cambio de nada, a diferencia del PSOE, que estaba dispuesto a aceptar chantajes para lograr la investidura, refiriéndose a Junts, a ERC y a Bildu.
Ahora ese razonamiento ya no sirve. De hecho, el titular que elige El Mundo para su portada es: "Si yo cediera lo que va a ceder Sánchez, el presidente sería yo". Lo que implica dos cosas: que sí está dispuesto a ceder algo, aunque sea poco; y, en segundo lugar, que da por hecho que Sánchez será investido, ya que va a ceder más que él.
Con este panorama, no es extraño que los independentistas estén felices, que Puigdemont se relama de gusto al verse cortejado al mismo tiempo por socialistas y populares, y que los periódicos pro indepes den la bienvenida a este cambio en la táctica (veremos si también en la estrategia) del Partido Popular.
Hablar con Junts, negociar con Junts, se convierte en casi incompatible con la cerrazón a aceptar una amnistía, un "alivio penal" como dice el aparato monclovita para evitar mencionar un concepto de difícil encaje constitucional, como bien explica hoy en su artículo Irene Dorta.
Me temo que, de nuevo, estamos ante un amago, un gesto para crear unas expectativas más bien ilusorias. Eso es lo peor del liderazgo de Feijóo, su falta de consistencia. Me explico: si de verdad cree que hay que aceptar los votos de Junts, tendría que haber cambiado su discurso no sólo en los matices, sino en el fondo, porque hablamos de una posición angular, esencial en el programa del PP y en lo que sus votantes esperan de ese partido.
Y creo que eso no es así, sino que estamos ante una maniobra improvisada y mal planificada, porque las contradicciones en la política de pactos ya las hemos visto, ¡y a qué coste!, en lo referente a Vox. Dice, reconoce, el presidente del PP en la interesante entrevista de El Mundo: "Los acuerdos tras el 28-M con Vox no se han gestionado bien". Pues bien, esa gestión sólo es atribuible a él como líder del partido, a no ser que admita una falta de autoridad que sería aún más preocupante.
Lo peor, con todo, no es esa autocrítica, sino que no dice en qué sentido se ha gestionado mal. ¿Estuvo mal el acuerdo de Valencia a pocos días de la victoria en las municipales y autonómicas? ¿Estuvo mal hacerle rectificar a la líder del PP en Extremadura? O, más reciente, ¿estuvo mal no pactar con Vox un puesto en la Mesa del Congreso, lo que supuso que dicho partido no votara a la candidata del PP?
Es decir, ¿cuál va a ser la actitud del PP hacia Vox a partir de ahora? ¿Amor? ¿Odio? ¿O más bien todo lo contrario, según convenga?.
Esa indefinición no es lo que se espera de un líder que acaba de asumir la responsabilidad de formar el gobierno de España. Feijóo tiene que madurar mucho más sus ideas, ser menos gallego de lo que es, o plantearse en serio si a su alrededor tiene el equipo que necesita y que no siempre tiene que darle la razón en todo.
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