Es difícil añadir algo nuevo en el revuelo mediático que este fin de agosto nos trae de la mano de Rubiales y que ha superado incluso el morbo de nuestro Jack el Destripador rubio. La combinación perfecta para un verano de periodismo vacacional: sexo, crimen y chiringuito. Todo lo demás es temperaturas, DANAS , reventones térmicos y demás armagedones climáticos que tan de moda esta últimamente.
El caso Rubiales, sin embargo, está mostrando, a diferentes velocidades e intensidades, dos planos muy diferentes. El primero, el detonante, el famoso “pico” que, consentido o no, es completamente impropio de alguien con la visibilidad y responsabilidad de todo un presidente. Una “tocada de huevos” del mejor peor gusto junto a la reina, un achuchón y beso a una jugadora, pero sobre todo la chulería con la que -en mi opinión, basada además del carácter del personaje en una sensación de impunidad claramente mostrada en la Junta General con todos sus palmeros- Rubiales está manejando todo este proceso.
Sin querer quitar importancia en absoluto a lo ocurrido y que, dado mi desconocimiento legal, puede ser o no constitutivo de un delito para lo que ya están la sociedad, la justicia y numerosos organismos internacionales movilizados, lo cierto es que no podemos permitir tener al frente de una organización como la RFEF o ninguna otra a personajes de semejante talante. Mas allá de la ley, y siempre lo reclamo desde esta tribuna, están los valores, la ética y los principios, en especial en el deporte, espejo en que se miran nuestras generaciones más jóvenes.
Ahora, eso sí, en nuestro país, ya sabemos que el futbol tiene bula para casi todo. ¿Imagina el lector ese beso bautizado chulescamente como “pico” propinado por el presidente de cualquier compañía del IBEX a su directora financiera con motivo de unos excelentes resultados en la Junta de Accionistas? No hace falta ser muy imaginativo para concluir su fulminante lapidación por parte de políticos y grupos de presión. Su dimisión habría sido inmediata y el impacto sobre su organización incalculable.
Salvando las distancias con el de Al Capone, el de Rubiales, de serlo, no es un delito menor sino muy relevante en nuestra sociedad pero sospecho que, también, un resquicio por el que sancionar un modelo de gestión y liderazgo
Hace muy poco, desde estas mismas páginas, Casimiro García-Abadillo exclamaba "¡Rubiales a la Hoguera!", poniendo el foco en el juicio mediático, en la pena de telediario y en la reacción de la sociedad que ya ha condenado sin remisión a Luis Rubiales. La sociedad, pero también el Gobierno y su propia organización deportiva, los jugadores e incluso sus más fieles seguidores parecen haberle dado la espalda y reclaman nuevos aires, más frescos, más transparentes en la Federación. Y aquí es donde entra el segundo plano al que me refería.
Un segundo plano, menos explícito, sottovoce, pero que va ganando cuerpo y presencia. Un secreto a voces. Una caja de pandora que el “pico” como una llave mágica ha abierto. Un resquicio, el de esas bocas que se unieron de forma nefasta en Australia y por el que se ha colado una venganza larvada por unos modos de gestión cuestionable de quien se sabía blindado y protegido. Abusos de poder, maneras autoritarias que ahora sacan a la luz por doquier subordinados y compañeros y que se añaden a los presuntos delitos o cuando menos irregularidades cometidas en la Federación durante su mandato: comisiones por la supercopa de Arabia Saudí, fiestas obscenas, gastos impropios, salarios clientelares que durante cinco años hemos conocido y a cuya impunidad hemos asistido sin alterarnos porque “fútbol es fútbol” una vez más.
Ahora podríamos estar asistiendo, y me alegraría si de eso se tratase, al fin de una impunidad que como a otros termina acabándoseles en el momento en que las cuitas, ofensas y abusos pesan más que las dádivas o ventajas en aquellos que las disfrutan. Le ocurrió al Rey emérito, Rubiales no va a ser menos. Ni el encierro parroquial, ni el arrepentimiento, ni el perdón pararán este descabalgue. El “se acabó", un grito colectivo feminista que muestra el hartazgo del machismo en el fútbol lo es también el de toda una organización de federaciones, clubes y jugadores que han levantado el puñal de la venganza. Una especie de “diez negritos” a la española donde todos los personajes tenían una razón para asesinar al déspota.
Nada nuevo bajo el sol. Al Capone, cuyos enormes y continuados delitos, abusos de la ley, corrupción y componendas para mantenerse impune eran conocidos en la sociedad del Chicago de los años veinte terminó en la cárcel por un delito menor contra la hacienda pública siendo ese el único resquicio para acabar con él. Salvando las distancias, el de Rubiales, de serlo, no es un delito menor sino muy relevante en nuestra sociedad, pero sospecho que, también, un resquicio por el que sancionar un modelo de gestión y liderazgo al que propios y extraños han dicho también “se acabó”. Bien está lo que bien acaba, dice el aforismo popular.
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