El pasado miércoles, Alberto Núñez Feijóo propuso un pacto de gobernabilidad a Pedro Sánchez basado en dos básicos. El primero, un conjunto de 6 pactos de Estado que pongan nivel común a cuestiones estructurales en nuestro país. Es decir, que ambos partidos centren una idea de país, de alguna manera “reseteen” la situación y, a partir de ahí, cada uno por su lado.

El segundo de esos básicos es un límite temporal al mandato: o bien se consiguen poner en marcha los seis pactos o, en dos años máximo, se convocan elecciones. La propuesta es bastante concreta: si se logran los acuerdos, nuevas elecciones. Si no se logran en dos años… nuevas elecciones.

Hay que admitir que es un paso novedoso, porque, cada vez que la gobernabilidad se ha puesto complicada en España, todos mirábamos a Alemania en 2005, cuando Angela Merkel, que venía de ser la líder de la oposición al canciller Gerhard Schröeder, propuso al SPD (la socialdemocracia alemana) formar una coalición de ambos partidos.

Aquel primer gabinete de Merkel estaba compuesto por ella como canciller, un vicecanciller socialdemócrata, y, sobre un total de 15, 8 ministerios para la socialdemocracia, entre los que se encontraban carteras como Exteriores, Trabajo, Sanidad, Finanzas, Transportes o Justicia.

Vamos, un ejemplo de generosidad y de estabilidad, ya que la alianza de gobierno duró cuatro años.

Luego llegó la elección de 2009 en la que la CDU, el partido de Merkel, creció en 13 escaños, logrando 239 (la mayoría en el Bundestag son 314), pero en la que el SPD perdió 76 asientos. Desde entonces se ha fomentado la idea de que, en una coalición así, el riesgo lo corre el que no detenta la presidencia.

No es ciencia y hay casos que lo confirmarían, como el de los Liberales de Nick Clegg en Reino Unido, pero me atrevería a apostar que el riesgo lo corre quien no sabe mantener la cabeza fría. De todos, el más cardiaco pierde y, si no, que se lo comenten a Ciudadanos o a Pablo Iglesias.

Pero la propuesta de Alberto Núñez Feijóo no implica un gobierno de coalición, sino un gobierno en solitario en el que el principal partido de la oposición acordaría y, por tanto, también capitalizaría esos seis acuerdos. Obligaría a ambos partidos a maximizar el tiempo para dejar una nueva base política y organizativa en España.

Pero Pedro Sánchez no estaba muy por la labor y, por las señales que fue dejando, no estaba ni por pactar ni por, siquiera, acudir a esa reunión. A lo mejor iba con el recuerdo del cara a cara de la campaña de las generales y, obligado a ir, quiso darle celeridad, porque no reservó más de una hora para ese encuentro y no hizo declaraciones a posteriori.

Es más, si su agenda es normalmente un misterio, ese día se encargó de dejar claro que justo a continuación tenía un comité federal en la sede del PSOE en Ferraz.

No hizo declaraciones en el Congreso, donde le corresponde como diputado y donde tuvo lugar la reunión, ni en Moncloa, lugar en el que, para marcar diferencias, hizo declaraciones después de la audiencia con el Rey.

Lo mismo aquel día eligió Moncloa para que se evidenciara que, al igual que el Rey, él dispone de palacio, pero quiso olvidar que no acudió a Zarzuela como Presidente del Gobierno, sino como diputado y como candidato del PSOE en las pasadas elecciones.

Ahora, tras el encuentro con Alberto Núñez Feijóo hubo declaraciones por parte de los socialista y las hizo Pilar Alegría, que -voy a tirar de cinismo- al menos tuvo el coraje de no hacerlo desde el Ministerio de Educación.

El caso es que, como diría Hamlet, aquí yace la materia.

Sánchez puso sólo una hora disponible, no hizo declaraciones y se lo dejó todo a Pilar Alegría para evidenciar distancia, diferencia, si no desprecio hacia el presidente del PP

Pedro Sánchez puso sólo una hora disponible, no hizo declaraciones y se lo dejó todo a Pilar Alegría para evidenciar distancia, diferencia, si no desprecio hacia el presidente del PP y lo ejecutó ignorando a la opinión pública y a los periodistas.

… que lo mismo, en los próximos días y para compensar, da una entrevista a algún medio afín en la que puede que, incluso, le pregunten por esta actitud.

El caso es que vinieron Pilar Alegría y también Rufíán por su lado con un juego de palabras compartido. Una suerte de “mira lo que se me ha ocurrido. Ah, pues voy a usarlo yo también, que queda gracioso”.

El juego de palabras fue aquello de “pasar de derogar el sanchismo a rogar al sanchismo”, algo que no me llama la atención por el ingenio que… en fin, sino por la posición a nivel de comunicación que establece.

Busca poner a Pedro Sánchez en una situación de superioridad, algo que le pega al personaje, pero, con ello, el PSOE se comporta como si hoy estuviera más cerca el riesgo de perder la presidencia que de ganarla. Ahí es donde entran los golpes de efecto: en menospreciar al rival por no poder hablar del avance propio.

Entiendo que esto hereda (y sobrevive) de aquello de la “coalición de progreso” que el PSOE da por hecha desde el 23-J, pero olvidamos que Pedro Sánchez no tiene el encargo del Rey por dos motivos: el primero, que no ganó las elecciones. El segundo, que no pudo demostrar que tenía los apoyos suficientes como para acometer una investidura.

De hecho hoy no los tiene, porque lo de que Sumar vea cómo encajar la amnistía en la Constitución mientras Puigdemont niega negociaciones y ERC calla, sólo demuestra que hay una condición necesaria, pero que aún está sin resolver. Es más, si Puigdemont es sincero, implicaría que ni siquiera los mínimos para convencer a Junts se han alcanzado.


Enrique Cocero. Consultor político