La Diada se había ido desangelando, con su desfile de soldados, hijos, viudas, curas, mártires y rascaollas de la patria un poco perdido, un poco llovido, lleno de calvas, agujeros y flemas como una maratón de maduritos. Como el Estado, o sea la ley, había ganado, la celebración iba tendiendo a que se la pasaran llamándose botiflers unos a otros, que cuando decepcionan los héroes hay que buscar traidores.
Eso de que el Estado había ganado hay que decirlo más: el 155 produjo silencio y obediencia inmediatos, como si esa rebelde y revolucionaria tierra hubiera sido pacificada sólo por carteros, y luego los golpistas terminaron pasando la frontera con pasamontañas o en la cárcel, mojando migajones para los pájaros. Fue el 155, firmado también por Sánchez, no lo olviden, y fue la ley, lo que dejó la altiva república popular en procesión de flagelantes y en noches con toná de carceleras. Ahí seguiría la cosa, con una Diada hecha de antorchas mojadas, cartelones de Junqueras y Puigdemont como si fueran presos de cine mudo, y una amarga melancolía de perdedores, como de cornudos. Ahí seguiría, de no ser por Sánchez, que ahora les trae gasolina.
Llega otra Diada y aún se llaman botiflers entre ellos, entre los puristas del mambo y los posibilistas de la pela o los indultados con su cara de ninot de corcho. Pero ya no buscan al traidor hundidos en la melancolía del perdedor, sino que ahora, si acaso, señalan al boicoteador de la nueva oportunidad histórica que ofrece Sánchez. Cuando Sánchez se vio en la necesidad de incorporar los nacionalismos de plomo y el independentismo salvaje a su España de “progreso”, volvió la ilusión para ellos.
el 155 produjo silencio y obediencia inmediatos, como si esa rebelde y revolucionaria tierra hubiera sido pacificada sólo por carteros"
Quiero decir que la apabullante derrota se había convertido de repente en posibilidad de rearme. Ya no había fuego en la Diada, pero sí esperanza, porque se podía seguir esperando el momento, la historia, el advenimiento, mientras se conseguían triunfos a la vez simbólicos y tangibles que iban alimentando la “totalidad” morrocotuda de lo catalán o catalanista. O sea, desde la pura pela a la permisividad para seguir con el apartheid ideológico, lingüístico y hasta jurídico, con el concurso de un PSC impúdicamente colaboracionista. Esto es lo que el sanchismo llamaba, y sigue llamando, con gran provisión de palabras babosas y cínicas, paz, reconciliación y hasta Constitución.
Hasta ahora, Esquerra y Junts eran respectivamente el posibilismo y el bandolerismo indepe; los que se venden por el salvoconducto o por el presupuesto y los que resisten en la ensoñación y en la hidalguía roñosa de sus pretensiones extremas e inmediatas. En el caso de Junts, es así porque Puigdemont no puede sobrevivir si no es en esa ensoñación y en ese castillo con sombras ojivales y sirvientes con librea de telaraña, igual que un pretendiente a un trono como carlista o portugués o así. Pero ahora Sánchez los necesita a ambos, los necesita absolutamente además. Sánchez negociará también con el bandolero, que se convertirá un poco en posibilista, y volverá ambicioso al posibilista, que se convertirá un poco en bandolero. En cualquier caso, la competencia del independentismo será por el botín más grande, y el botín más grande ahora es todo, la amnistía y el referéndum, algo con lo que no pueden competir migajas presupuestarias ni concesiones virreinales sobre competencias o lengua.
Antes, el independentismo sólo negociaba la supervivencia. La cosa estaba entre sobrevivir en la Generalitat como en una ínsula, aguardar y pertrecharse allí y seguir alimentando la causa con todos los recursos de lo público (que así se lo permite el Estado), o bien sobrevivir como héroes de trinchera, engordando de lodo y cartas con tinta de hollín como Puigdemont. Lo que ocurre ahora es que el independentismo no tiene por qué conformarse con sobrevivir, ni como terratenientes administrativos ni como locos con gorro de papel de periódico en Waterloo. Puede tener lo que siempre quiso, su amnistía para legitimar “democráticamente” su golpe, en España y fuera, y su referéndum para acabar con la necesidad de más negociaciones ni de más posibilismo. Y, entonces sí, la izquierda y la derecha nacionalistas se disputarán el poder total en la república soñada y purísima.
En esta Diada aún habrá competencia y aún habrá reojos, aún habrá botiflers y a lo mejor vuelve a haber hasta fuego, guerrero o festivo. Y es así porque Sánchez ha inflamado el asunto, no con conflicto sino con esperanza, que es peor.
La esperanza, la cercanía del sueño, será lo que los tenga nerviosos, agresivos, recelosos, pero sin duda unidos. La clave es que no se puede desaprovechar la debilidad de Sánchez. La debilidad de Sánchez podría dar para permitirse otra declaración de independencia unilateral, que ya se vería si el “Gobierno de progreso” arma otro 155 y cómo reaccionaría Europa si no lo hay. La debilidad de Sánchez podría dar para pactar, simplemente, el deseado referéndum, que ya se encargarían ellos de ganar. Es más, la debilidad de Sánchez, ahora mismo, da para plantear cualquier negociación en estos términos: o referéndum pactado o declaración de independencia. Todo el conflicto entre indepes va ahora, sencillamente, de cómo aprovechar mejor la debilidad de Sánchez.
Aún se pelean, aún se llaman botiflers entre ellos, y aún se podrán ver calvas, zancadillas y mal de ojo de ojos de cerradura en esta Diada que vuelve a tener, después de mucho tiempo, gracias a Sánchez, gasolina. Aún se picarán y se retarán los indepes, pero sólo es para que el otro no meta la pata ante esta oportunidad irrepetible. Las muchas maneras de aprovechar la debilidad de Sánchez les harán chocar pero, al final, se unirán. Quién no se uniría ante un enemigo tan débil. Les llega por fin la historia y viene fácil, como nunca lo hubieran imaginado estos cobardes comodones. Trae el Estado su propia gasolina, su propia sentencia y hasta su propia horca.
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