En 2016 el Estado Mayor americano detectó una disonancia, algo que no encajaba bien en lo que, tanto afines como enemigos, eran capaces de desplegar en un campo de batalla. En lo que se ha dado en llamar “voluntad de lucha”.

La base de ese pensamiento quedaba en que la victoria militar no se traducía en un éxito estratégico. Como si, ante una carencia de ideas, al menos ganar la batalla me permite decir '¡Hurra!', pero sus consecuencias no llegan más lejos. “Ya he demostrado que mi capacidad es mayor que la de mi enemigo. No tengo mayor plan ni objetivo. No llego a ningún sitio”.

La voluntad de lucha, normalmente, se aplican a los estados en su conflictos internacionales. Pero si aislamos el concepto de sujetos activos y pasivos, la definición en su forma sintética sería: la determinación en llevar a cabo operaciones sostenidas para algún objetivo, incluso cuando las expectativas de éxito disminuyen o aumenta la necesidad de sacrificios.

No veo al entorno de Pedro Sánchez muy centrado en los sacrificios, sino en las ventajas y contrapartidas

Si alguien la lee, la entenderá en términos de Alberto Núñez Feijóo o en términos de Pedro Sánchez, aquello a lo que la afinidad le guie, y, en virtud de esa elección, entenderá los sacrificios que cada uno pueda estar encarando.

Pero, el caso, es que no veo al entorno de Pedro Sánchez muy centrado en los sacrificios, sino en las ventajas y contrapartidas. A lo mejor porque no observa sacrificios o porque los sacrificios vendrían dados por hechos sobrevenidos.

Imaginen por caso que tras las dos votaciones, Alberto Núñez Feijóo no consigue ser investido y que, en consecuencia, Francina Armengol vuelve a Zarzuela a comunicar a Su Majestad el Rey que hay que avanzar en el proceso.

Se reinician las audiencias y Felipe VI vuelve a hablar con todos los portavoces de los partidos con representación parlamentaria. Pedro Sánchez podría decirle al Rey que cuenta con los apoyos necesarios para enfrentar la investidura. De darse la misma circunstancia que en la primera ronda de contactos, ni Bildu, ni Junts, ni ERC ni el BNG podrían refrendar esa afirmación, dado que decidieron no ir a ver al Rey.

Pero supongamos que sale adelante y lo intenta Pedro Sánchez. Si todo va según lo trasladado al Monarca, en las fechas señaladas por la presidenta del Congreso, saldría la investidura.

Pero… imaginen por un momento que Pedro Sánchez anuncia que ya está bien de cesiones, que la Constitución está por encima de cualquier negociación con el independentismo y que hay ciertos límites que no está dispuesto a traspasar.¿Estaría haciendo esto porque no hay verdadera intención de ceder?Recordemos que hay juristas viendo el encaje de la amnistía en la Constitución ¿Lo estaría haciendo para partir de una posición ventajosa de cara a unas elecciones? Recordemos que, de haber un resultado similar al actual, los partidos con los que pactaría serían esencialmente los mismos y recordemos que en 2016 y 2019 hubo repetición electoral y, en ambas, Pedro Sánchez intentó ser investido.

Es más: llegado el caso, hasta el independentismo (especialmente Junts) podría tomar la repetición electoral como una victoria. Una suerte de “mis exigencias son claras y no voy a cederlas en esta negociación”. A lo mejor, incluso, viendo esa posición de ventaja, esta semana ha salido ERC a decir que sus votos no están garantizados y así poder actuar también como elemento de presión. Pero, insisto, serían de nuevo los socios con los que hablar.

Sea como sea yo sigo echando en falta qué estrategia de país habría si Pedro Sánchez repitiera como presidente del Gobierno. En la campaña electoral fue el miedo a Vox y ahora sólo está la amnistía en la mesa, pero no hay ninguna contrapartida evidente. A no ser que sea, tan sólo, entonar el “¡Hurra!”

En 2016 el Estado Mayor americano detectó una disonancia, algo que no encajaba bien en lo que, tanto afines como enemigos, eran capaces de desplegar en un campo de batalla. En lo que se ha dado en llamar “voluntad de lucha”.

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