Ayuso, de rosa y azabache como si fuera Finito de Córdoba, le ha pedido a Sánchez que “convoque” elecciones si se atreve, que ya sabemos que no puede porque está en funciones, pero todos hemos entendido el desafío, el desplante y la revolera. Sánchez no puede convocar nada, pero puede ver pasar la investidura de Feijóo, como el cortejo fúnebre y triste de un banderillero fúnebre y triste, y luego desistir de la suya. Quiere la presidenta madrileña, así, que Sánchez le plantee al pueblo español abiertamente su propuesta para esta nueva España de las tribus caníbales y de las mesitas de café, donde los delitos y el derecho se borran o se olvidan como si fueran cuentas hechas con la tiza del tabernero o del compañero de mus. Por supuesto, nadie ve a Sánchez capaz de ser asaltado por un picor moral tal que le lleve a consultar al pueblo ni esto ni nada, justo cuando acaba de sobrevivir por los pelos al plebiscito personal que han sido estas elecciones. Ayuso, como tantos otros, hace un diagnóstico certero pero inútil. Con Sánchez sólo vale el poder, o sea que la tentación de Ayuso, con taleguilla de liga y borlón de ojos, coge a Sánchez ya muy resabiado.
El PP, en realidad, no tiene mucho que hacer, y quizá por eso está haciendo todo lo que se le ocurre. O sea que saca a sus flamencas a los tablaos, y saca a sus eméritos a los atriles, y sacará a las monjitas de manifa, en un domingo como del Domund. Pero la verdad es que ya nada depende del PP, ni de Feijóo, ni de Ayuso, ni de Aznar, ni del pueblo que salga con su banderón de matrimonio como una colcha de matrimonio, o el pueblo que incluso se quiera repensar lo pensado o revotar lo votado. La verdad es que todo depende únicamente de Sánchez, así que el PP sólo puede tentar a Sánchez o aturdir a Sánchez, llamarlo gallina o tirano, volverle a sacar todas sus contradicciones y volverle a sacar toda la vajilla constitucional como la vajilla de Navidad. Y nada de esto, por supuesto, conmoverá a Sánchez. Ya lo ven a él y a los suyos, a gente como Bolaños, que tras las elecciones parece un niño disfrazado del Robin de Batman, con una fuerza de alfeñique hinchada por la sombra de una capa; ya los ven, decía, llamando “convivencia” y “concordia” a este escaldamiento del Estado, del derecho, de la igualdad y hasta de la selección de waterpolo en la marmita nacionalista. Y “enfrentamiento” y “confrontación” a lo que dice el PP o a lo que dice Nicolás Redondo, al que le han cortado la cabeza de rosa podrida, de rosa antisanchista, que se le estaba poniendo.
Ni con la lógica por delante, ni con los papeles hirviendo, ni con la gente en las calles (la derecha no sabe estar en las calles porque nunca le hizo falta, y por eso lo que parece es que van de romería, no de reivindicación) el PP puede hacer nada, al menos de momento. Igual que tengo la seguridad de que Sánchez va a volver a ser investido presidente, tengo la seguridad de que no bastará una repetición electoral. Haría falta, además, una contrición de las derechas y de las izquierdas, sobre todo del PSOE, y hasta un lavado de estómago y un lavado ocular, tras los diversos populismos sanchistas, voxistas, podemitas y sumistas (también el sumismo es un populismo, un peronismo de viuda vocacional, que eso parece Yolanda, una ministra que estudió para madre viuda como para azafata). El españolito que acaba de refrendar el sanchismo como sistema antipolítico, que prefiere el caos del puro poder al olor a cocido de cuartel de la derecha, no va a cambiar en una sola estación, por mucho que el elenco de venerables y meritorias nos diga las verdades con susto, seriedad, guasa o provocación.
El PP no tiene más oportunidad que una repetición electoral, que en realidad necesitaría además toda esa operación de contrición nacional, de catarsis política y moral
Ayuso, con gran capacidad sintética e hiriente, como la vecina que parece que pone banderillas desde la ventana con geranios, ha dicho que “Puigdemont ha puesto de rodillas a Sánchez”, y que la amnistía “es una estafa masiva contra España, la democracia, el Estado de derecho, la verdad y la libertad”. Estoy de acuerdo, pero nada depende ahora de ella, ni de Feijóo, ni de los expresidentes con cojera de mármol, sean del PP o del PSOE, ni de los plumillas, ni de los toreros que salgan a torear por Colón o por la Plaza de España o donde haga el PP la cosa movilizadora, el movidón que anime la investidura o la alternativa de torero muerto de Feijóo. Todo depende de Sánchez, que ya he dicho que tiene el sí a Puigdemont bordadito desde hace mucho, como desde la canastilla del bautizo. O sea, que tiene el poder y sólo se moverá por el poder. El PP no tiene más oportunidad que una repetición electoral, que en realidad necesitaría además toda esa operación de contrición nacional, de catarsis política y moral, que ya he mencionado y que aún no veo. Sánchez sólo iría a una repetición electoral si ve ventaja en ello, pero ya se equivocó una vez al evaluar sus fuerzas y no creo que se arriesgue, aunque Ayuso lo tiente, aunque lo cite con paquetón rosa y capote de pestañas tremolante.
Uno no ve mal la movilización ciudadana, mientras no se confunda el compromiso cívico con el mero movidón dominguero ni la razón con el numeral. Tampoco ve uno mal insistir en los rudimentos de la democracia, que se nos olvidan como la tabla del 8, ni en las contradicciones y perversiones del sanchismo, que se olvidan más o menos igual. Ni ve uno mal sacar la vajilla constitucional con sus pastores aflautados y sus pavos reales por ahí bajo la caldosa sustancia democrática. Todo esto es pedagogía, claro, y bien que nos hace falta. Lo que ocurre es que, en política, cuando hay tan poco tiempo y tan pocas probabilidades, hacer pedagogía viene a ser lo mismo que hacer oposición. Con sus majas y sus patriarcas, con sus verdades y sus toreros, el PP está haciendo oposición, que es, ciertamente, lo único que puede ir haciendo.
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