No nos pasemos, no nos pasemos. El comentario de Alfonso Guerra sobre Yolanda Díaz y sus visitas recurrentes a la peluquería, es algo que se ha comentado en todas las redacciones, que es lo que yo conozco mejor, por hombres y también por mujeres.
La peluquería de Yolanda Díaz tiene que ver con que el rubio no es su color natural y por lo tanto tiene que acudir asiduamente a que le retoquen el tinte. Y comentamos claro, los giros de su cabeza y los peinados que suele lucir.
Pero también tiene que ver con el súbito interés de la vicepresidenta y ministra de Trabajo por su cuerpo gentil y por lo mucho que va a la moda. Eso es como la fotografía de las ministras del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en Vogue, creo recordar, que fue motivo de escándalo para muchos. Y no pasó nada más que lo que dio de sí el episodio de marras.
Lo que ha dicho Alfonso Guerra de esta vicepresidenta es que no llega a superar la prueba de un examen de todo aquello de lo que se atreve a opinar. Y eso es lo importante. El comentario de la peluquería no es más que el añadido de lo que había dicho anteriormente, que es en lo que se debían fijar las feministas más enragées como la ex vicepresidenta Carmen Calvo que se lamentó de que en lugar de ocuparse de las neuronas, se ocupe Alfonso Guerra de las visitas a la peluquería.
No, si de eso ya se había ocupado no solamente en su entrevista con Susanna Griso sino en la presentación hace dos días de su libro, La rosa y las espinas.
Guerra ha dicho que era una indignidad que toda una vicepresidenta del Gobierno de España vaya a ver a un "forajido" y una "infamia" que el episodio haya pasado sin que se levanten de sus asientos todos los españoles. ¿Les parece poco?
Guerra ha desmontado la aplastante seguridad, impostada en mi opinión, de Yolanda Díaz cuando le ha reprochado a Felipe González una falta de rigor político y jurídico
En ambas ocasiones Alfonso Guerra ha desmontado la aplastante seguridad, impostada en mi opinión, de Yolanda Díaz cuando le ha reprochado a Felipe González una falta de rigor político y jurídico. Hombre, hombre, no será para tanto señora Díaz porque si algo le sobra al señor González es rigor político. Y en cuanto al rigor jurídico desde luego él tiene más que lo que pueda acumular ella en toda su vida.
Es la clásica actitud de quien necesita servir a su jefe, que nadie alberga ninguna duda de que es Pedro Sánchez, y reparte carnets de buen jurista o de político impecable sin que se lo hayan pedido. Ella necesita que Sánchez acceda a la presidencia por segunda vez y la nombre a ella vicepresidenta de lo que sea, pero vicepresidenta al fin y al cabo, y ella pueda colocar en puestos de relieve a los mejores de Sumar.
Hemos llegado a un punto en que cualquier alusión a no importa qué actividad de las mujeres fuera de la intelectual -de las neuronas, como dijo ayer Carmen Calvo- es motivo de escándalo por parte de las feministas.
Pero existen cientos de facetas extraintelectuales en las que las mujeres nos entretenemos, y nos regodeamos, con nuestras congéneres. Y eso no puede impedir a los hombres participar de las preocupaciones, o de los vicios, de cualquier mujer. Este es el caso.
La crítica de Alfonso Guerra a Yolanda Díaz es de mucho mayor calado que la anécdota de la peluquería. Fíjense lo que se dijo de José Bono y su implante de pelo y no pasó nada más que el fastidio del interfecto por estar en boca de todos.
Pero, atención, si eso se dice de una mujer, se abren las cortinas del cielo y caen sobre el pecador todos los rayos que acumule en ese momento el firmamento.
Así no vamos a ninguna parte más que a tener acochinados a los hombres cada vez que hablen en público, porque en privado hablan con una libertad que ahora se les niega en cuanto tienen más de un interlocutor.
Y no siempre son comentarios machistas los que hacen los hombres cuando hablan en privado.
Hay veces incluso que aciertan.
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