Hagamos un ejercicio de ucronía.
Imaginemos que el PSOE, en lugar de 121 escaños, hubiera obtenido 126, cinco más de los que tuvo el 23-J. Y que esos cinco escaños no se los ha quitado a Sumar, sino que son a costa del bloque de la derecha. De esa forma, la suma de todos los partidos que apoyan a Pedro Sánchez sería de 182 escaños. Es decir, los 6 escaños de Junts ya no le serían necesarios al presidente en funciones para gobernar, ya que, con sus 126 escaños, más los 31 de Sumar, los 7 de ERC, los 6 de Bildu, los 5 del PNV y el diputado del BNG alcanzaría mayoría absoluta (176 escaños).
Otro tanto ocurriría si el PP, en lugar de los 137 escaños que obtuvo el 23-J, hubiera alcanzado los 142 escaños (que era el mínimo que le daban la mayoría de las encuestas). Esos escaños –a costa de la izquierda o los nacionalistas– sumados a los de Vox y al de UPN darían a Núñez Feijóo un total de 176 votos. La investidura de la semana próxima estaría cantada. Y Puigdemont no pintaría un carajo.
La paradoja es que el independentismo va a lograr un rédito histórico cuando atraviesa por sus horas más bajas
En las dos hipótesis Junts sería un partido irrelevante. Nadie hablaría ahora de la amnistía, ni mucho menos de la autodeterminación, y en el Congreso se seguiría hablando en castellano. ¿O a alguien le cabe alguna duda de que Sánchez se ha metido en este lío por una razón distinta a la de mantenerse en el poder?
Quizás nunca 5 escaños hayan sido tan importantes. Total, menos de 350.000 votos, si hacemos la media de todos los votos emitidos y la dividimos por 350 escaños, que han resultado ser decisivos. Apenas el 1,4% del censo. Más o menos lo que representa Junts a escala nacional.
Pero, volvamos a la realidad. La matemática electoral nos ha colocado en el peor de los escenarios posibles. La semana que viene Alberto Núñez Feijóo fracasará en su investidura y Puigdemont se frotará las manos porque Sánchez depende de sus seis escaños para gobernar.
La paradoja es que el independentismo va a lograr un rédito histórico cuando atraviesa por sus horas más bajas. Al menos, atendiendo a los votos que recibió en Cataluña en las pasadas elecciones generales y si nos fijamos en la pobre asistencia a la manifestación de la última Diada (poco más de 115.000 personas según la Guardia Urbana).
Sin embargo, como dijo Gabriel Rufián en la aciaga, para su partido, noche electoral: "Lo importante no es lo que tienes, sino lo que vale lo que tienes". El que mejor lo ha aprovechado ha sido Puigdemont, que hasta el 23-J era un político zombi residente al que hasta los suyos comenzaban a dar de lado, y ahora recibe visitas en Waterloo como si ya fuera el oráculo político de España.
La clave del resultado electoral del mes de julio estuvo en Cataluña. Mientras que al PSC le votaron medio millón más de catalanes que en las generales de 2019, el bloque independentista (ERC, Junts, CUP) perdió casi 700.000 votos. Una parte importante de los votantes de ERC eligieron la papeleta del PSC. El "voto útil" contra la posibilidad de un gobierno del PP y Vox tuvo así en Cataluña un efecto letal para el independentismo.
En un alarde de fonambulismo político, Sánchez ha convertido en un héroe a un prófugo que estaba ya siendo abandonado incluso por su propios fieles
Pero esa campaña del miedo a la derecha le dio muy buenos resultados a los socialistas. Eso sí, a un precio muy alto. Ya que Junts, que criticó abiertamente durante la pasada legislatura los acuerdos de ERC con el gobierno de Sánchez, salió reforzado de rebote. No porque aumentara sus votos, sino porque no se desplomó en la misma proporción que lo hizo su competidor republicano.
Sánchez tiene ya prácticamente atada la investidura. Habrá amnistía, una factura económica medida en decenas de miles de millones que tendremos que pagar todos los españoles y una promesa de consultar a los catalanes no sabemos qué ni cuándo. Eso sí, ¡todo dentro de la Constitución! El nuevo asidero al que se agarra el presidente en funciones no tanto para no hacer una enmienda a la totalidad a la historia reciente del PSOE (este Partido Socialista se parece al de Felipe y Guerra como un huevo a una castaña), sino para eludir tener que recurrir a un pacto con el PP.
Tiene razón el líder del PP cuando habla de "fraude electoral" cometido por Sánchez el 23-J. La amnistía a los líderes del procés y todo lo que ello lleva consigo no es un cambio táctico para lograr una mayoría en el Congreso, sino que afecta al núcleo de la agenda política de la próxima legislatura. Sánchez nunca, en ningún momento, durante la campaña electoral dijo, ni siquiera insinuó, que Puigdemont no sería juzgado.
Como ahora, con inteligencia artificial, se pueden hacer virguerías, podemos imaginarnos a Sánchez en su mitin de cierre de campaña diciendo: "¡Voy a traer a Puigdemont a España, pero no para que sea juzgado, sino para pactar con él mi investidura! Y en el Congreso implantaremos los pinganillos y nombraremos presidenta de la Cámara a quien nos pidan los independentistas!". ¿Cómo hubieran reaccionado ante tales afirmaciones los enfervorecidos 4.500 simpatizantes del PSOE que acudieron ese día a Getafe para escuchar a su líder?
Pero no. La frase estrella de Sánchez durante ese mitin fue: "Nosotros somos España". Toda su intervención se centró en atacar a un hipotético gobierno del PP y Vox. Ni rastro de Cataluña. Ni una sola palabra. Y conste que en ese mitin se habló de muchas cosas. Por ejemplo, la vicepresidenta Teresa Ribera arrancó su discurso de esta guisa: "¡Hoy es el Día Internacional del Perro, y que vivan los gatos, los canarios y los peces de colores!". No es broma. Ni siquiera la inteligencia artificial hubiera podido alcanzar esa cota de estulticia.
En fin, que Sánchez, que se recorrió casi toda España en su maratón electoral, no dijo lo que ahora está a punto de hacer. Tal vez porque ni él mismo lo barruntaba. Nunca pensó que esos cinco malditos escaños le iban a jugar la mala pasada de tener que depender de un prófugo de la justicia para salir investido presidente.
Pero ahora, queridos lectores, esa es la perspectiva más probable. Un Sánchez comandando una coalición de partidos y partidillos que tendrá que mantener disciplinadamente unida a su figura. Cualquier desliz le hará perder una votación en el Congreso. ¿Hará esa debilidad congénita más prudente a Pedro Sánchez? Ni lo sueñen. El presidente en funciones cree ser el salvador no sólo de su partido, sino de España. No sabe lo que le espera.
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