Entre manoletinas de banderas y algo así como una gimnasia rítmica constitucionalista, llena de colores, cintas, coletas y brochazos al aire, el PP salió, convocó, se manifestó, protestó o se afirmó. El PP de Feijóo ahora no es que intente ganar la calle como se gana una competición de equitación, ni siquiera ganar la investidura con milagros o traiciones, sólo intenta afirmarse y afirmar a su líder. El PP tenía que salir en cabalgata o en toreritas para ponerse frente a Sánchez, subirse como al cajón de manzanas de la plaza pública, cualquier cajón y cualquier plaza, y desde allí hacer repicar no sólo jaleo y resistencia, sino sobre todo distancia: la distancia de Sánchez no ya con el PP sino hasta con el tráfico rodado, los transeúntes de baguete o ramo de flores y los ilustrados de glorieta, o sea con la ciudadanía y con la razón. Sacar gente a la calle no es ser la gente, aunque la izquierda aún no entienda eso, pero no está mal sacarla para que el personal no se crea que la amnistía sólo molesta en el torreón de Génova, donde Feijóo sufre resfriados crónicos y tristes de farero, sino que molesta en la calle, a la gente, como el camión de la basura.

Quizá en Génova, incluso aunque sigan bastante despistados, se han dado cuenta de que Sánchez está más solo de lo que parece

Las manifas con autobús y Fanta y los mítines con tablaíllo de media maratón no son el pueblo, ni la ciudadanía, ni España entera en la calle como unas Fallas ideológicas, pero no por eso dejan de usarlos los políticos. Los partidos saben muy bien que no es lo mismo tener al líder bajo un flexo en el atril o en la butaquita, enfermizo como un opositor, que sacarlo al sol torero de la calle, del ruido y de las garrapiñadas de la gente. Pero en este caso quizá es más significativo, porque la distancia entre la calle y Sánchez es gigantesca, versallesca casi. El otro día se publicó una encuesta que aseguraba que el 77% de los votantes, incluidos la mitad de los socialistas, está en contra de la amnistía, aunque tampoco es que haga falta mucha ciencia para ir evaluando la popularidad de la medida. Quizá esto había que sacarlo a la calle, aunque fuera con el PP llevando majorettes y abuelos, cayetanos y taxistas, señoras de su casa y pijillas todas como trillizas, como aquellas de Julio Iglesias.

No es que el PP tenga que afirmarse dentro de su banderón, como la folclórica se afirma dentro de su bata de cola, que también, sino que quizá en Génova, incluso aunque sigan bastante despistados (aún no saben si están al canelismo o al bilingüismo), se han dado cuenta de que Sánchez está más solo de lo que parece. Ésta es la gran y fundamental paradoja del éxito de Sánchez: que en realidad está solo, sólo cuenta con él, o sea con el sanchismo, que son cuatro en el sotanillo de la Moncloa, y los demás no son aliados sino parásitos, incluso en el propio PSOE. Sí, es cierto que esto basta para darle la presidencia de nuevo, pero diría que es un trabajo aún más solitario y triste que el de Feijóo montando barcos de botella en esa Génova comida por el oleaje y la melancolía como La Sirenita de Copenhague.

El PP creo que no sólo ha sacado a la gente a la calle para que le vayan prestando aplausos y moral a Feijóo, que se dispone a naufragar en la investidura como en un barquito de papel también de farero. Es que el PP ya está haciendo oposición, no porque se sienta perdedor sino porque sabe que a Sánchez hay que hacerle oposición, hay que rebatirlo y hay que desenmascararlo siempre, hasta que cale. Y empiezan a ver que Sánchez puede ser presidente pero será un presidente débil y voladizo. Sánchez no es ese presidente de mayorías y diálogo, sino un presidente esclavizado por su ambición y su incoherencia, y comido desagradablemente por parásitos, como una res enferma. No hablo ya de los nacionalismos, sino incluso de Sumar, que aunque sirve de marca blanca de Sánchez para la izquierda perrofláutica no dejan de ser unos cuantos que aspiran al ministerio folclórico para seguir haciendo folclore. Sánchez no es un líder, sino un alimento. Y llegará el momento en que ni él pueda satisfacer a la vez a todos sus parásitos, cuando le hayan llegado ya al hueso, o al del Estado. Y sí, Sánchez se salvó por los pelos, pero incluso ese votante por los pelos le está dando la espalda. Y también su partido se la dará, cree uno, más pronto que tarde.

Sánchez no es un líder, sino un alimento. Y llegará el momento en que ni él pueda satisfacer a la vez a todos sus parásitos, cuando le hayan llegado ya al hueso, o al del Estado

Ya hemos dicho que la amnistía no gusta ni a los votantes de Sánchez, así que no hace falta que metamos aquí otra vez a Felipe, a Guerra, a Lambán, a Page, a Nicolás Redondo, que además no son sólo socialismo viejo sino que siguen siendo socialismo contemporáneo. Me refiero a que a veces se habla de esa resistencia o rebelión contra Sánchez como si fueran maquis con su anafe o Los Panchos con sus boleros. Pero Page, el gran crítico, no sólo tiene poder real, actual y duro, sino que es casi el único que tiene poder fuera de la Moncloa. Con el PSOE casi barrido por las provincias, el aparato que domina Sánchez es el de un partido en barbecho, a la espera de poder, allí bajo un endeble chamizo. Y el hambre lleva pronto a la traición. Conmovía bastante ese intento del sotanillo sanchista de sacar a históricos segundones del PSOE que apoyen a Sánchez, y que veíamos en los medios con cara de deberle pasta al jefe. Pero no se trata de los históricos que no pintan nada, sino de los que tienen poder y de los que quieren poder, y el jefe no creo que tenga sillones ni tuétano para todos los que comen de su cuerpo o del nuestro. Sobre todo, es que pronto no tendrá ni votantes.

El PP tiene sus argumentos y, además, como siempre, tiene banderas, clarines, señores notarios y señoras que han salido con la faldita de tenis de la clase de tenis como Yolanda sale con las alas de ángel de su clase puestas. Ese gentío de los toros y esa especie de tómbola de Marisol que monta ahora el PP no es que aporten nada fundamental, como ni Aznar, ni Rajoy, ni Ayuso, con los ojos hoy como garrapiñadas que vendiera, aportan en realidad argumentos nuevos. Lo que empieza a aportar esto es runrún, comecome, oleaje, que se suma a ese runrún, comecome y oleaje que ya hay contra Sánchez en la calle y en el propio PSOE. Feijóo seguramente no puede ganar ahora, y lo sabe. No puede hacer otra cosa que seguir escarbando con su navajita de farero, socavando la base del sanchismo, ya comida por la sal y los bichos. A lo mejor el presidente no es tan sólido, tan bailón ni tan marinero como se cree él y como se creen algunos.