Nunca hasta este viernes se había percibido con tanta claridad de qué manera la política y los intereses de algunos de sus líderes, quienes escriben sus trazos más sobresalientes, pueden caminar por un sendero tan lejano al de los intereses de los ciudadanos. Es la única conclusión cierta tras unas desesperantes sesiones parlamentarias cuyo guion, incluido su final, estaba ya escrito antes de producirse. La investidura de Alberto Núñez Feijóo ha resultado una no investidura, como ya intuía toda España, y ha supuesto la pérdida de unas semanas preciosas para el futuro inmediato del país en un tiempo más incierto que nunca.
Al único al que parece haberle aprovechado la dulce derrota, cosechada tras dos votaciones fallidas, es al propio político gallego, que se ha visto reforzado como lo que ya era antes del pasado martes 26 de septiembre: el líder de la oposición. Una condición que seguirá ostentando, a pesar de haber ganado –con mayoría insuficiente– las elecciones del pasado 23-J. Sus intervenciones parlamentarias, celebradas no sólo por su bancada sino por los aplausos de la ultraderecha de Vox, alejan del expresidente de la Xunta de Galicia el fantasma de una rebelión interna y del ruido de sables entre Génova 13 y la Puerta del Sol en favor de la acechante aspirante, Isabel Díaz Ayuso.
Se sabía perdedor, pero ha jugado bien sus cartas
Desde el punto de vista estratégico no puede negarse que Feijóo ha manejado con cierta habilidad las escasas cartas con las que contaba. Su juego le ha servido para aguantar varias manos. Si unimos su audacia, y algunos golpes de efecto dialécticos, a la deficiente explicación –en términos de comunicación política– por parte de los socialistas de la sustitución en las réplicas del presidente en funciones, Pedro Sánchez, por el diputado Óscar Puente, obtenemos como resultado unas sesiones efectistas para la maltrecha moral de la derecha pero inútiles para el conjunto del país. La renuncia de quien, en unos días, recibirá el encargo del rey Felipe VI para someterse a la misma confianza de la Cámara, Pedro Sánchez, a debatir con quien no era más que un aspirante con plomo en las alas es un procedimiento habitual en el parlamentarismo, pero ha logrado ser proyectada a la opinión, por parte de la bancada conservadora, como un acto de cobardía. Nada más lejos de la realidad.
La marrullería parlamentaria ha elevado la crispación social y política, provocando incidentes como el de Daniel Viondi o el acoso a Óscar Puente en el AVE
El resultado de esta marrullería no ha podido ser más catastrófico para la convivencia, porque ha elevado hasta límites insospechados la crispación social y política, provocando incidentes como el acoso a Óscar Puente en la estación del AVE de Valladolid o sobredimensionando episodios, por lo demás injustificables, como el lamentable episodio del ya exconcejal Daniel Viondi con sus palmadas en la cara al alcalde Almeida, o la negativa de la presidenta de las Cortes de Aragón a saludar, en un acto institucional, a la ministra de Igualdad Irene Montero. Todos estos actos son sencillamente IMPRESENTABLES. Bien por el PSOE y su líder madrileño, Juan Lobato, que ha obligado, de inmediato, a Viondi a dimitir.
Para completar el esperpento, en estas sesiones hemos vivido episodios más propios de mi adorado neorrealismo italiano –en España hubieran sido plasmados por el genial Berlanga–, como el equivocado voto del diputado Herminio Sancho, el nulo del parlamentario de Junts, Eduard Pujol, o los insultos y gritos de "cobarde" a Pedro Sánchez en el arranque de la intervención de Óscar Puente por parte de la bancada popular. Un pésimo ejemplo del nivel de algunas de nuestras señorías. Una lástima.
¿Y ahora qué?
Si creen que, sentado ya el nulo futuro de Núñez Feijóo como presidente del Gobierno, al menos en esta ocasión, el panorama ha quedado despejado… ¡se equivocan! Ahora es el tiempo de Pedro Sánchez, sí, porque no me cabe duda de que, a pesar de los intentos de la derecha de manejar o instrumentalizar a la Corona, recibirá el encargo del Rey se someterse, como líder de la segunda fuerza política más votada, a la confianza de la Cámara para revalidar su cargo de presidente del Gobierno. Será una tarea muy compleja. Por un lado porque a sus oponentes les interesa mantener el actual estado de tensión, el ruido mediático e incluso callejero que se ha generado en los últimos días. Por otro, porque sus posibles apoyos de Junts y de ERC no se lo van a poner fácil y, conscientes de sus delicados equilibrios, tratarán de elevar el listón de sus exigencias.
Sánchez deberá conjugar el escrupuloso respeto a la Constitución con la cintura necesaria que le permita, no sólo ser reelegido, sino evitar la apertura de un nuevo proceso electoral
No será fácil, incluso para un superviviente como ha demostrado ser el hábil secretario general del PSOE. Pedro Sánchez deberá conjugar el escrupuloso respeto a la Constitución con la cintura necesaria que le permita, no sólo ser reelegido, sino evitar la apertura de un nuevo proceso electoral que sería, en mi opinión, altamente perjudicial para la estabilidad política española. A su favor cuenta con que las minorías nacionalistas han expresado con meridiana claridad, desde Miriam Nogueras hasta Aitor Esteban pasando por Oskar Matute, su profundo rechazo al PP y a las políticas involucionistas de su único socio posible, los diputados de Vox. "No han querido poner un cordón a la ultraderecha y el Congreso les ha puesto un cordón a ustedes", sentenciaba en la jornada del viernes el portavoz de Bildu. No parece, independientemente de la opinión que pueda merecer esta formación, un mal resumen.
Es evidente que el líder del PP tiene un problema de credibilidad respecto a estas formaciones, y que nunca podrá alcanzar la Presidencia del Gobierno si no lo supera: "No sabemos quién es Feijóo, pero sí sabemos que no es quien dice ser", le espetaba en la misma jornada el portavoz del PNV, Aitor Esteban, al aspirante fallido.
Claves: la comunicación política y el carisma de Sánchez
Al PSOE le vendría de maravilla, en este punto, reforzar la eficacia de su comunicación política como herramienta imprescindible para superar las pruebas que le esperan en las próximas semanas. Es vital que esta formación sea capaz de trasladar a la opinión que el respeto a las instituciones, incluida la Casa Real, el correcto funcionamiento de los cauces democráticos y la absoluta inconveniencia de someter a unos ciudadanos, cansados y hartos, a unas nuevas elecciones son clave a la hora de desbloquear esta situación de interinidad que, de prolongarse en el tiempo, tendría un coste incalculable, tanto en términos económicos como políticos e institucionales. A su favor cuenta con el carisma y el olfato de un Pedro Sánchez que ha conseguido, en cada una de las pruebas que ha tenido que superar desde su ascensión a la élite política a partir de 2014, convertir sus debilidades en fortalezas y demostrar que bajo presión es cuando mejor se desenvuelve.
En este caso creo, sinceramente, que por encima del propio y legítimo interés del presidente en funciones por revalidar su cargo, lo mejor para el país es que el actual bloqueo se resuelva cuanto antes, y la posibilidad más verosímil es que sea Sánchez quien lo consiga.
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