Pronto podríamos tener a Ada Colau de ministra de Vivienda, que uno se la imagina en su ministerio así como vestida para encalar, entre grafitera, ceramista, artista de diábolo y okupa. Según ha publicado El Periódico de España, Sumar ya está pidiendo o negociando sus ministerios, ministerios simbólicos con gente simbólica de la izquierda simbólica. Por ejemplo, Colau, símbolo de una Barcelona con luz de mechero de plástico y café de canalón, o Mónica García, símbolo de la resistencia antiayuser, avalada por una tierna épica de revolcones, como el Coyote de los dibujos. Habrá quien diga que están vendiendo la piel de los ministerios antes de cazar al oso de Waterloo, con esa cosa de Winnie de Pooh que tiene Puigdemont, pero ya digo que Sánchez ve segura su presidencia y Yolanda Díaz ve claro sus símbolos / ministerios: ese Trabajo de mural o de bronce soviético o ario, esa Vivienda de cemento estatista, ese igualitarismo de panal, o esa Sanidad como guerra de almohadas ideológica con Ayuso.
Puigdemont, Junqueras, Otegi y Ortuzar aún pueden tardar mucho en dibujar sus mapas sobre pieles de bisonte, en hacer sus cuentas con abalorios o huesecillos, en cargar sus recuas con el oro desmenuzado del Estado, pero todos saben que el arreglo llegará. Por eso Sánchez y Yolanda están más ocupados buscando el ministerio simbólico para cada revolucionario simbólico, ministerios que luego no conseguirán mucho, pero que arderán en consignas como sillones napoleónicos que arden en dorados (el ministerio de Alberto Garzón sigue ardiendo como un pebetero de budista en ayunas, sin más que hacer). Los nacionalistas piden dinero y tierra, como rancheros, que eso no es tan complicado de conceder, más cuando Sánchez está dispuesto a concederlo todo. Más complicado me parece a mí volver a unir el symbolon de la izquierda, palabra griega que hace referencia a un objeto que se parte en dos para recordar o sustanciar un pacto, una clave o, simplemente, la necesidad o el sentido de su unidad.
La izquierda está por ahí desperdigada, buscando su lucha simbólica, su camiseta simbólica, su ministerio simbólico, y Yolanda ya está en la tarea de unir esos trozos de alma o de arcilla, antes aún de que conozcamos qué va a pasar con el país o con la democracia
La izquierda está por ahí desperdigada, buscando su lucha simbólica, su camiseta simbólica, su ministerio simbólico, y Yolanda ya está en la tarea de unir esos trozos de alma o de arcilla, antes aún de que conozcamos qué va a pasar con el país o con la democracia. Colau ya era un ser simbólico, una especie de hada de la izquierda con coloretes de churrete de pobreza, y que además tenía una alcaldía simbólica, como una vecina que han hecho alcaldesa por un día por las fiestas patronales o por la cosecha del pimiento. Colau olvidó Barcelona como ciudad física (la ciudad física se caía de mierda, de sombras, de escombros y de acechos, con un penoso goteo gótico de sangre, piedra y brea) para hacer una Barcelona teológica de la izquierda. Hasta que, claro, Barcelona la abandonó a ella y ahora nuestra hada flota perdida o tropezona en el aire como una libélula con un ala arrancada. Yolanda sin duda piensa que es natural pasar de una ciudad simbólica, con desagües hacia la ideología, al hogar simbólico, con telarañas al alma. Este Gobierno de progreso seguro que no le dará una casa a cada español, pero sin duda Colau, moviendo el plumero en su ministerio como Gracita Morales, nos animará a pensar que, en realidad, ese Estado estatista suyo es nuestra casa con anafe y nuestro casero con contrato leonino.
Ada Colau, con sus viviendas de colorines y ruina, como su Barcelona de colorines y ruina, hará buena pareja con Mónica García, con su Sanidad que era siempre esa batalla simbólica, ese Armagedón ideológico en el que se pelea con esa batilla que deja el culo fuera, como una armadura de samurái de papel. La Sanidad, esa batalla entre pacientes ulcerosos y fachas abanderados, entre el silbato y el bisturí, entre médicos concienciados y peperos que visitan las salas como vampiros nocturnos, entre lo público por público y lo privado por privado, que no son dos ámbitos de gestión sino dos categorías morales; esa Sanidad que va a jeringazos de la izquierda, a masaje cardíaco de la izquierda, que si no fuera por la izquierda aquí se moriría todo el mundo enseguida, con el primer resfriado dickensiano que cogiera uno, ese refriado de pobre, ese reúma de clase que mata entre sopa de cebolla y abrigo mojado. Esa izquierda capaz de hundir hospitales como si fueran submarinos del enemigo, o de cerrar ambulatorios como si fueran sólo telares, para poner su sello rojo en la puerta. La verdad es que en España las izquierdas y las derechas han gestionado la Sanidad bien y mal, sin demasiada diferencia ni intervención de ángeles con cofia ni guadaña. Pero estamos hablando de reunir los símbolos, no de que la gente se cure por la ciencia en vez de curarse por la ideología, que eso es de fachas.
Yolanda, y también Sánchez, saben que necesitan ministerios simbólicos, éste de Sanidad de García, que vaya así como a vela de la vida y de la muerte, con capitán de izquierdas y pirata de derechas, o el de Vivienda de Colau, que sea como una especie de feo gotelé igualitario, más un nido del alma que un techo para el cuerpo. Nacho Álvarez podría quedarse el de Derechos sociales, símbolo al cuadrado, o sea los derechos así en abstracto. Ciertos derechos al menos, y sólo en cierta dirección, que puede haber derechos humanos para territorios o comunidades mientras el humanísimo ciudadano los pierde. Y, claro, Trabajo para Yolanda, con su plancha como un pico y una pala, como una hoz y un martillo, como un huso y una rueca. Parece que Igualdad se lo volverá a quedar el PSOE, que Irene Montero y Pam ahora sólo simbolizan una cárcel de la que se escapa uno con lima en el pan o consolador en el bolso.
Yolanda ya piensa o negocia sus ministerios, que a lo mejor salen estos ministros u otros, o incluso Yolanda se queda con todo, como una diosa hindú o psicodélica de muchos brazos con planchas y carteras. El rollo nacionalista es sólo pela, lindes y leguleyería, es más difícil y acuciante darle a la izquierda, náufraga de realidad, sus símbolos o su pan, que también es un símbolo. Al ciudadano ya le darán largas, o le darán sobras, o le darán por retambufa. Aún no sabemos cómo quedará España, pero los ministerios de Yolanda seguro que quedan ardorosos y cuquis, como sofás napoleónicos.
Pronto podríamos tener a Ada Colau de ministra de Vivienda, que uno se la imagina en su ministerio así como vestida para encalar, entre grafitera, ceramista, artista de diábolo y okupa. Según ha publicado El Periódico de España, Sumar ya está pidiendo o negociando sus ministerios, ministerios simbólicos con gente simbólica de la izquierda simbólica. Por ejemplo, Colau, símbolo de una Barcelona con luz de mechero de plástico y café de canalón, o Mónica García, símbolo de la resistencia antiayuser, avalada por una tierna épica de revolcones, como el Coyote de los dibujos. Habrá quien diga que están vendiendo la piel de los ministerios antes de cazar al oso de Waterloo, con esa cosa de Winnie de Pooh que tiene Puigdemont, pero ya digo que Sánchez ve segura su presidencia y Yolanda Díaz ve claro sus símbolos / ministerios: ese Trabajo de mural o de bronce soviético o ario, esa Vivienda de cemento estatista, ese igualitarismo de panal, o esa Sanidad como guerra de almohadas ideológica con Ayuso.
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