Este 1-O, en la Cataluña desinflamada y pacificada por Sánchez, llovían papeletas de gurruño y pequeñas urnitas convertidas ya en suvenir castizo, como si fueran miniaturas de botijos. El espíritu del 1-O incluye santos con merchandising jacobeo, que en algo así ha convertido Sánchez a Puigdemont, pero sobre todo ha visto vivificadas sus exigencias y sus fuerzas. Al menos, fuerzas suficientes para hacer gurruños y juguetes, que ya sabemos que, a la hora de la verdadera revolución, el que no se escapa en un maletero disfrazado de Cantinflas se queda en su casa acojonado por el 155 como por una nave extraterrestre que tapa todo el cielo. El independentismo se había quedado sin fuerzas en la calle, ni para tirar pelotillas de papel, y hasta en votos, que estas elecciones los han consagrado como minoría. Pero, sobre todo, es que nunca podrían tener fuerza frente a la ley, que sus pretensiones son equivalentes a las de la república independiente de Villatortas. El independentismo sólo tenía fuerza en su casa, es decir en la Generalitat tomada para la causa, y, ahora, ante Sánchez, que puede hacer que los gurruños y los botijos sustituyan a la democracia.

El 1-O había pasado a ser otra de las batallas perdidas e invaginadas con las que el independentismo inflama su cautiverio y alimenta su melancolía y su venganza, que así están ellos desde 1714 o incluso desde antes, desde que algún hijo de Noé inventó el fuet y empezó a hablar tragándose la lengua. Pero he aquí que el referéndum ya no es un lamento, una inspiración ni esa industria que lo mismo produce intelectuales con eslogan que ambientadores de pino con eslogan. No, el referéndum vuelve a ser una exigencia al alcance de la mano, que ya hacen urnas y papeletas caseras, entre la invocación, el ensayo general y el vudú. Este 1-O parece una primavera indepe en el otoño, con sus urnitas como casitas de pájaro y sus papeletas fake como barquitos de papel. A mí esto me parece más significativo que los discursos de Aragonès, repitiéndose con una cosa entre discurso de Nochebuena y discurso de Laporta, y más que las trompetas del “destino” que hace sonar Puigdemont.

Vuelve a haber como unos abuelos de la republiqueta, y unos niños con papeleta como unos niños norcoreanos con paloma, y a mí todo este 1-O renacido en la papiroflexia y la marquetería me parece la prueba no de que Sánchez haya pacificado nada, sino de que el independentismo se ha envalentonado definitivamente. El independentismo vuelve a la calle con ese ejército pasivo agresivo suyo que incluye mimos y pirómanos, funcionarios y ninjas, colorines y adoquines, aglomeraciones y profetas. Se envalentonan los creyentes e hiperventilados porque se envalentonan los políticos, y se envalentonan los políticos porque se envalentonan los creyentes e hiperventilados. Y todo esto pasa porque sienten que la nave extraterrestre ha desaparecido del cielo, o sea que sienten que ha desaparecido la ley, que ha desistido el Estado. Por eso vuelve la fiesta de los cobardes, por eso vuelven estas exigencias de abusón con chocante estética de alfeñique, que es la estética del independentismo.

Todo este 1-O renacido en la papiroflexia y la marquetería me parece la prueba no de que Sánchez haya pacificado nada, sino de que el independentismo se ha envalentonado definitivamente"

El independentismo, entre la unidad y la competencia, pide su amnistía y su referéndum, que son deseos, ya digo, de Nochebuena con ángel de mazapán. El discurso es el de siempre, las peticiones son las de siempre, como el niño que pide siempre la bicicleta o el tren eléctrico, incluso aunque sepa que son imposibles. Ni siquiera importa si se lo piden a Puigdemont, a Aragonès o a Junqueras, que es algo así como el niño que elige su rey mago con esa arbitrariedad de la fantasía o la inocencia puras. Pero no es como siempre, porque ahora los indepes ven el horizonte despejado, y el día de la independencia parece el de la película de marcianos, pero sin marcianos. Eso es lo que ha conseguido Sánchez. La amnistía por supuesto que llegará, pero a partir de ahí yo creo que no es tan importante la formalidad de un referéndum firmado con chambelán y papel secante como esa seguridad que otorgará Sánchez de que el Estado y la ley, o sea el policía, el juez y hasta el profe, se han ido vencidos por el ataque de unas pelotillas de papel.

En realidad no hace falta ningún referéndum santificado con ceremonia constitucional o bizantina. Imaginen que Sánchez se compromete a no hacer nada cuando vuelvan a celebrar otro 1-O con papeletas en botijos. O sea, cuando salgan las urnas de las furgonetas y los votos de los calzoncillos, como mercancía de estraperlistas, y los lleven y traigan niños vestidos como pastorcillos de Belén, y señoras con tanqueta de tacataca, y payasetes con flor de chorrito de agua, y deroguen la ley por aclamación en una calle como una Nochevieja de sombreritos ridículos y borracheras complacientes. Imaginen que Sánchez no pone en marcha el 155, sino que, sorprendido y alarmado, y apoyado por su mayoría de progreso, propusiera mesas de negociación y mediación internacional. Pronto, la fuerza de los hechos sobrevenidos y los editoriales de The Guardian le harían reconocer que usar la violencia sería una locura y que, al fin y al cabo, todo se debía a la inequívoca voluntad democrática de un pueblo. Imaginen que nos dice que, a su pesar y para evitar males mayores, así debemos aceptarlo. Lo diría incluso en la ONU, con su inglés de guía del Prado, y hasta lo propondrían para el Nobel de la paz por evitar una segunda Guerra Civil.

Sánchez ha hecho posible que nada parezca demasiada fantasía ni demasiado delirio. Pero esto que he dicho me parece más probable que un referéndum que sea constitucional, o sea una reforma constitucional, y más probable que ver a Sánchez renunciar al poder y a los indepes renunciar a su oportunidad. No hace falta firmar un referéndum, bastaría con ir convenciéndolos de que esos marcianos que son en Cataluña los no indepes se marchan gelatinosamente en la nave nodriza del Estado. Ya hace bastante, en realidad, que el Estado se está retirando, no creo que se necesite mucho más para convencerlos. Quizá, entonces, no haga falta ni la independencia, que casi será mejor la impunidad.