La amnistía, de no nombrarla, yo diría que le está haciendo a Sánchez verruga en la cara, lechuga en el diente y velón en la nariz. La amnistía será innombrable pero no es invisible, así que, aun sin nombre como un nuevo virus, no nos la podemos quitar de la vista. La amnistía es un orzuelo en el ojo, es una mella en la sonrisa, es una tarántula en el tupé, es una pugnacidad de bultos de hombre elefante en ese rostro con querencia de bronce del presidente. Y con todo eso viene Sánchez a hacer su comparecencia de candidato oficial, con toda la amnistía por encima como si lo hubiera atacado un enjambre o como si se hubiera tirado por la cabeza una olla de espaguetis con albóndigas, a decirnos cosas con su mella silbante, con su ojo abotagado, con su moco burbujeante, con su plasta de fideos, con su absceso en la frente, con su mayonesa en el hoyuelo, con su hormiguero en los ojos, como si algo así se pudiera ignorar. Claro que habrá amnistía, y más prebendas, que hay cosas que no se pueden ocultar, como una joroba, aunque sea una joroba movediza o ignorada de jovencito Frankenstein (quizá Igor, simplemente, cambiaba de opinión sobre su joroba).
La amnistía está ahí pero quizá no se nombra para que nadie se ría, como un tartazo en la cara que se hubiera llevado Sánchez en la gozosa celebración de su presidencialidad. O quizá no se nombra para que no te pique, como un alacrán, o que no te coma, como un oso que se te acerca (Puigdemont ya dije que tenía algo de osito, y hoy diría que tiene algo del amigo de Yogui, Bubu, afanando cestitas y tarteras). O para que no venga a asustarte o a raptarte, como el hombre del saco o Candyman. Esta cosa sin nombre que está sobre Sánchez, o que posee a Sánchez, o que ha absorbido a Sánchez, podría llamarse talmente La Cosa, como una informe entidad extraterrestre. Pero en realidad no es que la amnistía no se nombre, sino que se nombra a través de otros apelativos menos hirientes o acojonantes, como se llama Fani a las pobres Epifanias. Incluso se nombra demasiado, como esos nobles con muchos nombres y apellidos encadenados o encastillados, sospechosos enseguida de sisas y telarañas precisamente por tanto empeño en encandelabrarse el nombre.
La amnistía no se nombra, aunque en la Moncloa haya ahora un concurso de eufemismos como un concurso de mascota de olimpiadas o de cereales, a ver a quién se le ocurre el animalito mimosín, el garabato ameboide o la ranita simpática que nos haga tragar la amnistía como el que se traga el tiro con arco o la fibra purgante. La amnistía no se nombra, pero en realidad el espacio que ocupa es tan grande a la vista, como un gran lamparón o una gran meada por la pata abajo en el traje berenjena de Sánchez, que ni siquiera puede sustituirse con un solo y grácil eufemismo o animalito. La amnistía no se nombra, pero en su lugar se puede decir que vienen “la política, la generosidad, el compromiso y el liderazgo” igual que se citan las cuatro virtudes cardinales o igual que se dice que salen Míchel, Sanchís, Pardeza y Butragueño, que no tiene nada que ver.
La amnistía, de no nombrarla, yo diría que le está haciendo a Sánchez verruga en la cara, lechuga en el diente y velón en la nariz
La amnistía no se nombra, pero para no nombrarla te sacan un publirreportaje de empresa energética o de fabricante de neumáticos, o te sacan la alineación del Dream Team o de los Power Rangers, o incluso el listado de advocaciones de santos de Almodóvar, que hasta tienen métrica y cadencia para el rezo. Por cierto, le estoy dando muchas vueltas a eso del “liderazgo de todos” que dijo el presidente, ya arrebatado por los eufemismos como por todas las jerarquías de ángeles (por cierto, eso de “serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles” podría haber cuadrado perfectamente en el discurso de Sánchez, ya que estaba con enumeraciones celestiales). Le estoy dando vueltas a lo del “liderazgo de todos”, decía, pero sólo me sale una especie de pelotón de gregarios o de maratón de jubilados. Pero, claro, es que estamos intentando pillarle el sentido a esta ristra salchichera de eufemismos y perífrasis que está produciendo ahora el sotanillo de la Moncloa no para no nombrar la amnistía de los indepes, sino para no nombrar la necesidad de Sánchez.
“Ilusión”, “unidad”, “compromiso”, “convivencia”, “concordia”, “reencuentro”, “estabilidad”, “progreso”, podrían ser parte de ese anuncio de petrolera, de líneas aéreas o de Banco Hispano Americano que yo me estaba montando escuchando al presidente como si fuera una azafata o un corredor de seguros. Son una manera pringosa de decir o no decir amnistía, pero la palabra a evitar o a ocultar no es amnistía, sino necesidad. Lo que tiene Sánchez no es ilusión, sino necesidad, y lo que busca no es concordia, sino ser presidente. La prueba es que, sin esa necesidad, desaparecerían toda esta ampulosidad, toda esta pegajosidad y toda esta salchichería de globos con forma de salchicha. Pero así, claro, se acaban enseguida los discursos y los cuentos. La amnistía no es una cuestión de convivencia, ni de democracia, ni de perdón, ni siquiera es una cuestión de moral. Es sólo una cuestión de necesidad, la de Sánchez.
La amnistía no se nombra, pero no dejan de gritarla, igual que Sánchez no deja de gritar su necesidad. Lo que intentaron los indepes no fue colgar una bandera de un puente ni hacer un calvo, sino derogar todas las leyes y todos los derechos y suplantarlos por sus morriñas totalitarias y también, aunque no es lo más importante, minoritarias. No puede haber concordia, dignidad ni democracia en darles la razón, ni en alimentar su paranoia con financiación, favores, disculpas y palmaditas. Ni hay ninguna generosidad, ni compromiso, ni liderazgo, en borrar los delitos y la infamia de unos sediciosos a cambio de su voto. Cada vez que Sánchez intenta convencernos de lo contrario le sale un moco o se le escapa el pajarito, le revienta un grano o un costurón, se le cae un diente o una oreja, se lo come el tigre de los cereales o le brota, achampiñonada o aberenjenada, una peluda y grandiosa joroba.
La amnistía, de no nombrarla, yo diría que le está haciendo a Sánchez verruga en la cara, lechuga en el diente y velón en la nariz. La amnistía será innombrable pero no es invisible, así que, aun sin nombre como un nuevo virus, no nos la podemos quitar de la vista. La amnistía es un orzuelo en el ojo, es una mella en la sonrisa, es una tarántula en el tupé, es una pugnacidad de bultos de hombre elefante en ese rostro con querencia de bronce del presidente. Y con todo eso viene Sánchez a hacer su comparecencia de candidato oficial, con toda la amnistía por encima como si lo hubiera atacado un enjambre o como si se hubiera tirado por la cabeza una olla de espaguetis con albóndigas, a decirnos cosas con su mella silbante, con su ojo abotagado, con su moco burbujeante, con su plasta de fideos, con su absceso en la frente, con su mayonesa en el hoyuelo, con su hormiguero en los ojos, como si algo así se pudiera ignorar. Claro que habrá amnistía, y más prebendas, que hay cosas que no se pueden ocultar, como una joroba, aunque sea una joroba movediza o ignorada de jovencito Frankenstein (quizá Igor, simplemente, cambiaba de opinión sobre su joroba).