Hoy me levanté entre olivos bajo un sol de septiembre en busca de los muros de la Alhambra. El Albaicín se desparrama a la falda de la montaña que a traviesa el muro que sirvió en otros tiempos como barrera defensiva. Granada se dibuja sobre una planicie rodeada de montañas. La ciudad se pierde entre olivos, pinos y naranjos.
Cuántos versos quedaron grabados sobre los muros y torres de la Alhambra, desde Whasington Irving, Borges y Nizar Qabaani, todos quedaron atrapados entre los jardines, las fuentes de aguas y el Hammam.
Mientras avanzaba contemplando la belleza de los muros, mi amiga Keiko Xhingo me explicaba cada detalle de las torres y la historia del palacio. Me hablaba de cómo las mezquitas se transformaron en iglesias y en ese momento tenía ante mis ojos las huellas de un alminar y una cruz.
La Alhambra es una huella imborrable, que se dibuja en la cumbre de una colina
El Albaicín con sus estrechas calles te devuelve al pasado, y por un momento mis ojos encontraron en el susurro del silencio, las campanadas de una iglesia, la voz del almuédano, las palabras de unos y otros estaban quietas en el interior de cada bloque de pierda.
La Alhambra es una huella imborrable, que se dibuja en la cumbre de una colina, sus muros avanzan entre las torres y los arcos te van indicando la entrada a cada rincón de la historia que resiste firme ante el paso del tiempo. El agua corre desde el interior, nacen las cascadas y el aljibe es un testigo mudo de otro tiempo.
Los nazaríes le llamaron Alhamra en honor Alhamar, el fundador de la dinastía que reinó en Granada. Alhamar significa rojo en árabe. Las paredes de piedra aún conservan este tono a pesar del tiempo.
Al mediodía cuando llegué al barrio del Albaicín con la grata compañía de Keiko, empezamos a hablar del escritor japonés Haruki Murakami y yo le dije que había conocido Japón a través de la historia de una mujer que se llama Oshin, el recuerdo de su vestido con el kimono y la forma de tomar el té me llevaron al lejano Oriente al país del sol naciente.
Empezamos a observar el Alhambra desde un lugar privilegiado del barrio Albaicín, mientras hablábamos de Japón y el Sáhara Occidental, yo observé la muralla que divide la montaña y me imaginé las batallas de los almohades y los mercedarios en la Edad Media. Keiko miraba la carta del menú que le enseñaba un camarero y me hablaba de su viaje a Dajla, una ciudad del Sáhara, que le impactó la belleza de sus arenas y sus playas.
Al final Keiko se decantó por degustar pollo mozárabe, yo probé los dátiles y las pasas, sabía que ella había elegido el sabor de ese momento.
La historia estaba ante mis ojos, los jardines, el aljibe y las estrechas calles son huellas únicas de un pasado que te habla y te interroga de forma permanente.
En cada castillo de Jaén, Baeza y Úbeda hay una huella intangible, un pasado que nos recuerda los pasos que dejamos los humanos en cada lugar.
La Alhambra es patrimonio de la humanidad, un monumento único que resume la esencia de Andalucía y sus montañas pobladas de olivos.
La Alhambra
El agua corre
cae de una cascada
el aljibe permanece quieto
rodeado de flores,
una iglesia
una mezquita
te cuentan una historia
en el interior del Alhambra.
Las paredes hablan
te miran desde la colina
se levantan entre árboles
mudos en el silencio.
Granada
la Alhambra,
una huella
una ciudad,
donde cada montaña
interroga a un olivo
sobre la historia.
Ali Salem Iselmu es periodista y escritor saharaui.
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