Parece bastante obvio que una empresa o una gran corporación no es una ONG. Y que su fin prioritario debe ser el de la obtención de un legítimo beneficio. Ganar dinero para atender, entre otras cosas, a la contraprestación salarial justa por el trabajo de sus empleados. Pero... ¿debe ser este, el fin único de una compañía? No parece.
Vivimos tiempos difíciles. Años de crisis económicas, inflación por las nubes, de una pandemia que ha cambiado algunos hábitos sociales y de una guerra a las puertas de la Unión Europea. Años en los que el vértigo domina nuestras relaciones, sociales, familiares y laborales. No es un tópico repetir que, en apenas unas décadas, la humanidad ha alcanzado mayores cotas de progreso, desarrollo y excelencia tecnológica que en los siglos anteriores. Y es más necesario que nunca, para no perderse en un torbellino que nos lleve a la deshumanización y a la locura definitiva, insistir en una idea que me parece particularmente atractiva: la necesidad de lograr un capitalismo consciente como rector de las relaciones laborales, sociales y económicas, además de una guía para los mandatarios de los estados.
'Capitalismo consciente', 'liderazgo consciente'
Las empresas deben ser conscientes de que, por encima de las ganancias, su propósito más elevado ha de ser el bienestar de las personas. Y ello porque, para tener sentido, deben gestionarse con el fin de beneficiar de manera simultánea a todos sus grupos de interés. Y no solo eso; deben estar seguras de que se sitúan en el lado correcto de la sociedad, es decir, que tienen un impacto positivo en el mundo.
Íntimamente ligado a este concepto de 'capitalismo consciente' está el de 'liderazgo consciente', que es aquel que dirige su foco, primordialmente, a las personas...y que otorga una absoluta preponderancia a los sentimientos y a su impacto en los otros, además de ser optimista, inspirador, armonizador y fuente de oportunidades. Estoy hablando de un liderazgo que da ejemplo, que se entrega con pasión y que busca obtener lo mejor de sus equipos, inspirando confianza, transparencia y espíritu de servicio. En suma, un liderazgo consciente, que no teme a las innovaciones y que busca transformar y mejorar el mundo.
De los 'liderazgos conscientes', emanan una cultura y una gestión conscientes; las que permiten a los empleados participar de manera plena en la realización de ese propósito superior y vivir los valores de la organización. Valores como la confianza, la responsabilidad, la transparencia, la integridad, el aprendizaje y el igualitarismo.
Soy un firme convencido y así lo llevo transmitiendo desde hace muchos años que este 'capitalismo consciente', además de ser más humano, es la única vía segura para transitar hacia el verdadero éxito. Me atrevería a decir que es la única viable.
España; asignaturas pendientes
¿Y cuál es el panorama en España? En mi opinión existen algunas disfunciones, no siempre suficientemente destacadas, que enturbian ese modelo ideal de relaciones laborales. Una de las más notables es la inexistencia de una Ley de Huelga. Derecho este fundamental en cualquier democracia y que, en este país, increíblemente, se regula por un Real Decreto preconstitucional... ¡de 1977! ¿No ha habido un Gobierno con sensibilidad social para ponerle el cascabel a este gato? No parece.
No lo hicieron ni González, ni Aznar, ni Zapatero, ni Rajoy... a pesar de haber sufrido varias huelgas generales y alguna sectorial, como una brutal de recogida de basuras en la capital de España en 2013 que hizo al entonces presidente del Gobierno declarar públicamente la necesidad de hacer compatible el derecho a la huelga con la libertad de los ciudadanos. Tampoco lo ha hecho, hasta la fecha, el actual presidente del Gobierno. Me viene también a la cabeza otra, especialmente virulenta, de controladores aéreos que tocó lidiar al entonces ministro de Fomento, José Blanco, y en la que se puso a militares a regular el tráfico aéreo ante lo insoportable de la situación. El decreto al que me refiero es, según todos los expertos, inconcreto jurídicamente porque hace una referencia muy amplia, y por tanto vaga, a 'cualquier género de servicios públicos o de reconocida e inaplazable necesidad'. Los resultados son el habitual caos a la hora de fijar algo tan básico como unos servicios mínimos que concilien los intereses de trabajadores y ciudadanos, por no ir más lejos, aunque también podríamos hablar largo y tendido de los famosos 'piquetes informativos'. ¿Es este el capitalismo humano deseable? ¿Es este el normal funcionamiento del orden laboral, jurídico y social que anhelamos? Tampoco da esa impresión.
Fue el expresidente González quien, en 1987, más se aproximó al elaborar un borrador de Ley de Huelga, bastante restrictivo, que nunca llegó a ver la luz. Los sindicatos se han opuesto siempre a la regulación de un derecho que por lo demás es básico y está amparado en la Carta Magna, por ejemplo, en su artículo 10, al consagrarse 'el respeto a los derechos de los demás'... como fundamento del orden político y de la paz social. En varias ocasiones desde entonces, tanto el PSOE como los dos grandes sindicatos, UGT y CCOO, han reafirmado que la mejor Ley de Huelga 'es la que no existe'. Pero regular no es recortar el derecho y esto vale también para los abusos empresariales, que han menudeado tras la crisis con la eclosión de una miríada de contratos temporales y precarios que fomentando figuras como la de los falsos autónomos o condenando a millones de trabajadores en caer en las redes - a veces piratas- de la subcontratación, han convertido el panorama en algo no precisamente humano sino más bien en una selva inextricable.
Creo firmemente que las formaciones políticas deben asumir su responsabilidad, así como las organizaciones sindicales deben esforzarse por abandonar su cómodo papel de 'partidos en la sombra' que ha generado en no pocas ocasiones desconfianza en los trabajadores en lo que a una real y efectiva defensa de sus derechos se refiere.
Éxito, sí, pero no a cualquier precio.
El éxito no es la base de la felicidad, sino que es esta última la que constituye la base del éxito. Hasta que no se entienda bien este concepto, nadaremos en un mar de egoísmos en el que, cada parte, mirará solo por sus intereses. Es exigible a las empresas que apuesten ya de una forma decidida por ese capitalismo consciente y de rostro humano del que hablamos... pero de manera real, no quedándose solo en bonitas palabras acerca de la responsabilidad social corporativa. Es necesario que los trabajadores sean conscientes de que la defensa de sus intereses no tiene que colisionar con los derechos de la ciudadanía y con el proyecto de la corporación a la que pertenecen. Y es, por último, imprescindible, que los gobiernos sean capaces de arbitrar y establecer un marco legislativo mínimo pero suficiente en el que todo esto pueda desenvolverse de forma ordenada.
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