Entiendo que no es una conversación a tener a la luz de una copa de vino en un restaurante, en una primera cita, pero si me preguntaran “¿Cómo te defines?” diría que soy muy fan del Antiguo Testamento.

Ya… fatal, pero lo soy.

Me parece fascinante la colección de libros que mantiene unido a un pueblo. Me parecen fascinantes las reglas del Levítico porque preservaban una supervivencia hace 5.000 años, de igual forma que me parecen fascinantes los mitos y las narraciones de ese pueblo.

Entre esas reglas incluyo toda la mística de las palabras prohibidas como pueda ser Ha’Shem (El Nombre), que es una de las maneras de nombrar a Dios, porque referirse al Todopoderoso de manera directa tenía castigo.

Así que (y perdón por la trivialización), que Pedro Sánchez haya estado evitando el término “amnistía” para no incomodar a su electorado, para no dar argumentos a la oposición y, todo, mientras no soltaba la cuerda con el independentismo… pues, qué quieren que les diga, me parece muy “los básicos de la elipsis”.

Debe ser que no sólo a mí, porque, al final, en Moncloa, han entendido que obviar el término sólo podría implicar una de dos opciones: o estás tomando a tus votantes por ignorantes o te estás dejando comer la tostada por quién más presión ejerce.

La primera ya es mala si, por lo que sea, esto acaba en repetición electoral (con un Pedro Sánchez batiendo su propio récord de no resolver en democracia). Pero la segunda es aún peor si lo que quiere es esa repetición electoral envuelto en la bandera de España bajo el lema “no he cedido”, porque te han retorcido el brazo tanto, que no sacarías rédito electoral si abandonas la mesa.

“No ceder” (hoy) puede ser ante la amnistía o ante el referéndum, especialmente tras haber volcado en Sumar toda la responsabilidad de lo que está pasando en las negociaciones, pero no podemos olvidar que el mensaje de Pedro Sánchez no es unilateral. Lo digo porque alguien de Junts o de ERC puede salir diciendo que no, que la negociación no está siendo con Yolanda Díaz o con Marta Lois o con Jaume Asens (tres nombres escogidos dentro de la cesta de los más notables), sino con Santos Cerdán, con Félix Bolaños o con María Jesús Montero. Todo depende de la discreción que hayan acordado entre las partes.

La investidura de Alberto Núñez Feijóo lleva semanas siendo criticada por el PSOE como una pérdida de tiempo pero ha llegado la hora de poner fecha a la de Pedro Sánchez y la precisión brilla por su ausencia

Nombrada la amnistía por Pedro Sánchez o, por seguir con la analogía, descubierto el Kodesh Hakodashim, el “sagrado entre los sagrados”, allí donde se guardaba el Arca de la Alianza en el Templo de Salomón, aún no sabemos si ha sido por ceder ante la opinión pública o por distraer la atención.

La investidura de Alberto Núñez Feijóo lleva semanas siendo criticada por el PSOE como una pérdida de tiempo pero ha llegado la hora de poner fecha a la de Pedro Sánchez y la precisión brilla por su ausencia. De hecho aún brilla más la ausencia de una fecha para que tenga lugar el debate.

Nos enfrentamos a semanas de justificaciones que tendrán que ver con negociaciones, “diálogo”, consultas a las bases o, incluso, a lo que para muchos pueden ser “muestras representativas” de la población catalana cuando, posiblemente, no pasen de un mero “la gente con la que hablo”.

Pero todo ello pesará en la decisión final de formar Gobierno o ir a elecciones.

Ahora, no podemos menospreciar que Pedro Sánchez haya nombrado la palabra prohibida. Que haya verbalizado “amnistía” supone el reconocimiento a una cesión. De hecho a LA CESIÓN (que, luego, ya lo será el referéndum).

Por eso hoy le viene tan bien a Pedro Sánchez y al PSOE haberla nombrado y que “amnistía” ya no sea un término prohibido. Les conviene que haya perdido peso y gravedad porque, una vez planteado el referéndum, la amnistía parecerá una cesión muy menor.