Sánchez y Feijóo quizá toman el té, removiendo ese tiempo espeso que marcan la cucharilla, la distancia, el desprecio y la atmósfera llena de pelotillas y ácaros de estos salones del Congreso que parece que están hechos para dormir a mastines con el clavicémbalo y a criadas con la costura. Sánchez y Feijóo quizá toman el té, o no toman nada, sino que se miran los anillos, o miran las banderas, como mares enmarcados, como mares de postal, con todas las horas y colores del sol y del agua, a lo Debussy, que hay muchas banderas en la sala para llenar todo ese vacío con oleaje y cañonazos de silencio y solemnidad. A lo mejor sólo están así, como en el velatorio uno del otro, con pesantez en los bolsillos y en el mentón, hasta que pasa el tiempo de la cortesía y pueden leer el comunicado redactado en el sotanillo de la Moncloa o en el torreón inclinado de Génova. En realidad Sánchez y Feijóo no tienen nada que decirse entre ellos, nada que acordar ni nada que arreglar. Sánchez sólo tiene negocios privados y Feijóo no tiene nada más que hacer que esperar a que el votante, de nuevo, pese el corazón de Sánchez en una gran parrillada española como una ceremonia egipcia.

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