Sánchez y Feijóo quizá toman el té, removiendo ese tiempo espeso que marcan la cucharilla, la distancia, el desprecio y la atmósfera llena de pelotillas y ácaros de estos salones del Congreso que parece que están hechos para dormir a mastines con el clavicémbalo y a criadas con la costura. Sánchez y Feijóo quizá toman el té, o no toman nada, sino que se miran los anillos, o miran las banderas, como mares enmarcados, como mares de postal, con todas las horas y colores del sol y del agua, a lo Debussy, que hay muchas banderas en la sala para llenar todo ese vacío con oleaje y cañonazos de silencio y solemnidad. A lo mejor sólo están así, como en el velatorio uno del otro, con pesantez en los bolsillos y en el mentón, hasta que pasa el tiempo de la cortesía y pueden leer el comunicado redactado en el sotanillo de la Moncloa o en el torreón inclinado de Génova. En realidad Sánchez y Feijóo no tienen nada que decirse entre ellos, nada que acordar ni nada que arreglar. Sánchez sólo tiene negocios privados y Feijóo no tiene nada más que hacer que esperar a que el votante, de nuevo, pese el corazón de Sánchez en una gran parrillada española como una ceremonia egipcia.

Sánchez y Feijóo toman el té de los lores o de las muñecas, hacen caligrafía con los relojes o los paraguas, hacen esgrima con las cejas o hacen cestería con los dedos. O no hacen nada, sólo se limitan a no hablarse, a estar ahí como dos esfinges o dos consuegras cara a cara, y se pasan toda la reunión alisándose las solapas, recolocándose los faldones de la chaqueta o las patas de la silla coja, como en un chiringuito desnivelado, o mirando la luz de visillo que hace fondos marinos en ese saloncito que es como un acuario con naufragio, con muebles de pecio y arena en los jarrones. Es duro y triste esto, que ya no quede nada para hacer ni que hablar, como dos viejos amantes en la cama o dos viejos amigos o enemigos en la posada; es duro y triste que los dos principales partidos políticos de España tengan que meterse como en un saloncito de billar francés, con el silencio como única manera de parecer caballeros, y allí esperar o disimular para luego dirigirse a la parroquia, a los adeptos y adictos, a los periodistas de agenda, al militante de mitin con mortadela y al votante de tertulia con galletas, que es para lo que estaba pensado al final todo este paripé.

No hay nada que hablar entre Sánchez y Feijóo, que se dan la mano como ajedrecistas que tampoco se van a hablar, y se quedan mirando el ajedrezado de la habitación y la marquetería del Congreso como si fueran prestadores de una casa de empeños. No hay nada que hablar, no ya porque se lo digan mejor a través de los medios, de los argumentarios que se elaboran para cada día como por panaderos sin sueño y sin amor, o de las entrevistas con guion y con bardo, sino porque todo está dicho, todo está escrito, nada se puede mover ya, nada se puede cambiar ya. Sánchez ya tomó todas las decisiones la noche electoral, Feijóo ya perdió todo la noche electoral, y no sólo son ellos, es que a toda España no le queda otra cosa que aguantar esta larga tarde de conversaciones de besugos, de silencios de bordado, de batallitas de soldaditos de plomo, mientras, simplemente, va pasando lo que tiene que pasar, o sea Sánchez.

Sánchez y Feijóo toman el té de la fatalidad o de la resignación, entre bostezos de mastín de chimenea o de fauno de tapiz, y luego salen con sus exigencias inexigibles y con sus reproches desatendidos

Sánchez y Feijóo toman el té de la fatalidad o de la resignación, entre bostezos de mastín de chimenea o de fauno de tapiz, y luego salen con sus exigencias inexigibles y con sus reproches desatendidos, como si se hubiera estado jugando algo en ese saloncito de naipes o en esa alcobita de señoritas en pololo. Feijóo le pide a Sánchez que vuelva a pasar por las urnas, que es como pedirle al coronel que haga la mili, y Sánchez le pide a Feijóo que no agite la calle, como si fuera un guardia (la izquierda puede ser pueblo en la calle y puede ser guardia de la porra, según le convenga). Son tonterías porque Sánchez no va a renunciar al poder ni Feijóo va a renunciar no ya a la oposición sino a la resistencia, que es lo único que le queda, como una vez le quedó a Sánchez.

Pasando o no por la ceremonia del té, Sánchez será presidente con el apoyo y el regocijo de los nacionalismos absolutistas, que ven su objetivo cada vez más cerca, un objetivo que nunca será la convivencia ni la concordia sino la victoria total sobre el Derecho y sobre los infieles / extranjeros. Esto es así por más ñoño que se ponga Sánchez, que siempre se puede poner más ñoño como siempre se puede poner más cínico o más bailón, que dicho así parece que es un muñeco de ventrílocuo, un personaje de José Luis Moreno. Será así, ya digo, por más que Feijóo salga con visera o con bandera o con la Constitución flamígera o con el Tractatus de Wittgenstein. Un Feijóo que será el paisano que se quedará en la buhardilla de Génova y en los cafetines de idealistas planeando la reconquista con lápiz de carpintero y quinqué de farero, o a lo mejor se queda en farero, que de tanto llamárselo me va pareciendo una profecía.

Sánchez y Feijóo tomaban el té para nada, que nada se va a mover ahora, no se mueven ni las tacitas, que uno imagina llegando al saloncito como congeladas o como sumergidas en ese ambiente submarino y mudo, como tacitas del Titanic. Claro que seguro que no tomaron ni té ni nada, para hacer más sólidos el silencio y la inevitabilidad. Sánchez ya no deja sitio para la política, para la cortesía, para la sorpresa ni para la razón, siquiera la razón de Estado, sólo para el negocio. Todas las decisiones las tomó hace mucho, no ya en la última noche electoral sino en aquel día en que cogió el Peugeot como una barquita para empezar su venganza de conde de Montecristo con traje berenjena. Y Feijóo tampoco puede hacer nada, salvo ejercitar la paciencia y la pedagogía, no con Sánchez sino con la España que ha avalado a Sánchez, la España que aún no ha aprendido de Sánchez y que cuando aprenda veremos cómo ha quedado. Mientras, nos queda esta larga tarde de lento té para nada, vacía de cualquier otra cosa salvo de tiempo.

Sánchez y Feijóo quizá toman el té, removiendo ese tiempo espeso que marcan la cucharilla, la distancia, el desprecio y la atmósfera llena de pelotillas y ácaros de estos salones del Congreso que parece que están hechos para dormir a mastines con el clavicémbalo y a criadas con la costura. Sánchez y Feijóo quizá toman el té, o no toman nada, sino que se miran los anillos, o miran las banderas, como mares enmarcados, como mares de postal, con todas las horas y colores del sol y del agua, a lo Debussy, que hay muchas banderas en la sala para llenar todo ese vacío con oleaje y cañonazos de silencio y solemnidad. A lo mejor sólo están así, como en el velatorio uno del otro, con pesantez en los bolsillos y en el mentón, hasta que pasa el tiempo de la cortesía y pueden leer el comunicado redactado en el sotanillo de la Moncloa o en el torreón inclinado de Génova. En realidad Sánchez y Feijóo no tienen nada que decirse entre ellos, nada que acordar ni nada que arreglar. Sánchez sólo tiene negocios privados y Feijóo no tiene nada más que hacer que esperar a que el votante, de nuevo, pese el corazón de Sánchez en una gran parrillada española como una ceremonia egipcia.

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