De Atocha a Colón siempre habrá una vereda de maletillas, soldados, comadres y labriegos recién bajados del expreso hacia las pensiones, las letras de los bancos o el infame Museo de Cera, o sea una España más pura y eterna que la de las banderas, y por eso yo creo que es el recorrido perfecto para celebrar la Fiesta Nacional. La verdad es que a Sánchez lo pitaron por allí como al torero o bailaor malo que es, y a mí eso no me parece una descortesía, sino al contrario, un homenaje castizo, corralero y literario añadido al homenaje castrense, aviónico y calatravo del día. Quizá era por las obras alrededor de Concha Espina, que parecen una operación quirúrgica en el corazón heráldico de Madrid, o era por darle a Sánchez otra posibilidad de burladero o de escape, pero el cambio nos dejó un Madrid más Madrid, que hasta el pueblo abucheaba entre boñigas de caballo, como se abucheaba una comedia mala en el Siglo de Oro.

A lo mejor Sánchez quería estar más abrigado, que el norte de la Castellana, más allá del quinto pino de los que plantó Felipe V, empieza a ser un norte hiperbóreo, vikingo por merengue y por relente, desangelado y esparcido como ese Nueva York de cubitera que quizá pretende ser. A lo mejor es que Sánchez no se sentía seguro por allí, como si el pueblo, más que abuchearlo, pudiera bombardearlo con más facilidad. O le daba mal fario recordar otros abucheos de otros años, lentos y malasombras como abucheos a toreros en calesita, o pensar que desde ahí Madrid ya se va abriendo las venas en carreteras y vías, como parece que se las está abriendo España ahora ante él. O veía un mal augurio en esa sensación de que allí se van metiendo ya por los ojos y por la nuca, como bisturíes o carámbanos, los rascacielos azules, fríos, vacíos y solitarios de Madrid, azules, fríos, vacíos, solitarios y altos como el propio presidente.

A lo mejor Sánchez quería estar más abrigado, que el norte de la Castellana"

A los rascacielos los llamaba Miguel Hernández “rascaleches”, quizá porque le estropeaban incluso desde lejos la poesía del pueblo con cebolla, y a lo mejor a Sánchez le estropean también, desde lejos, su progresía del pueblo con cebolla. Sánchez no sé si les está cogiendo miedo o manía a los espacios abiertos y a los cielos sin paraguas o sin arcadas, o empieza a tener supersticiones de torero, del torero malo que es, ya digo, y ha tenido que darle la vuelta a todo el desfile como se le da la vuelta una montera bocabajo. A lo mejor lo de las obras en el Bernabéu o en las marquesinas es una excusa para que llevaran a Sánchez a otro sitio en el que se le viera menos, que en los grandes espacios el presidente es como un gato negro que cruza la nevada. O en el que pudiera, siquiera, meterse en un café cercano y ferroviario para huir del pueblo como el que huía del casero. O le está uno dando muchas vueltas a las vueltas del desfile, que al fin y al cabo nunca le ha sentado bien a Sánchez este día, como hay a quien no le sienta bien nunca la fritura o la verdad.

Se ha cambiado el desfile como el que cambia el cielo de hule de Madrid, y estamos intentando ubicar a Sánchez en ese cambio, que puede parecer un capricho o una percha de plumilla pero no lo es. Quiero decir que todo lo que pasa ahora en España, incluso en la España que despliega su baraja de espadas y oros por la calle, es Sánchez. Si España de repente necesita babosear a Bildu, es por Sánchez. Si España de repente sólo puede sobrevivir en progreso y bienestar pactando con los que quieren destruir no la bandera sino la ley, es por Sánchez. Si España de repente necesita una amnistía, es por Sánchez. Si España de repente tiene como prioridad e interés rendirse ante Marruecos, o ante los delincuentes, es por Sánchez. Si lo bueno se convierte en malo, y lo malo en bueno, y la verdad en mentira, y la mentira en verdad, es por Sánchez. No es que para buscarle sombra o burladero a Sánchez se mueva un desfile, sino que se mueve toda España y hasta la democracia.

Lo que pasa con Sánchez es que, simultáneamente, está en todas partes y no sabe dónde meterse. No sabe dónde meterse ni en los desfiles ni el resto del tiempo, que tendrían que llevarlo siempre como en litera blindada o en un acuario presidencial o cosmonáutico, un poco como los navegantes de Dune. Sánchez no es que haya perdido la calle, en ese sentido de la calle como propiedad que han reclamado igual Fraga que Pablo Iglesias que ahora hasta Bendodo (cuando Bendodo dijo “ahora la calle es nuestra”, parecía sólo un barrendero). Lo que ha perdido Sánchez es el sitio en la política, que es lo que ocurre cuando uno ha estado ya en todos los sitios como en todas las camas, y ha dicho una cosa y la contraria más veces que las que ha vuelto su colchón monclovita. Si uno está seguro de que Sánchez será investido es porque este último esfuerzo desvergonzado de supervivencia, superando todo lo que había hecho anteriormente, hará imposible una segunda resurrección. No es que lo suponga yo, que la verdad no lo tengo muy claro, sino que creo que, sobre todo, ya lo está suponiendo incluso él.

Para ese día de la España de franela, tuba y espadín, se ha cambiado el Madrid con icebergs de rascacielos por el Madrid del scalextric junto al balcón, que ya no existe pero sigue ahí, como sigue la carbonilla de Atocha en cada viajero que se baja. A lo mejor fue por esas obras, que son un poco como si al Bernabéu le pusieran tetas de titi de millonario. O a lo mejor, después de todo, es que así se ve mejor Madrid, se ve mejor España y se ve mejor a Sánchez. Pero como conocemos a Sánchez, y la España que está dejando, yo creo que el 12-O todos nos levantamos y nos preguntamos más o menos lo mismo: qué habrá necesitado Sánchez para obligar a mover el desfile eficaz y pesadamente, como un buque rompehielos por Madrid.

De Atocha a Colón siempre habrá una vereda de maletillas, soldados, comadres y labriegos recién bajados del expreso hacia las pensiones, las letras de los bancos o el infame Museo de Cera, o sea una España más pura y eterna que la de las banderas, y por eso yo creo que es el recorrido perfecto para celebrar la Fiesta Nacional. La verdad es que a Sánchez lo pitaron por allí como al torero o bailaor malo que es, y a mí eso no me parece una descortesía, sino al contrario, un homenaje castizo, corralero y literario añadido al homenaje castrense, aviónico y calatravo del día. Quizá era por las obras alrededor de Concha Espina, que parecen una operación quirúrgica en el corazón heráldico de Madrid, o era por darle a Sánchez otra posibilidad de burladero o de escape, pero el cambio nos dejó un Madrid más Madrid, que hasta el pueblo abucheaba entre boñigas de caballo, como se abucheaba una comedia mala en el Siglo de Oro.

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