La incipiente guerra entre Israel y Hamás tiene repercusiones potencialmente devastadoras para la región. El golpe humano, operativo y estratégico infligido por Hamás a Israel y lo que presagia en términos de represalias israelíes puede eclipsar todas las escaladas anteriores desde la invasión israelí del Líbano en 1982.
La crisis amenaza con interrumpir el frágil proceso de desescalada que ha acercado a las potencias regionales en los últimos años y priorizado la integración económica y el desarrollo de infraestructuras. Los Acuerdos de Abraham fueron un producto de este tipo de pensamiento, y las conversaciones en curso entre Arabia Saudí e Israel siguieron esa lógica.
La cuestión clave inmediata es si Irán entrará en el conflicto y, en caso afirmativo, si lo hará por elección propia o arrastrado
La cuestión clave inmediata es si Irán entrará en el conflicto y, en caso afirmativo, si lo hará por elección propia o arrastrado. Hay buenas razones para creer que Teherán no quiere enfrentarse directamente a Israel y maniobrará en consecuencia.
Pero hay cuestiones estructurales a más largo plazo. La emergencia de Hamás como la principal organización palestina indiscutible tendrá efectos duraderos, como ocurrió con la libanesa Hizbulá en 2006. Ha adquirido un nuevo prestigio e influencia entre muchos árabes. La forma en que Hamás decida utilizar este capital para enfrentarse al gigante militar israelí puede desestabilizar a varios gobiernos.
Hay inquietud en El Cairo y Amán, donde la política ha sido contener al grupo islamista con la esperanza de una reafirmación de la Autoridad Palestina. Para Egipto, una nueva ocupación israelí de Gaza significa un conflicto activo en sus fronteras.
La inestabilidad, el extremismo y el tráfico de personas en la península del Sinaí fueron los principales problemas de seguridad interior de la pasada década y podrían volver a repetirse.
El rey jordano Abdalá ya ha dicho a sus interlocutores: "Os lo dije". A los jordanos no les gustaba la obsesión occidental y del Golfo por la normalización con Israel a expensas de una estabilización sostenible de Cisjordania y Gaza. Una guerra al lado podría tener un efecto desestabilizador en la sociedad jordana, dado que la mayoría de los residentes son jordanos de origen palestino o refugiados palestinos. El Cairo y Amán tendrán interés en colaborar desplegando sus conexiones internacionales y sus servicios de inteligencia.
Por el contrario, la crisis sitúa a Turquía y Qatar en primera línea. Ambos países mantienen relaciones privilegiadas con Hamás, acogiendo a sus dirigentes y medios de comunicación y apoyándoles económicamente. Podrían ofrecerse como mediadores, pero corren el riesgo de quedar empañados o parecer impotentes. A ambos se les acusa de consentir excesivamente a Hamás.
En particular, el estallido de la crisis ha dejado de lado a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Este último había liderado la normalización árabe con Israel, pero ante la opinión pública árabe y musulmana parecerá que tiene poca capacidad para moderar la política israelí. Es probable que a Arabia Saudí le preocupe cómo se desarrollará su coqueteo con Israel mientras prosigue una guerra sangrienta. Una ruptura con Israel es muy improbable, y tanto Riad como Abu Dabi ven a Hamás como una amenaza ideológica y de seguridad.
Emile Hokayem es director de Seguridad Regional y Senior Fellow de Seguridad en Oriente Medio del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.
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