“La tierra es el premio, porque quien controla la tierra controla a la gente”.

Estas palabras las he escuchado al General Charles Flynn, Comandante del USARPAC (Comandancia del Ejército Americano en el Pacífico) en una de las conversaciones que convoca CSIS y evidencia lo que podamos estar viendo hoy en día en Ucrania o en Israel.

Desde mi punto de vista, la historia de la humanidad se pauta en conflictos (algunos llegan al estadio de guerra), hasta tal punto que no podamos negar que la guerra es un estadio por defecto de la humanidad.

Dentro de la gama de conflictos, la peor forma que pueden adquirir es la guerra civil, porque si la guerra ya es un crimen en masa, una guerra civil es ese mismo crimen por la tierra compartida.

En una segunda derivada algunos elogian el cambio a través de una revolución, pero, como diría Richard Pipes, una revolución no es más que una guerra civil encubierta, algo que demuestra Cuba en 1959, Rusia en 1917 o la Gran Rebelión de Cromwell en el siglo XVII y de la que ya nadie duda que fue una guerra civil.

Pero tomemos revoluciones y guerras como ejemplos extremos. Si nos centramos en los conflictos, ya sabemos cuál tenemos cerca. Y es que llevamos escuchando argumentos de la “resolución del conflicto” catalán desde que, básicamente, Pedro Sánchez se vio obligado a pactar con el independentismo con el fin de mantener una mayoría más o menos estable para lograr la gobernabilidad.

La guerra es un estadio por defecto de la humanidad

Podemos entender que es un conflicto por “la tierra” porque, a fin de cuentas, estamos hablando de aspiraciones soberanistas, pero qué duda cabe que es a la gente a la que se está poniendo en medio y es el control la finalidad, con lo que el planteamiento del general Flynn, no está en absoluto desencaminado: la tierra es el premio.

En esta narrativa que se intenta imponer sobre la “resolución del conflicto”, allá por 2020, los acercamientos los inició Pablo Iglesias. Hoy, desterrado el líder de Podemos (y cerca de estarlo la propia formación) los primeros toques para la reedición de un Gobierno liderado por el PSOE los dio Yolanda Díaz en Bélgica con su visita a Puigdemont.

Como antesala, en el día de ayer se cerró el acuerdo con Bildu y, según todo indica, de lo único que depende el acuerdo con el independentismo catalán, es de rematar la cuestión económica, porque la amnistía es un “hecho” (semanas ha llevado que pedro Sánchez reconozca el término) y el referéndum un “muy probable”.

Pues bien: ahora mismo todo ese conflicto político, toda esa concordia, está negociándose en una mesa en términos de cesiones económicas, que era aquello que les contaba hace unas semanas sería “el precio de la paciencia” y que es el precio que se pone a la tranquilidad que transcurra entre la amnistía y el referéndum.

Aquí, evidentemente, hay ganadores y perdedores, estén estos circunscritos al conflicto catalán o vayan a rueda de la necesidad de apoyos de Pedro Sánchez. Ganan Junts y Bildu, porque ambos son los que están liderando esas exigencias y el respaldo de un futuro gobierno cuando, además, tanto Cataluña como el País Vasco, están a las puertas de elecciones autonómicas.

Pierden, por tanto, ERC y PNV, partidos ambos en el gobierno de sus regiones y que pueden ver como los anteriores les pueden sobrepasar y levantar los ejecutivos. Es más, hasta el PSOE (en sus versiones PSC y PSE), podría tomarles la delantera.

Por eso hoy el referéndum va a seguir la misma línea de impregnación que la amnistía y por eso se sigue amenazando con la vía unilateral (lo único hilarante que tuvo aquel capítulo de 2017 es que se inventaron de acrónimo DUI para definirla): porque lo que importa es el premio, el premio es la tierra y con la tierra, a lo que se aspira, es al control de la gente.

Aquella vez duró 8 segundos, pero en esos 8 segundos, hubo un intento de control de una tierra que incluía a millones de personas que en su vida hubieran votado a favor de la independencia.

“La tierra es el premio, porque quien controla la tierra controla a la gente”.

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